PUENTE GENERACIONAL
«Otro viaje pesado, aburrido como el de la semana anterior» pensó Javier, el conductor, cuando vio al que sería su acompañante en el viaje a Barcelona. «Parece que todos los tatarabuelos me tocan a mí… ahora a aguantar los discursos sobre la juventud irresponsable y los consejos del siglo XIX que va a empezar a darme…».
Javier: generación Z, cabellos negros que le llegan hasta los hombros, brazos tatuados, aro en la oreja derecha, abrigo de lana de color indefinido y gafas oscuras.
El posible tatarabuelo: gruesas gafas de carey, barba blanca, chaqueta de pana, sombrero y bufanda arrollada al cuello.
La primera media hora transcurrió en silencio, cada uno concentrado en sus propios pensamientos, hasta que el pasajero comenzó a revisar una gruesa carpeta con partituras y hojas con pentagramas.
— Perdóneme la curiosidad ¿usted es músico? — preguntó Javier; el tema le interesaba, precisamente esa mañana tenía una reunión con una compañía discográfica para mostrarles sus últimas canciones, grabadas laboriosamente en su propia casa.
—Si, músico; muchos años en la Sinfónica Nacional, el conservatorio y ahora, ya jubilado, puedo dedicarme a mis cosas.
El joven quedó sorprendido; la voz del hombre le resultaba familiar, pero no lograba ubicarla. ¿De dónde conocía esa voz? Le recordaba, vagamente, algo relacionado con su propia música, a sus largas horas sentado frente al piano tratando de armonizar alguna de sus canciones…
—¿Usted vive aquí, en Alicante? — estaba intrigado, necesitaba más datos para resolver la duda.
—Si, en la Albufereta — respondió el longevo.
—¡Que casualidad, yo también vivo en la Albufereta! ¿Cerca de la playa? — continuó el sondeo del joven.
—Si, en el edificio Dunas, ¿lo conoces?
—¡Pero, esto es increíble… yo también vivo allí, en el 5to piso! — y en ese momento Javier recordó de dónde conocía esa voz…
Y evocó aquella tarde en la que, modificando la tonalidad de un cover de Guns and Roses, para poder cantarlo a su estilo, se había quedado bloqueado en una de las frases musicales y no lograba darle un final decente al tema.
Repetía y repetía la frase y no llegaba a concluirla, hasta que, por la ventana abierta al jardín, escuchó una voz, segura y potente que gritaba: «…Fa mayor… Re menor y cadencia a la tónica… por favor… que hace doler el oído…».
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