Psicólogos como agentes contrarrevolucionarios

Psicólogos como agentes contrarrevolucionarios

M. S. Piñeiro

12/06/2025

Introducción

En los últimos años, la psicología ha pasado a ser un tema de interés en mi sociedad, tanto es así, que el 26,2% de las personas entrevistadas por la Mutua Española en un informe sobre «La situación de la salud mental en España» (2.000 personas encuestadas) afirman que reciben ayuda psicológica de la mano de un profesional. Hay quienes dicen que la «naturalización» de la enfermedad mental es el primer paso en una sociedad para poder afrontar el problema, y que este incremento es significativamente bueno, pues dicha naturalización se está llevando a cabo. Otras personas defienden que este hecho es síntoma de una sociedad enferma y decadente, y que la mayoría de esas personas no necesitan un psicólogo, si no un sindicato.

Mi intención en esta ensayo es hacer un análisis sobre lo que defienden ambas posturas, aunque como se puede intuir en el título de este escrito, lo psicólogos en muchos casos no están haciendo un falso favor.

Entrando en materia

Lo que más me llama la atención de las distintas sociedades a lo largo del espacio y el tiempo, son las falsas verdades particulares que enfrentan ante la más suprema corte, la realidad. Esto suele ser fundamental y problemático, si en una sociedad, los individuos tienen la osadía de intentar establecer una verdad en paralelo, lo más seguro es que fracasen de alguna forma tarde o temprano.

Por ejemplo, una sociedad como la Alemania nazi, sostenía unas creencias sobre que su «raza» era superior al resto, y por lo tanto, como se estaban quedando sin su «lebensraum» (espacio vital) en el continente, quedaba completamente justificado la invasión a otros países cuyas razas eran inferiores, pues además ellos eran los legítimos herederos de estas. Así, fue como una sociedad defendió una creencia, que para cualquier nazi era tan sólida como que 1 + 1 equivale a 2.

Esta «realidad social» ha sido manipulada por cierta élite para mantener o ganar poder. Se puede ver en la URSS, cuando empezaron a sustituir palabras relacionadas con el hambre y la escasez por «dificultades técnicas»; se puede ver en Corea del Sur, donde los trabajadores están muy concienciados con hacer horas extras para honrar a sus jefes, porque es lo correcto y el trabajo les hará felices; y se puede ver en nuestra propia sociedad cuando Coca-Cola lanza una campaña publicitaria con el eslogan «Destapa la felicidad». Esta manipulación (más allá de los ejemplos que he puesto) genera grandes miserias: en la URSS muchos miembros del pueblo se morían del hambre, en Corea del Sur tienen una alarmante tasa de suicidios (y una aún más alarmante tasa de nacimientos), y en España los problemas de salud mental no paran de aumentar.

Además, debido a las complejas sociedades humanas de la actualidad, no atentar sin querer con la naturaleza humana es dificilísimo. Para empezar, vivimos hacinados, con jornadas extenuantes que no respetan la salud (mi referencia para afirmar esto es un informe de Infojobs sobre los problemas de salud mental en el trabajo, donde señalan que a la pregunta «¿Has sufrido algún problema de salud/sintomatología/patología relacionada con la salud mental en el último año?», en 2021, un 14% respondió que sí, y un 13% respondió que sí, y que esto se relacionaba con el trabajo, mientras que el 73% de los encuestados señaló que no; participaron en la encuesta 1.006 trabajadores. Ante esta misma pregunta, en 2024, se mantuvo el 14% que respondió que sí, mientras que un 28% respondió que sí y que además esto se relacionaba con el trabajo; participaron en la encuesta 1.040 trabajadores. Cabe recalcar que un 64% de este último grupo, especificó que este problema se debía a la sobrecarga laboral), y masacrados por los algoritmos, y algunas personas todavía tienen la osadía de intentar convencer al resto de que si se toman la vida con una sonrisa, se volverán personas felices. Si a un humano le pinchas, sangra; si a un humano lo maltratas, algo de él se rompe por dentro. Que le digan esto a un niño palestino que ha perdido a toda su familia, también al repartidor sin papeles con jornadas larguísimas, y al cliente de la «aseguradora» estadounidense al deniegan el tratamiento para su cáncer; pero que que ni a mí, ni a ellos, ni a nadie le tomen el pelo con semejante tontería.

Este es el genoma de la enfermedad mental social. Precisamente, los granjeros de la China de Mao Zedong, en los años de «El Gran Salto Adelante», no se suicidaban porque despreciasen la vida, o porque tuviesen algún tipo de patología antes, si no porque tanto sufrimiento, hambre, y desesperación, les llevaba a buscar consuelo en la muerte. Esa era la realidad social, y como fenómeno de esta, la solución se encuentra en el propio pueblo, mediante un cambio en sus estructuras de poder (revolución) y en el pensamiento de sus gentes (revolución moral).

Bastantes casos de estas enfermedades mentales, como creo que ya ha quedado claro, son culpa de un aparato social y moral que condena a la enfermedad y la miseria. En Europa, en los posteriores años a la revolución industrial, muchos obreros, padeciendo de dicha miseria, empezaron a protestar de acuerdo a la naturaleza humana. Después de una intensa lucha de clases, los obreros consiguieron sus amados «derechos laborales», que no son más que la materialización del correcto empleo del género humano que garantice su no explotación. Pero hoy en día, con el avance de las tecnologías, la explotación se puede volver mucho más insidiosa (de acuerdo al estudio de Infojobs que he mencionado antes, pues aunque la sobrecarga laboral ya no consista en cosas como apretar una tuerca en una cadena de montar, si no en tener que rellenar papeles mucho más rápido de lo que lo que el trabajador lo pueda hacer, bajo amenaza de ser despedido, es también un tipo de sobrecarga).

Los antidisturbios juegan un papel fundamental. Cuando el pueblo pide algo más de libertad, o derechos en una manifestación, el estado responde con violencia, impidiendo al manifestante conseguir los objetivos que considera justos, y que para nada conviene a las élites. En este sentido, muchos psicólogos se dedican a esto mismo, a que el pueblo no proteste. Unos aplican la porra para golpear, y los otros utilizan las palabras para seducir, y aunque la forma no sea la misma, el fondo se mantiene. Sé que la comparación es un poco injusta, porque no es lo mismo hablar que pegar, pero eso no quita que haya psicólogos como agentes contrarrevolucionarios.

Es importante recalcar que no todos los psicólogos siguen estas prácticas. Los pacientes con enfermedades graves que no están sujetos a una realidad social, por ejemplo, sí necesitan ayuda de un psicólogo. Ya sea el caso de los psicópatas, los esquizofrénicos, o el que tiene depresión y ansiedad porque tuvo un accidente de coche donde vio morir a su familia. Además, algunos psicólogos críticos movilizan a sus pacientes, y hacen una terapia comunitaria con el fin de hacer un cambio más allá del paciente.

Por otro lado, aquellos que se dedican a la terapia de los problemas que he descrito antes, suelen jugar un papel contrarrevolucionario. Por ejemplo, actualmente, muchos jóvenes menores de 35 años recién independizados están teniendo grandes problemas para pagar el alquiler, pues si el salario neto mediano de estos es de 1005,77€, y los alquileres rondan los 968€ al mes de media, y además no paran de incrementarse los costes anualmente (en 2023, incrementó el precio del alquiler en 88€, todos estos datos son del Observatorio de emancipación del Consejo de la Juventud de España), es completamente normal que si cada vez se hace más costoso llegar a fin de mes, se vuelva todavía más costoso porque tengan que pagar un psicólogo. El terapeuta, en este caso, lo único que puede hacer es convencer al paciente de sus miserias, pues la realidad permanece inmutable a sus palabras; mientras que el paciente lo que necesita realmente es un sindicato, o una forma con la que luchar contra la especulación inmobiliaria o el bajo salario.

Por si fuese poco, España está a la cabeza en el consumo de benzodiazepinas, un tipo de ansiolíticos de los más fuertes. Concretamente, en España se consumen casi 110 dosis diarias de estos medicamentos por cada 1.000 habitantes. Esta es la pesadilla de Aldous Huxley, y demuestra que en mi país debe de haber un problema estructural grave, que aunque se puede eludir temporalmente con pastillas y terapias, la realidad siempre ajusticia a los que procuran miseria al pueblo, y cuando este se canse, y la olla a presión explote, hasta los propios antidisturbios se unirán a las manifestaciones para pedir un cambio social, profundo y real.

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