Cap 0: Introducción al
CAOS.
Sus rugidos… no salían de mi cabeza… contaba hasta tres una y otra vez, un, dos, tres… un, dos, tres…
Podía oír… salir de sus bocas chorros de sangre… que caían al suelo tiñiendolo de rojo… malditos… ¡malditos!… me lo quitaron todo… ¡todo!
Solo me queda mi locura… un, dos, tres… un, dos, tres… yo os maldigo demonios… salid de mi mundo… salid de mi cabeza… devolvedme lo que es mío… un, dos, tres… un, dos, tres…
¡Joder! ¡Que os calléis de una puta vez! ¡Volaré vuestros sesos a balazos como no cerréis el pico! Un, dos, tres… un, dos, tres…¡hijos de puta! Volved al infierno…un, dos, tres… un, dos, tres… Mi amor… un, dos, un, dos, un…
El cañón del arma rozó su sien, con una lágrima y recordando los rostros de la gente que amaba, que había perdido, apretó el gatillo. Durante unos segundos se mantenio en pie, hasta que calló al suelo de rodillas para terminar tumbado en el ardiente hormigón.
Su corazón, que durante tanto tiempo se negó a dejar de luchar, va cesando sus latidos para detenerse y no volver a funcionar jamás.
La desesperante historia que él narra, es la historia de alguien que era como tú, alguien normal, pero que por desgracia después de la infección, se vio hundido en el caos y en la muerte.
Esta, es su historia…
CAP 1:
Lucha o muere.
¡Irene! ¡Clara!- mis desesperados gritos resonaban por aquel denso bosque.
Caminaba como podía, tropezando y hundiéndome en el espeso fango que la lluvia había creado.
Mis ojos vislumbraban aquellos fríos robles, ni rastro de Clara ni de Irene.
A mis espaldas, a unos cuantos kilómetros, yacían los cuerpos de los que decidieron enfrentarse a la horda. Al menos unos cien infectados se dirigieron hacia el campamento al haber oído un disparo involuntario, un grupo decidió quedarse a defenderlo, pero las esperanzas de sobrevivir allí eran mínimas.
Se podía ver como algún incendio iluminaba el campamento, y como las llamas eran mas altas que el muro que cubría el recinto. Los gemidos de dolor de aquellas cosas se podían oír a kilómetros, pobres diablos…
Solo se podían escuchar algunos disparos, seguramente solo quedasen cuatro o cinco valientes, habían sido treinta y uno….
Irene, Clara y yo estábamos allí cuando todo empezó, se suponía que ya deberíamos habernos ido, pero Clara se escapo y tuvimos que buscarla. Cuando oí a los infectados golpear las puertas del campamento comuniqué a las chicas que nos quedaríamos a defenderlo, por la noche, lloviendo y lleno de esas cosas fuera no sobreviviríamos. Hasta que de repente los asaltantes tiraron la valla que nos cubría las espalda y vimos al menos tres docenas entrar sin cara de muchos amigos.
Las ayudé a saltar el muro de chapas metálicas, que teníamos mas cerca, en dirección sur, pero cuando iba saltar yo, una de esas cosas me retuvo. Cuando me deshice de aquel demonio y salté la chapa, ya no había rastro de ellas.
Todo apuntaba a que no volvería a verlas, hasta que un grito llamó mi atención. Salí corriendo como podía siguiendo los tenues alaridos que oía a lo lejos en el oscuro y denso bosque.
Una punzada me asaltó el corazón, una de esas criaturas agarraba a Clara del brazo, esta, aferrada a la mano de su madre, lloraba y pegaba los gritos que su pequeña garganta la permitía. Creo que no lo he comentado, pero Clara tiene seis años.
El monstruo intentando morderla, echaba de su boca chorros de sangre encima de la pequeña.
Aquella imagen me llenó de rabia, así que agarré al infectado y lo puse contra un árbol, este soltó a Clara al ver una presa aún mayor, lo que él no sabía era que me ocuparía de que la cena se le indigestase.
Eché mano a mi cinturón para coger mi cuchillo, pero para mi desgracia no estaba allí. El infectado se lanzó hacia mí y en un intento desesperado por apartarle mordió mi mano izquierda.
Un intenso dolor recorrió mi cuerpo, tiré de mi mano hacia mí, de la cuál aquel demonio aún seguía agarrado y lo empujé con todas mis fuerzas contra uno de aquellos árboles, después le tiré al suelo y miré mi mano, sabía lo que me pasaría…
Dirigí mi mirada hacia las dos chicas, Clara, lloraba agarrada a su madre, y Irene, me miró atónita, como si ambos supiésemos que no nos volveríamos a ver.
-Iros, corred, alejaos de aquí todo lo que podáis- dije, mientras agarraba mi mano, que me temblaba del dolor.
Después de eso me dí la vuelta y aplasté a pisotones la cabeza del infectado, que se hizo papilla bajo la suela de mi bota.
-No nos iremos sin ti- una voz me hizo girar de nuevo la cabeza, era Irene.
-Iros, os cogeré mas adelante, aquí cerca hay una cabaña, iré a mirar y después os alcanzaré- era mentira, una sucia mentira.
-¿Me lo prometes?- dijo clara con la voz temblorosa.
-Claro que si, pero ahora debéis iros, id hacia el norte, hacia el río-. Al terminar la frase me dí la vuelta y empecé a trotar dirección este.
A los pocos minutos el dolor era casi insoportable, tuve que pararme a ver mi mano, el punzante e intenso tormento ya me avisaba de que lo que iba a ver no sería bonito.
Mi dedo meñique había desaparecido y su dentadura había quedado marcada en mi mano. El brazo entero me temblaba mientras del mordisco salían chorros de sangre.
Apreté fuertemente la mano contra mi camiseta y empecé a andar hacia el oeste hundiéndome de nuevo en el fango.
La cabaña estaría a unos cinco minutos andando, suficiente lejos como para que me desangrase o que apareciese otro putrefacto amigo.
A duras penas conseguí llegar a la pequeña casa de madera que intentaba en vano alzarse por encima del alto bosque.
Un pequeño porche agujereado y unas chirriantes escaleras daban una extraña y macabra bienvenida.
Giré varias veces el pomo pero la puerta no se movía, la lluvia no cesaba y la sangre que emanaba de mi mano era cada vez mas alarmante. Me eché unos pocos pasos hacia atrás y con un intento desesperado por salvar mi vida pegué una patada a la cerradura haciendo que la puerta se abriese de golpe. Agarré el cuchillo que llevaba en mi talón y me dispuse a entrar en la casa.
El olor a madera mojada y el calor que se podía apreciar dentro eran mas que de agradecer, cerré la puerta y empuje un pequeño mueble del recibidor bloqueando a esta.
Observé el interior de la casa, un pasillo no muy largo con dos puertas a cada lado y enfrente el salón, en este otra puerta daba paso a una cocina estilo americana.
Arrastré mis cansados pies por la estancia y abrí una de las puertas del pasillo, la del lado izquierdo, un ruido en su interior me alertó. Al entrar pude ver un pequeño generador que latía a duras penas, una estantería llena de chatarra y una pequeña hacha apoyada en la puerta.
Di marcha atrás y abrí la otra puerta del pasillo, en esta había una habitación unida a un pequeño baño del cual conseguí un botiquín.
Salí y me dirigí al salón, un sillón y una chimenea apagada daban una sensación de hospitalidad.
Encendí la chimenea después de comprobar que estaba fría, entré a la cocina y empecé a rebuscar, encontré un poco de comida, puede que para dos días.
Antes de nada tenía que parar la infección, y solo había un modo de hacerlo si quería seguir vivo.
Puse mi mano en la encimera de aquella cocina y cogí firmemente el hacha, alzando mi mano derecha, di un solo tajo, que hizo que mi mano izquierda se separase de mi cuerpo con un dolor indescriptible.
Mordí mi lengua intentando no gritar, un escalofrío recorría mi cuerpo y mi brazo no dejaba de temblar, si seguía sangrando terminaría muerto, sabía lo que tenía que hacer.
Puse una sartén al fuego y esperé hasta que se calentó y empezó a echar humo mientras tapaba mi mano con un trapo intentando cortar la hemorragia. Tenía que cauterizar el muñon o moriría desangrado.
Cogí la sartén y empecé poco a poco a acercarla a mi brazo, este no dejaba de moverse violentamente. Cerré los ojos y apreté el metal caliente contra mi brazo, el dolor era insoportable, esta vez no pude evitar gritar de sufrimiento mientras el olor a carne chamuscada entraba por mi nariz.
Separé la sartén de mi brazo, de la cual la carne se había quedado pegada, a duras penas conseguí llegar al sillón, al cual caí rendido antes de desmayarme.
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