Primera Vez.

“Porque nadie puede prohibir la chispa,

ni decir de dónde puede venir “

F. Bacon

Y de repente estaba ahí, parada, con las manos en la nuca y un silencio que cruzaba la habitación. Disruptivamente una voz: – “Ahora te vas a sacar toda la ropa” – resonó, y yo, entre berreos y vergüenzas diciendo que no. Se limitó a repetir la orden, – te vas a sacar toda la ropa.

Desnuda, quieta, ojos cerrados. El, que daba vueltas alrededor, como los tiburones en acecho. Sonidos, respiración… vergüenza. Desde atrás, me calzo una máscara, goma negra con agujeros diminutos que sesgaban y cegaban. El aire se disipa, “Tenes que respirar por la boca”, dijo.

Sensaciones potenciadas de lejanía, cercanía… pasos, y una música punzante alrededor.

Seguía en el centro, sabía que se aproximaba por el sonido a metal. Los círculos a mi alrededor se repiten y de pronto ya no tenia el control de mis manos y de mis pies. La cadena que caía entre los pechos y el cuello con el roce del cuero, entre la molestia y el placer. El “ponete en cuatro patas” – cortó mi viaje y otra vez los giros. Asi solo veía sus pies, cubiertos de un latex rojo que le llegaba hasta debajo de las rodillas. “Exponete”- Siseó, siguió rondando. Podía ver solo pedazos, redobló la pérdida de control que yo tenía sobre mis manos y mis pies, hizo una especie de palanca con una madera y ya no podía juntarlos o separarlos a “piacere”, solo a gusto de él. Comencé a hablar de manera desmedida (no sabía lo nerviosa que me podían llegar a poner las restricciones) y otra vez la distancia y otra vez la cercanía.

Sentí la respiración de él en mi nuca (en lo que quedaba libre entre el collar y el latex) paso las manos por los costados de mi cuello y al oído ordeno que abriera la boca. Colocó una mordaza, con una pelota roja en el centro, se aseguró de ponerla primero ante mis ojos – una vía menos, pensé -, menos control sobre mí, más control de él sobre mí; la sensación de querer llevar las manos a la boca y sentir la imposibilidad me dio escalofrío, me ahogó… sentí miedo, pedí por favor como pude. Bueno, dijo, – “vamos a ver cuánto más te podes rebajar” con la mano empujo mi espalda hacia abajo, dejándome en una posición de suplicante entre la alfombra y sus pies, estática. Dio la vuelta y tiró la cadena que caía – previamente había liberado mis límites – con una mano llevaba el parlante que me rodeaba de música electrónica, en la otra mano, la cadena, que me obligaba a ir avanzado, sin orden previa de ponerme de pie. Poco a poco serpenteaba por un largo pasillo, el frio de la cerámica en las rodillas, lo áspero en la piel de las manos, los cuadros del pasillo me miraban desde arriba. Se detuvo. Encendió la luz de un cuarto negro, podía distinguir poco – es impresionante como se puede adquirir una nueva visión del mundo en cuclillas – se veían sogas, algo asi como un cuarto de herramientas… “Asi me divierto yo”, dijo, pero, no estas lista para esto ahora, dijo sonriendo. Apago la luz y siguió avanzando. Una especie de cuarto con azulejos hasta el techo, luces, una canilla, mangueras, cadenas que oscilaban desde el techo. ¿Sabes lo que es eso? dijo, señalándolas… simplemente lo mire desde abajo, no hizo falta explicación. Optó por sostener el plano del piso, “Ahora, te vas a quedar ahí de costado, sin levantarte”, indicando el lugar; nuevamente la ausencia. De pronto comenzó a tirarme agua, con una manguera, en la cara, en todo el cuerpo, detenidamente en zonas que me generaban sensaciones raras, confusas, lindante con lo incontrolable del cuerpo totalmente bajo control de otro. Bajo la orden de no moverme, de no cerrar las piernas, de tener las manos quietas, graduaba las temperaturas pasando del frio al calor tolerable. El agua en la cara coqueteaba con la asfixia. Al tiempo, se fue, volvió a subir la apuesta, tenía un líquido viscoso que ordeno me pase por todo el cuerpo y, que, al finalizar, que se lo pase a él en todo su traje de látex, que pude ver continuaba brillante en extensión – ahora que recuerdo, en esa secuencia “lamer” también fue un verbo utilizado- Cuando algo te gusta, dijo, mirándome desde arriba … se agradece, ¿que se dice si algo te gusta? Gracias, masculle. Tiró una toalla al piso.

Cuando alguien se porta mal, se necesita un castigo. Vos, ¿por qué estas aca?

La respuesta la tuvo la fusta y luego sus manos que frenaban el escape por la cintura podía pasarme la mano por la zona, intentando alivianar el picor del golpe, potenciando el siguiente. Pasada la cuenta de diez “merecidos”, me doy vuelta y veo al Amo desnudo, con una mirada extasiada frente a su trabajo casi terminado. Se acuesta en el suelo, con la mirada intensa, más pudor, más vergüenza… yo me animo y le pisó el pecho, asi, con el eco de sus palabras entre los bits del parlante… “cuando alguien se porta mal, se necesita un castigo” … refuerzo el pisotón en su escalada de satisfacción y resuelvo irme asi, como si nada… por disciplina.

Bajo las escaleras con el reverbere en mi mente de lo que decía Kundera… “siempre hay una delgada línea entre víctimas y victimarios”…

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