Primer relato de la vida de una foránea

Primer relato de la vida de una foránea

Sofía Perez

05/06/2020

Como olvidar ese momento. Era mi primera clase, de mi primer día, de mi primer semestre en la universidad. Desbordaba alegría y nervios por todos lados, pues hoy yo, una joven de 17 años, viniendo de una ciudad tan pequeña, empezaba mi vida de universitaria nada más y nada menos que en la universidad mas diversa del país.

Fue entonces cuando lo vi. Al terminar la clase, que en realidad no fue nada de lo que esperaba, estaba yo ahí parada con una sonrisa tímida pero alegre que apenas se asomaba por mi rostro demostrando la satisfacción de haber hecho mi primera amiga en la universidad; fue en ese momento cuando sentí que alguien me miraba a mis espaldas y entonces volteé. No sé si fue su sonrisa de oreja a oreja, su pelo castaño que caía por delante de la frente o esos ojos cafés que me transportaron, lo que en realidad me atrapó, no quería dejar de mirarlo y más sabiendo que él también me miraba a mí; pero tuve que girarme y acabar ese momento único cuando sentí que la vergüenza, que invadía mi cuerpo, tornaba mi piel tan roja que pude sentir el calor subir por toda mi cara.

Ese día me fui pensando en él, en ese desconocido que había visto en la clase de introducción al derecho y que me hizo sentir que estaba en otro lugar del mundo solo con un corto momento de contacto visual. No sabía ni su nombre, ni su edad, ni nada de él; lo único que sabía era que estudiaba derecho y que eran los ojos mas hermosos que había visto en mi vida.

La siguiente semana fui a la universidad lo mejor arreglada que pude (teniendo en cuenta que iba para clase y no para un reinado), llegó la hora de la clase, y fue entonces, cuando la profesora empezó a tomar lista, que supe que su nombre era Santiago. Puedo jurar que recé para que me pusieran en el mismo grupo de trabajo que él, pero lastimosamente no fue así. Nunca supe si fueron impresiones mías o que en realidad pasaba, pero yo sentía que me miraba de reojo, sentía que al igual que yo, analizaba mis movimientos, con quien hablaba y todo lo que hacía mientras la aburrida profesora seguía dando lata, hablando sobre los orígenes del derecho.

Mi mayor cara de sorpresa fue cuando al salir del auditorio veo a mi hermano parado en la puerta (mi hermano estudiaba ingeniería de sistemas en la misma universidad), por lo que me invadió una furia gigante al pensar que iba a recogerme, porque yo ya tenía planes con los amigos que había hecho a lo largo de esa semana. Pero no fue así, es más, casi que ni me saludó, pero al que sí saludó y como si se conocieran de toda la vida fue a Santiago, yo no lo podía creer. Con toda la vergüenza del mundo me fui a donde estaba mi hermano (supuestamente a preguntarle algo) y este, que entendió la indirecta nos presentó. Fue la única vez que escuché su voz.

A lo largo del semestre se fue repitiendo la misma historia todas las clases o cuando nos cruzábamos en la universidad, hacíamos contacto visual, sonrisa o guiño de ojo, y seguíamos caminando cada uno por su lado. No era mucho, pero a mí me bastaba para tener una luminosa sonrisa pegada a mi cara durante todo el día.

Pero al que sí notaba diferente era a mi hermano, tenía una actitud muy rara y al llegar a la casa siempre se encerraba en su cuarto y no salía por varias horas, ni a comer ni a hablar conmigo, ni siquiera cuando yo llegué llorando porque me habían atracado en las calles de Medellín. Sus ojos se habían apagado y tenía debajo de ellos unas bolsas moradas, algo así como unas ojeras exageradas y llamativas.

Y fue entonces cuando la nube en la que flotaba se empezó a desvanecer y yo empecé a bajar lentamente para luego caer de bruces y con fuerza al suelo. El lunes siguiente Santiago nunca llegó a la clase y durante varios días no me lo volví a encontrar por ahí. Lo único que pensaba era que estaba enfermo o que había cancelado esa clase y que ya no lo vería tan seguido.

    Recuerdo tanto el momento, ese miércoles soleado que tenía pinta de ser un día alegre y caluroso, cuando entro a la casa y encuentro a mi hermano hundido en un mar de lágrimas. Así es, Santiago había fallecido, una sobredosis se lo había llevado. Sí, un joven de 19 años, con esa apariencia tan tierna y tan pulcra, junto con mi hermano se habían convertido en un par de drogadictos. Pero a Santiago lo había vencido. Nunca quise saber como fue, ni que lo había llevado a eso, ni siquiera quise ir al entierro; lo único en lo que pensaba era que la razón de mi sonrisa luminosa, el dueño de los ojos mas hermosos que había visto y que ya nunca se volverían a abrir, estaba muerto. Soñé con él muchas veces, me imaginaba oír su voz, soñaba que se me acercaba y me decía que se moría de ganas de que fuera lunes para volver a verme en clase, lo cual era irónico, porque al final sí se murió y no fue precisamente por mí.

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