Primer día escolar

Ese primer sentimiento o sensación de entrar a un mundo, ambiente y emociones de muchas personas que no conoces, y que posiblemente será el lugar donde aprenderás a hacer amigos o, desgraciadamente… enemigos que te harán la vida imposible.

Recién cumplidos los siete años, Josep se mudó a una zona diferente de donde vivía antes. Era un lugar un poco más “urbano”, un barrio algo violento. En su nueva casa, de una sola habitación, sala y baño, Josep vivía su vida en un espacio más confinado, más solitario, dejándolo más aislado de lo que estaba acostumbrado.

El 25 de enero, por la tarde, fue matriculado en transición. Intentó hablar con un chico con quien quería empatizar, pero fue ignorado. Durante el resto del año escolar en este “grado”, toleraría sus insultos y desprecios por ser gordo. En la hora del recreo, Josep se las arreglaba para jugar solo y no sentirse mal, aunque ya tenía experiencia en eso. Solo se iba a una esquina a comer y esperaba la hora de salida como si se tratara de ganar un premio.

Por alguna razón, en este país el paso por ese grado dura un año, pero Josep ya sabía leer, escribir, sumar y dibujar. Así que fue promovido a Primero de Primaria, donde encontraría personajes algo interesantes.

El primer día de clase fue presentado al grupo y, al ver a tantos niños, se sintió apenado. Sin embargo, no se sintió mal, así que trató de no llamar mucho la atención. Con los días, se fue ganando el cariño de las dos profesoras que les daban clase: Sioli y Ana. Pero no todo era bueno. Al ser apreciado por sus profesoras, empezó a ser odiado por sus compañeros.

—¡Gordo, gordo, gordo…! ¡Enano, calvo, pobre, feo, tonto…!—
Estas palabras fueron el pan de cada día para Josep en su primer año de primaria.

Uno de esos días, en el descanso de las 9:15 a. m., tres chicos de cuarto de primaria se acercaron a él y empezaron a molestarlo. Josep se defendió. Gritó y atacó lanzando un golpe, pero fue pasmado por un puñetazo en el esófago. Luego de eso, solo gritaba como un animal para que no le pegaran más. Hizo un pequeño escándalo y uno de los chicos lo tomó por la espalda, sometiéndolo.

Un golpe de salvajismo, un cabezazo hacia atrás, logró hacer sufrir y sangrar al chico de cuarto. Josep corrió a su salón, asustado por haber herido a alguien y temeroso de ser expulsado. Pero no pasó nada. Solo logró que no lo atacaran de nuevo.

Terminó su primer día a las 4:57 p. m. Su madre, que se había retirado llorando al dejarlo en la escuela, ahora se veía emocionada al ver a su pequeño, quien no soltó ni una sola lágrima en ninguno de los dos momentos. Volvieron a casa, y Josep le contó su día… exceptuando las partes donde fue agredido.

Segundo día de clase

Un cambio algo “positivo”: un pequeño grupo de chicas de quinto de primaria lo vieron y solo sabían acariciarlo, darle besos en las mejillas y abrazarlo. Para Josep eso era una completa locura, algo que lo avergonzaba profundamente. Se puso rojo como un tomate y nervioso a más no poder, así que corrió a su salón de clase, asustado y con mucha pena de que unas muchachas tan grandes fueran tan melosas con un niño que ni siquiera era aceptado en su propio grupo.

Esto lo hizo estar solo, y fijarse en una niña peculiar. Reía mucho y su apariencia le parecía muy linda. Era morena, de cabello ondulado, sin un diente —lo cual le daba ternura—, muy inteligente y buena dibujando. Para Josep, eso era imposible de ignorar. Pero esta fijación no era solo una casualidad.

Al terminar su segundo día y volver de camino a casa, su madre le dijo que la dueña del segundo piso tenía un salón de belleza, y que deberían ir para que él se cortara el cabello mientras ella se arreglaba las uñas.

Josep aceptó.

Mientras conocía a Rosa —la dueña—, una mujer amable y empática, delgada, de piel blanca, con cabello alborotado y marcadas ojeras de cansancio, ella le preguntó:

—¿Tienes muchos amigos?

Josep respondió que le daba pena hablar. Rosa le propuso entonces que jugara con su hija, a quien él no conocía. Josep, algo incómodo pero curioso por tener por primera vez una amiga, aceptó.

—¡Andrea, ven! —dijo Rosa.

¡La misma niña que había despertado su interés en el salón era la hija de la dueña!

Josep quedó atónito. Pasados unos minutos, y ya con el corte terminado, acompañó a Andrea a su casa. Ella empezó a sacar una cantidad de juguetes que Josep nunca había visto. Estaba inusualmente feliz.

Cada caja que sacaba, cada bolsa nueva, cada juguete o talento que mostraba, hacían que Josep se sintiera más confiado. Le hablaba más relajado, soltaba la tensión y daba paso a su verdadero ser.

—Andrea, eres muy linda —dijo Josep, sintiendo nervios como si una descarga eléctrica le recorriera desde los pies hasta la cabeza.

—Gracias, jaja. Eres muy amable —respondió ella.

Esa interacción le abrió un pasillo de posibilidades. Había muchas puertas que podía abrir, aunque no sabía a dónde lo llevarían.

A las 8:13 p. m., Josep y su madre regresaron a casa. Vivían en el primer piso de la misma casa donde Rosa y Andrea vivían arriba. Ya solos, hablaron de lo ocurrido.

—La niña con la que hablabas era bonita, ¿no? —preguntó la madre.

—No sé…

—Te parecía linda, ¿no? La mirabas mucho.

—No, no. Es que sí es bonita, pero no le digas.

—¡Te gusta, te gusta! —dijo la madre entre risas.

—Mamá, por favor, no digas eso. Me da pena. Si ella se entera…

—Bueno, bueno. Pero si te portas mal, le voy a decir que te gusta.

Luego de esa pequeña interacción, Josep pensó en su interior: es la primera amiga que he tenido en siete años de existencia. Alguien me habló sin que fuera por obligación. Alguien jugó conmigo y disfrutó de mi compañía. Eso le dio ánimos para volver.

Josep pensó que quizá, en la escuela, podría hablar con ella para no estar solo. Pero al iniciar su tercer día de clase, fue trasladado del salón 1A al 1B, porque sus notas, al no ser tan perfectas, lo bajaron a un grupo que no exigía tanto nivel de «inteligencia». No volvería a ver a Andrea más que en los recreos.

Pero lo peor no fue eso…

Al llegar a casa y contarle la situación a su madre, ella no lo tomó bien. Una correa y la ira ciega de su madre fueron lo único que experimentó. Una cruda paliza, como si peleara con una mujer adulta y no con un niño. Josep solo se encogió en el suelo cubriéndose el rostro. Al terminar, se quedó allí, llorando en silencio, aguantando las lágrimas, porque sabía que si lloraba, eso podía provocar más golpes.
¿Por qué?
Esa era la única pregunta que le pasaba por la cabeza… pero no podía hacerla.

Querido lector, si te ha gustado este escrito y te interesa conocer la vida de Josep, mantente atento a futuras publicaciones.
Te deseo un buen y cálido inicio de día.

Etiquetas: biyi

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