Preso en mí
Escribo estas memorias desde la prisión, sí, mi prisión. Esta cárcel en la que me encerré yo mismo -y sin darme cuenta- hace algunos meses: mis sentimientos.
No salgo de un embrollo para meterme en otro. ¿Por qué no puedo bloquear lo que siento tan fácil como bloquear mi teléfono móvil? Debería existir ese botón, ¿verdad? Pero lastimosamente no existe y esa es la razón principal por la que estoy metido en esta prisión.
No estoy hablando solamente de reprimir los malos sentimientos sino también los buenos, esos que te hacen sentir que eres libre, los mismos que muchas veces no son correspondidos y es ahí cuando sientes que estás amarrado con una cadena, sientes que te ahogas por no poder expresar todo lo que sientes, solo por el temor al rechazo. No me considero una persona temerosa, trato de enfrentar mis miedos, pero el rechazo, el maldito rechazo puede conmigo, me sobrepasa, me salta encima y me asfixia.
No suelo hablar de mis miedos, es ese flanco que nunca expongo, trato de ser completamente auténtico, de ser yo mismo, pero no muestro esa parte débil a cualquiera. Ya sabes lo que dicen: “entre más saben de ti, más poder les das”. Tengo pánico de que alguien me saque de esta cárcel y me lleve a la suya, un nuevo presidio donde pueda dormir tranquilo, pueda llenar de música cada rincón, cada pasillo, bailar, beber unas copas de vino, contar chistes, hacer el amor, follar, sonreír, vivir, vivir intensamente y olvidarme que estoy privado de mi libertad. ¿Pero por qué un lugar así debería darme pánico? Simple, se me agita la respiración de solo pensar que podría ser tan feliz en ese lugar y en algún momento, por circunstancias que solo la vida misma sabe, me devuelvan nuevamente a mi celda, en la que he estado desde que conocí el amor.
Escribir esta carta no me sacará de este encierro, pero sí me ayudará a hacer más llevadera la estancia en este inhóspito lugar. Cada línea que escribo me hace sentir menos maniático, un poco menos paranoico.
Este enclaustramiento me ha servido para pensar muchas cosas, pero pensar en exceso es nocivo, pensar en lo que fue, en lo que es, en lo que pudo haber sido, en lo que podría ser, en lo que me gustaría que fuera. De nada sirve sobrepensar aunque a veces parece que sí, lo llaman la ley de la atracción, y a pesar que no soy muy amante de las leyes, creo y doy fe de ella. He atraído muchos objetos, situaciones y personas a mi vida a través del pensamiento, consciente o inconscientemente.
No quiero una libertad condicional, quiero sentirme libre, creer que lo soy en verdad. Quiero escaparme, redimirme para siempre, cumplir todos mis sueños y los de los demás, encontrar a esa otra persona que me hará feliz durante mucho tiempo (ojalá durante lo que me resta de mi vida), omitir esas otras personas que pasan por mi vida antes de que encuentre a la verdadera, ese auténtico amor sincero. Quiero conocer todos los lugares que pueda en el mundo, escaparme a una isla, llevarme a esa persona conmigo, comer coco, mangos, libros, respirar aire puro, bañarme en el mar o donde sea.
En definitiva, deseo ser feliz y, de hecho, es una decisión que tomo a diario; pero más que eso, anhelo poder llenar a esa persona con alegría, conocimiento, afecto, en fin, con todo lo mejor que mi ser pueda ofrecer; hacerla reír, hacerla llorar, pero llorar de alegría y que esa persona me haga aún más feliz de lo que yo trato de ser todos los días.
Permanecer unidos y finalmente salir de esta húmeda, desolada y fría cárcel.
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