Mi mente no dejaba de girar. La propuesta de Leo era todo lo que siempre había soñado, pero también todo lo que siempre había temido. Convertirme en un Underdog significaba abrazar una vida llena de riesgos y responsabilidades. El peligro no era solo para mí, sino también para mis padres. ¿Cómo iba a pedirles que me permitieran hacer algo así? ¿Cómo iba a explicarles que, pese a todo, esto era lo que realmente quería?Aquella noche apenas pude dormir. Las palabras de Leo resonaban en mi cabeza junto con la incertidumbre de lo que dirían mis padres. Pero antes de que pudiera reunir el valor para hablar con ellos, la decisión se tomó por mí.A la mañana siguiente, alguien llamó a la puerta. Mi papá abrió y, al otro lado, se encontraba un hombre alto, de traje impecable, con una actitud que combinaba humildad e imponencia. Parecía un personaje sacado de otra época, alguien que pertenecía tanto a la historia como al presente.
– Buenos días. Me llamo Juan Cortés – dijo el hombre con una voz profunda y calmada – Soy un caballero de la Orden Kiviar, y vengo a hablarles sobre su hijo.
Mis padres intercambiaron miradas, claramente confundidos y algo preocupados. Mi mamá, Sara, me llamó para que bajara. Cuando llegué al recibidor, el hombre ya estaba dentro, explicando la situación con una tranquilidad que contrastaba con la gravedad de sus palabras:
– Los enemigos de los Underdogs han puesto a Mateo en la mira – dijo Juan, mirando a mis padres directamente a los ojos – La Orden está de acuerdo en que lo mejor para protegerlo es que se una formalmente a los Underdogs. De lo contrario, el peligro será aún mayor.
Mi mamá llevó una mano a su boca, visiblemente angustiada. Mi papá, Bruno, frunció el ceño, tratando de asimilar lo que escuchaba.
– ¿Cómo puede esto protegerlo? – preguntó finalmente mi papá, con un tono que mezclaba preocupación y escepticismo.
Juan respondió con paciencia, explicando que unirse a los Underdogs significaría recibir entrenamiento, apoyo y protección. Que sería parte de algo más grande, con recursos para enfrentar los peligros que lo acechaban. Pero mi mamá no estaba convencida.
– Esto es demasiado. No podemos exponerlo a algo así. Debe haber otra manera. Tal vez podríamos irnos de la ciudad. A otro país, incluso… – su voz se quebró antes de terminar la frase.
– Mamá… – intervine, con el corazón latiéndome con fuerza – Esto no se trata solo de mí. Es algo más grande. Yo… siento que esto es para lo que nací.
Pasaron días de tensión. Mi mamá estaba ansiosa, considerando todas las opciones posibles para protegerme, mientras mi papá intentaba mantener la calma. Finalmente, después de muchas conversaciones, Bruno accedió, entendiendo que no había otra opción realista. Con su apoyo, logró convencer a mi mamá de que permitirlo era la única manera de mantenerme a salvo.La noche antes de mi decisión final, mi mamá se sentó conmigo en el sofá. Sus ojos estaban llenos de lágrimas, pero también de determinación.
– No quiero perderte, Iván – dijo, tomando mis manos entre las suyas.
– No me vas a perder, mamá. Esto es para lo que nací. Y te prometo que voy a estar bien.
A la mañana siguiente, con el permiso de mis padres, fui a la tienda de cómics. Al entrar, allí estaba Leo, esperándome con una sonrisa tranquila. Se inclinó levemente hacia adelante y dijo:
– Bienvenido, Iván. ¿Listo para convertirte en un Underdog?
Sonreí pronunciando las palabras que sentí que estuve esperando toda mi vida para decir:
– Nací listo.
La primera vez que Underdog me llevó a la guarida fue como entrar a otro mundo. Pasé detrás del mostrador de la tienda de cómics, atravesé una puerta que decía «Solo personal autorizado» y me encontré en un corredor angosto que daba al edificio trasero. Allí, me llevó hasta una pesada puerta metálica que se abrió con un código. Lo que vi después me dejó boquiabierto: un espacio amplio y bien iluminado, lleno de computadoras, pantallas gigantes y equipo que parecía sacado de una película de espías.
– Bienvenido a la guarida – dijo Underdog, con una sonrisa.
A mi alrededor estaban ellos, los Lobos Solitarios, el equipo que sería mi guía y mentores en esta nueva vida. Geralt, el líder, con su nombre tomado de «Geralt de Rivia,» me estrechó la mano con fuerza. Era alto, de cabello largo y gesto serio, pero su voz transmitía calma y autoridad. Luego estaba Emiliano, apodado «El Coyote,» un tipo ágil y con una energía que parecía inagotable. Ezequiel, conocido como «Ébano,» tenía un porte imponente y una mirada que podía atravesarte, pero su sonrisa era cálida. Rubén, o «Huracán,» era un torbellino de entusiasmo y fuerza, mientras que Luis, el más joven después de mí, era «El Alacrán,» un estratega nato con una lengua afilada y una actitud desafiante.
—A partir de ahora, serás uno de nosotros —dijo Geralt—. Tu trabajo en la tienda será la fachada perfecta. Cuando vuelvas a la escuela, vendrás aquí por las tardes. Trabajarás, sí, pero también entrenarás y cumplirás misiones cuando sea necesario.No podía creerlo. En un día, mi vida había dado un giro de 180 grados. Ya no solo era Mateo el estudiante; ahora era Mateo el Underdog en formación. «Spyder Poison,» como me habían apodado por mi rapidez en adaptarme y mi sigilo. Aunque admitieron que probablemente cambiarían el nombre, en ese momento me pareció lo más genial del mundo.En los meses que siguieron, de marzo a julio de 2023, mi entrenamiento fue intenso. Aprendí a defenderme, a pelear, y a mantener la cabeza fría en situaciones límite. El sistema de los Underdogs combinaba técnicas de Krav Maga, Eskrima y Aikido como base, pero también incluía elementos de Tae Kwon Do, Karate, Hapkido, Tang Soo Do, Judo, Jiu-Jitsu, Lima-Lama e incluso un poco de Capoeira. Cada día era un reto, pero uno que aceptaba con entusiasmo.Además de las técnicas de combate, me mostraron los artilugios que los Underdogs utilizaban. Muchos de ellos llegaban desde Monterrey, enviados por Jared, un ingeniero apodado «Lazerforge.» Desde dispositivos para escalar hasta herramientas de comunicación avanzada, Jared parecía capaz de diseñar cualquier cosa que los Lobos necesitaran.Pero lo que realmente transformó mi vida fue el parkour. Pasé de caminar inseguro por las calles a correr y saltar por los techos de la ciudad. Al principio, apenas podía mantener el equilibrio en los muros bajos. Pero con la guía de Geralt y los chicos, poco a poco aprendí a moverme con fluidez, a sujetarme de donde pudiera y a convertir la Ciudad de México en mi terreno de juego. Geralt solía decir que el parkour no era solo una técnica, sino una filosofía: «Es el arte de adaptarte, de encontrar caminos donde otros ven barreras.»La ciudad también ayudaba. Los cables de alta tensión que llenaban las calles cuando era niño habían sido reemplazados por redes subterráneas. Además, la CDMX de ahora tenía más rascacielos, puentes y estructuras que la hacían perfecta para alguien como yo. Cada salto, cada movimiento era un recordatorio de que estaba superando límites, tanto físicos como mentales.En esos meses, con cada entrenamiento, sentí que renacía. Pasé de ser un chico común a alguien capaz de enfrentarse al mundo con una confianza que nunca había tenido. No era solo el riesgo ni la adrenalina, aunque ambos estaban presentes. Era la catarsis de convertirme en algo más, en alguien que podía marcar una diferencia.
Y eso era apenas el comienzo.
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