0.5 – «Perros de la Calle» – 17-04-2023
Me quedé un rato en la papelería sólo, de pronto aterrado. La cajera de la papelería me pasó la libreta con el recibo de pago y me ofreció una bolsa. La tomé sin decir nada, y me acerqué a la salida pero me quedé un rato ahí, viendo si el chico ya se había alejado. Un golpe de paranoia me asaltó contra mi voluntad. Un montón de pensamientos de que tal vez mis papás tenían razón, que no debía salir solo tan pronto y que estaba expuesto y sólo ante la ciudad atacaron por un flanco y por otro. Creo que el guardia notó que estaba poniéndome mal porque me preguntó si necesitaba ayuda. Sacudí la cabeza. Al ver que no había rastro del chico de la levita afuera, me obligué a salir. Caminé al lado del restaurante «Fusione» con paso acelerado, sin que el olor del pastor o de la pasta pudieran tranquilizarme.
Pasé junto a la plaza Galerías Insurgentes, tratando de calmarme. Mis pasos seguían siendo rápidos, con el instinto insistiendo en que debía poner distancia entre yo y esa sensación de peligro. Pero al llegar junto al Liverpool principal, las luces y el ruido de la avenida Félix Cuevas me dieron algo de alivio. Pensé en tomar esa ruta para irme a casa; no tenía razón para quedarme más tiempo por ahí.
Cuando llegué a la esquina, el caos comenzó.
Un tipo alto, con un traje blanco impoluto, pelo negro perfectamente peinado y una barba corta, se acercó a mí como si nos conociéramos, sonriendo bajo un par de lentes oscuros. En un movimiento que parecía casi amistoso, me tomó del cuello, pero su voz fue lo que me heló la sangre:
– Así que tú eres el que escapó en Vallarta – dijo con un tono frío, casi indiferente, mientras me arrastraba con él unos pasos. El «abrazo» tenía una sutil fuerza de la que no habría podido zafarme, sintiendo cómo podría romperme el cuello sin intentara correr.
Mi mente quedó en blanco, salvo por los asaltos que llegaron de toda clase de miedos y sensaciones de «Ya valió… » como ninguna que nadie quisiera vivir. El terror fue por supuesto inmediato. Sentí cómo el ataque de pánico me asediaba, mi respiración acelerándose, mi pecho apretándose como si una garra invisible lo estuviera estrujando. Intenté moverme, pero el tipo me sujetó con fuerza por la camisa, su gesto tan controlado que nadie en la calle parecía notar nada fuera de lo normal.
– Vas a venir conmigo, despacio… –
murmuró, inclinándose hacia mí como si estuviera susurrando un secreto. – Y esta vez no habrá escapatoria.
Intenté murmurar algo, pero mi garganta se cerró. Mis ojos buscaban a alguien, a cualquiera que pudiera ayudar. Un hombre pasó junto a nosotros, mirándome por un instante. Aproveché la mínima oportunidad y logré susurrar:
– Ayuda…
Pero la mirada del hombre se cruzó con la del sujeto de traje blanco, que ni siquiera se quitó los lentes oscuros. Bastó un segundo para que el desconocido desviara la vista y apresurara el paso, prefiriendo no meterse en donde no lo llaman (aunque sí lo había llamado… a él y a quien sea que estuviera cerca)
El mundo se sentía cada vez más pequeño. Mi mente gritaba que debía gritar, pelear, hacer algo, pero mi cuerpo no respondía. El sujeto me seguía llevando hacia una camioneta blanca que acababa de estacionarse cerca, y el miedo era un peso tan grande que me dejaba paralizado.
Y entonces, lo vi.
El chico de la levita negra apareció detrás del asaltante. No caminando, no corriendo. Patinando. Sus movimientos eran increíblemente fluidos, casi como si flotara. Llevaba la misma expresión tranquila de antes, pero ahora su mirada estaba fija en mí.
Antes de que pudiera procesar lo que sucedía, el chico levantó discretamente una mano con algo que soltó un destello platinado. No miró al sujeto, pero en un movimiento preciso y rápido disparó al pie del asaltante, soltando un estruendo breve y fuerte.
El grito de dolor del hombre rompió el aire, aunque no fue lo suficientemente fuerte para causar un escándalo inmediato. Soltó mi camisa por instinto, tambaleándose, y yo aproveché para retroceder, tropezando con mis propios pies.
– Corre a la plaza – me dijo el chico, su tono sereno pero con una autoridad que no dejaba espacio a dudas, mientras escondía el pequeño revolver con el que había dado el tiro de vuelta en su manga.
Yo no me moví, congelado en mi lugar. Fue entonces que, como si supiera que necesitaba un último empujón, el chico se colocó un pasamontañas negro con un logotipo en forma de cruz, el mismo diseño de la libreta. Mientras lo hacía, disparó de nuevo, esta vez hacia la camioneta blanca.
– ¡Corre! – repitió, esta vez con un tono más firme, mientras sacaba una navaja que brillaba con la luz de los faroles.
Mis piernas finalmente reaccionaron. Me di la vuelta y comencé a correr hacia la plaza, mi corazón latiendo tan rápido que sentía que iba a salirse de mi pecho. Apenas alcancé a ver de reojo cómo dos o tres figuras encapuchadas más aparecían en la avenida, dirigiéndose hacia el caos.
Mientras corría, los gritos de la gente a mi alrededor se mezclaban.
– ¡Villano! – escuché a alguien gritar, señalando al sujeto de traje blanco que seguía tambaleándose.
– ¡Underdogs! – gritó alguien más, con un tono entre reverencia y temor.
Yo ya no sabía quienes o qué eran exactamente los Underdogs, pero una cosa era clara: me acababan de salvar la vida.
Corrí hacia Galerías Insurgentes como si mi vida dependiera de ello, porque, en cierto sentido, lo hacía. Apenas crucé la entrada principal, mi mente se llenó de pensamientos contradictorios: la seguridad que siempre había sentido en ese lugar y el peligro inminente que ahora traía conmigo.
Siempre me había encantado esta plaza. Su diseño evocaba una antigua estación de trenes, con grandes ventanales y una estructura que parecía sacada de otro tiempo. Me había imaginado muchas veces cómo sería vivir una aventura en un lugar como ese, pero ahora, con mi respiración agitada y mi corazón latiendo con fuerza, lo único que quería era encontrar un escondite. No había tiempo para disfrutar la arquitectura; el miedo y la adrenalina se encargaban de borrar todo lo demás.
Apenas llegué a la zona de los pasillos centrales, oí pasos acelerados detrás de mí. No estaba solo. Giré la cabeza lo suficiente para ver a cuatro figuras enmascaradas acercándose. No eran como el hombre del traje blanco, pero tampoco inspiraban confianza. Cada uno vestía un traje que parecía sacado de una película de bajo presupuesto, pero el efecto que tenían en mí no era gracioso, sino aterrador.
El primero llevaba una especie de botarga naranja, peluda y grotesca, como un duende salido de una pesadilla. El segundo era más imponente, con un traje verde y musculoso que parecía a punto de estallar por los movimientos del portador. El tercero, con una armadura roja brillante, tenía un aire teatral que no hacía más que aumentar su presencia intimidante. Y el cuarto, vestido con algo que recordaba a una mezcla entre roca y demonio, se movía con una fuerza que hacía temblar el suelo a cada paso.
Aceleré el ritmo, pero ya no era suficiente. Me estaban acorralando.
De pronto, desde los extremos del pasillo, aparecieron cuatro figuras encapuchadas. Sus movimientos eran rápidos y precisos, y su vestimenta negra con detalles en rojo los delataba: eran Underdogs. No dijeron una palabra, simplemente se lanzaron al ataque, enfrentándose a los villanos con una coordinación sorprendente.
El pasillo se llenó de sonidos de golpes, choques y gritos. La gente alrededor se dispersó, algunos corriendo hacia las salidas, otros escondiéndose en las tiendas. Yo me quedé paralizado, tratando de entender lo que estaba pasando.
Y entonces lo vi.
El hombre del traje blanco apareció al fondo, cojeando, pero con la misma mirada fría detrás de sus lentes oscuros. Me buscó con la mirada y, al encontrarme, comenzó a avanzar hacia mí, como si el caos a su alrededor no existiera.
Antes de que pudiera acercarse más, una sombra oscura se cruzó en su camino. El chico de la levita negra, ahora completamente encapuchado y vestido con un traje negro con detalles rojos, lo enfrentó.
El hombre del traje blanco intentó algo, pero fue inútil. En cuestión de segundos, el chico lo derribó con una precisión que parecía ensayada. El hombre cayó al suelo, gritando de dolor mientras intentaba levantarse, pero el chico ya no le prestó más atención.
De pronto, un estruendo se escuchó desde afuera. Algo volaba por el aire, y al levantar la vista hacia el gran reloj de la plaza, lo vi: una silueta sobre un planeador que parecía sacado de una película de ciencia ficción. La gente afuera gritaba mientras el sujeto, que parecía ser otro villano, disparaba hacia las patrullas y creaba caos en plena avenida Insurgentes.
Los Underdogs no dudaron. Uno a uno salieron corriendo hacia la calle, dejando atrás el enfrentamiento en los pasillos. Yo me quedé ahí, inmóvil, viendo cómo el caos se trasladaba al exterior.
La calma regresó lentamente, pero no del todo. Policías comenzaron a llegar a la plaza, asegurando a todos que la situación estaba bajo control. Algunas personas sacaban sus teléfonos para ver las noticias. En las pantallas de los locales cercanos, aparecía la transmisión en vivo: el villano en el Flyboard estaba enfrentándose a cinco Underdogs en medio de la avenida. La pelea era intensa, pero finalmente lograron derribarlo y neutralizarlo.
Pasó un rato antes de que pudiera moverme de nuevo. Me quedé en uno de los bancos cercanos, con la mente a mil por hora. ¿Qué estaba pasando? ¿Quiénes eran los Underdogs realmente? Y, más importante, ¿por qué me estaban persiguiendo?
Mis pensamientos fueron interrumpidos por una mano que se posó en mi hombro. Salté, casi gritando, pero al girarme, lo vi.
Era el chico de la levita, ahora sin el pasamontañas, con su expresión tranquila y una sonrisa ligera en el rostro.
– Creo que ahora sí tendremos esas hamburguesas después de todo – dijo con un tono casi casual, como si todo lo que había pasado fuera apenas una anécdota más en su día.
No supe qué responder, pero algo en su presencia me hizo sentir, por primera vez en mucho rato, que todo iba a estar bien.
No podía creer lo rápido que todo había cambiado. Hace apenas unos minutos estaba corriendo por mi vida entre los pasillos de una plaza llena de caos, y ahora estaba sentado en una cabina de Rocket Burgers, con una malteada de vainilla frente a mí y cinco desconocidos comiendo hamburguesas como si nada hubiera pasado.
Geralt, el chico encapuchado que me había convencido de comprar esa libreta, bebía cerveza con una calma que casi me ofendía. A su lado estaban Emiliano, Rubén, Ezequiel y Leonardo, los otros cuatro que habían aparecido para ayudar. Reían entre ellos, haciendo comentarios en voz baja mientras yo intentaba entender qué demonios estaba pasando.
– ¿Qué? – espeté, mirándolos con el ceño fruncido.
– Nada, nada – dijo Emiliano, mientras limpiaba la salsa de su boca con una servilleta. – Es solo que… estás algo joven para todo esto, ¿no?
Rodé los ojos, pero antes de que pudiera responder, Geralt alzó una mano, como para decirles que se calmaran.
– Ya, tranquilos. Estamos aquí para hablar, no para molestarlo.
Aproveché el silencio para soltar todas las preguntas que llevaba acumulando desde hacía semanas.
– ¿Quiénes son ustedes? ¿Por qué los Underdogs siempre aparecen para salvarme? ¿Y qué quieren conmigo esas personas? Primero fue en Vallarta, donde ese tal «Underdog» me salvó del secuestro, ¡y ahora esto!
Todos intercambiaron miradas como si estuvieran decidiendo quién debía hablar primero. Geralt suspiró y se inclinó hacia adelante, apoyando los codos en la mesa.
– Mira, Iván, hay algo que necesitas entender. Lo que pasó en Vallarta no fue casualidad. Y lo que pasó hoy tampoco lo fue.
– ¿Qué quieres decir? – pregunté, aunque en el fondo sabía que la respuesta no me iba a gustar.
– Que alguien te quiere, y no es precisamente porque seas tú – dijo, mirándome fijamente. – Es por lo que representas.
Eso no me aclaró nada.
– ¿Qué represento yo? Solo soy un estudiante de prepa.
Geralt me mantuvo la mirada, sin pestañear.
– Eres más que eso. Tú y otros jóvenes como tú están en la mira porque son descendientes directos de los caballeros Kiviar.
Parpadeé, incrédulo.
– ¿Los Kiviar? Eso es un cuento. Mi abuelo me hablaba de ellos como si fueran una leyenda, caballeros antiguos luchando por el bien. ¿Me estás diciendo que son reales?
– Totalmente reales – respondió Rubén, con un tono que no dejaba espacio para dudas.
– Y tú eres parte de su linaje – agregó Leonardo, inclinándose un poco hacia adelante.
Me reí nerviosamente, tratando de encontrarle sentido a todo.
– Esto es absurdo. Si son reales, ¿por qué nadie habla de ellos?
Geralt tomó un trago más de su cerveza antes de contestar.
– Porque no quieren ser encontrados. La Orden Kiviar ha mantenido su existencia en secreto durante siglos.
Fruncí el ceño.
– ¿Y ustedes? ¿Cómo saben tanto de los Kiviar?
Geralt sonrió apenas, como si estuviera esperando esa pregunta.
– Porque nosotros somos su legado. Bueno, una parte de él. Los Underdogs somos una creación de la Orden Kiviar. Piensa en nosotros como una versión moderna de su misión.
– ¿Los Underdogs son de los Kiviar?
– Exacto – intervino Emiliano, dejando su hamburguesa en el plato. – La Orden creó a los Underdogs para actuar entre los jóvenes y en público. Somos la cara moderna de una orden antigua.
No sabía si reírme o salir corriendo.
– Entonces… ¿me están diciendo que los Underdogs existen por los Kiviar?
– Exacto – dijo Ezequiel. – Y por eso los enemigos de la Orden te quieren. Tú eres… especial.
Solté una carcajada sarcástica.
– ¿Especial? ¿En qué sentido?
Geralt dejó su vaso y me miró con seriedad.
– Eres un descendiente directo de un linaje intacto de caballeros Kiviar. Eso es algo extremadamente raro.
Me quedé callado, tratando de procesar lo que acababa de decir. Durante años había pensado que las historias de mi abuelo eran solo eso, cuentos para pasar el rato. Ahora parecía que todas esas historias se estaban convirtiendo en mi realidad.
– Esto no es justo – murmuré, más para mí mismo que para ellos.
Geralt asintió lentamente.
– No lo es. Pero estamos aquí para protegerte. Esa es nuestra misión.
Los miré a todos, y por primera vez sentí algo de alivio. Tal vez no podía confiar en ellos del todo, pero al menos no estaba solo.
Guardé silencio un rato, sintiendo el peso de todo lo que acababan de decirme. Lo extraño fue que, en lugar de llenarme de miradas inquisitivas o preguntas insistentes, los chicos me dejaron en paz. Era como si entendieran que necesitaba ese momento para ordenar mis pensamientos. Se sintió bien, algo que no esperaba.
Finalmente, rompí el silencio:
– ¿Qué quieren de mí? – pregunté, sin molestia, pero con la suficiente firmeza para que no evadieran mi pregunta.
– ¿No te lo dijimos ya? – dijo Emiliano. – Buscan a todos los que son de sangre Kiviar, y considerando que vivimos en un país donde casi todos descienden de…
– No – lo interrumpí, sacudiendo la cabeza. – No hablo de ellos, quienes quiera que sean sus enemigos o «villanos» o como la gente les llame. Hablo de ustedes. ¿Qué quieren ustedes de mí? ¿Mi vida ahora se trata de esperar a que vuelvan a intentar secuestrarme y que ustedes me salven? ¿Así por siempre? ¿Y nada más?
Geralt esbozó una mueca que, más que sonrisa, parecía un gesto complacido, como si mi pregunta le hubiera gustado.
– Ciertamente no – respondió con un tono que casi sonaba burlón. – No sería una vida muy tranquila, aunque de ninguna forma es posible tener una.
Lo miré, esperando algo más, y él continuó:
– Lo cierto es que esperamos que puedas reconectar con ese elemento de tu pasado del que, según nos han informado, te alejaste cuando creciste.
Eso me desconcertó.
– ¿De qué están hablando? ¿Cómo saben de mí? ¿Quién les informó qué?
Geralt no dudó ni un segundo en responder:
– Hablo de tus padres, niño. Tus padres, aunque lejos, siguen siendo parte de la Orden.
Mis pensamientos se detuvieron en seco. Aquello me golpeó como un balde de agua fría. Era una idea que había fantaseado alguna vez, pero escucharla en voz alta me llenó de extrañeza.
– No han sido muy cercanos a la Orden últimamente – continuó Geralt, ignorando mi expresión de incredulidad –, especialmente desde que murieron tus abuelos paternos. Pero seguimos teniendo contacto ocasional, y sabemos que tú, en algún momento, eras un entusiasta de todo este asunto.
– Pero eran historias… solo eso – murmuré, con una risa nerviosa que intentaba cubrir mi incomodidad. – No van… – Me aclaré la garganta. – No van a decirme en serio que esos «damas y caballeros» existieron, o que tuvieron las aventuras que mi abuelo decía que tuvieron.
Geralt negó con la cabeza, con una expresión de decepción fingida.
– Lo que me sorprende y decepciona es que tú hayas dejado, no de creerlas, sino de saber que son ciertas. Es tan tonto como dejar de «creer» que América fue descubierta o que a Newton le cayó una manzana en la cabeza.
No supe qué responder. Era absurdo, pero también había algo que resonaba en lo que decía.
Después de comer, Geralt me propuso salir a caminar. «Así aclaramos la cabeza», dijo. No tenía un plan mejor, así que accedí.
Salimos del restaurante y caminamos por Félix Cuevas, cruzando hacia Avenida Universidad. El aire fresco me ayudó a calmarme un poco, aunque mi mente seguía a toda velocidad. Geralt comenzó a hablar con un tono más relajado, como si quisiera que dejara de sentirme atacado.
– Mira, los Underdogs no surgieron de la nada. Fueron creados por la Orden como una forma de involucrar a los jóvenes y mantener la lucha visible entre las nuevas generaciones. Somos como una versión más… ¿cómo decirlo? Urbana.
– ¿Y por qué «Underdogs»? – pregunté, más por curiosidad que por interés real.
– Porque, a simple vista, siempre estamos en desventaja. – Geralt sonrió, mirando al frente. – Pero eso nunca nos detiene.
Me sorprendió darme cuenta de que una parte de mí entendía ese espíritu. Incluso antes de todo esto, había sido un seguidor silencioso de los Underdogs. No como ellos, claro, sino de lo que representaban.
– ¿Sabías que la cuenta Spyder Poison tiene varios seguidores dentro de los Underdogs?
Me detuve en seco y lo miré.
– ¿Qué…?
– ¿Creías que pasaba desapercibida? – dijo con una risa suave. – Tu cuenta fue lo que nos hizo ponerte en el radar desde hace tiempo.
No supe si sentirme halagado o asustado.
– Era solo un pasatiempo.
– Tal vez para ti, pero para nosotros, mostraba algo importante: crees en esto. O al menos, creías.
No supe qué decir, así que Geralt continuó:
– Lo que intento decir es que no puedes huir de esto. Ya estás en la mira de tus enemigos, así que… ¿por qué no enfrentarlos?
– ¿Quieres que me convierta en un Underdog? – pregunté, sintiendo que mi estómago se revolvía.
– Es una opción – dijo con calma. – Sería mejor que esperar a que vuelvan a buscarte.
La idea me asustó, pero lo primero que vino a mi mente no fueron los peligros, sino mis padres.
– Ellos me matarán.
– Tal vez no – respondió Geralt. – Hablar con nuestro jefe podría ayudarte a entender.
Seguimos caminando, y pronto llegamos a un Oxxo. Sobre él había una tienda con un letrero que decía «Galáctico». Geralt subió por las escaleras, y yo lo seguí sin protestar.
Cuando entramos, el ambiente olía a cómics viejos y figuras de colección. Frente al mostrador estaba el joven que me había salvado en Vallarta.
– ¡Iván! – exclamó con una sonrisa genuina. – ¡Mira quién llegó!
No supe si sentir alivio o un coraje enorme por no comprender casi nada, pero esa sonrisa me pareció la primera cosa completamente sincera en todo el día.
El sitio era a simple vista «sólo» una tienda de cómics, pero en los cuartos de bodega se escondía un paso que daba a las dos casas traseras en la calle, que estaban formalmente abandonadas y eran usadas como «guarida» por el equipo.
Mi anfitrión se recargó contra la pared de la tienda, cruzando los brazos mientras me miraba con una mezcla de curiosidad y seriedad.
—Me llamo Leo Sánchez —dijo, con una voz que llevaba un peso innegable. Sus ojos me evaluaban, como si buscara alguna reacción en mi rostro. Luego añadió—: Confío en que nunca dirás ese nombre a nadie que no deba saberlo.
Asentí, incapaz de articular palabra al principio. La tensión en el ambiente era palpable, pero también había algo electrizante en la situación.
—Tranquilo —continuó, suavizando su tono—. No es tan dramático como parece. Pero hay cosas que deben mantenerse en secreto para proteger a los que están en esto.
—Entendido —respondí finalmente, sintiendo que mi voz sonaba más firme de lo que esperaba.
Leo esbozó una leve sonrisa y se separó de la pared, caminando lentamente por el local mientras hablaba.
—Los Underdogs nacieron hace casi nueve años, en 2014 —comenzó—. Fue mi respuesta a un movimiento que seguro has escuchado: el «Real-Life Superhero Movement» o RLSH. Surgió en Estados Unidos y otras partes del mundo, pero me parecía que les faltaba algo. Eran valientes, sí, pero también caóticos, desorganizados y a menudo efímeros. Yo quería algo más. Algo que no solo fuera una moda pasajera.
Se detuvo frente a un estante lleno de figuras de acción y tomó una al azar, observándola con detenimiento.
—Así que creé a los Underdogs —continuó—, como una fachada para la Orden, pero también como un movimiento independiente que luchara por y con los jóvenes. Quería inspirar un movimiento que no fuera político ni ideológico, sino algo diferente: algo heroico, altruista, con valores, disfraces e identidades secretas que se sintieran reales. Algo que les diera a los chicos una razón para luchar y a la vez algo que proteger.
—¿Tú creaste todo esto? —pregunté, incrédulo.
—Así es —dijo, dejando la figura en su lugar y girándose hacia mí—. Y lo hice porque no podía quedarme de brazos cruzados. Viví cómodamente en Estados Unidos durante un tiempo cuando era niño, pero no podía ignorar la hipocresía. La mala calidad de vida y la inseguridad no solo están en México, también existen allá, solo que se esconden mejor. Eso me llenaba de coraje.
Hizo una pausa, como si estuviera decidiendo cuánto compartir. Luego continuó:
—Todo comenzó cuando visité las ruinas de un castillo Kiviar. Fue algo… bueno, «místico» es la mejor palabra que se me ocurre. El momento divisorio de mi vida. Allí encontré inspiración y, eventualmente, me uní a la Orden como escudero de un caballero. Tal vez ahora ya no llevan escudos para que uno los cargue, pero el puesto sigue existiendo en la Orden aún dentro de los tiempos actuales. Ese caballero falleció hace algunos años, pero su legado me llevó a ser lo que soy ahora: un caballero de pleno derecho. Y, por tanto, a liderar todo esto.
Me quedé en silencio, intentando procesar lo que me decía. Era demasiado… Un castillo Kiviar. La Orden. ¡¿Un caballero?! Era como si hubiera entrado en una novela de fantasía, pero de algún modo tenía excelente encaje con la realidad. Sabía que aún existían órdenes que antaño habían sido de caballería, sólo que ahora eran más simbólicas (la Orden de Malta, la Orden del Santo Sepulcro, etc), pero esas siempre tenían solamente a distinguidos aristócratas como integrantes, y aquí tenía a un chico apenas un poco más grande que yo siendo un Caballero de la Orden Kiviar que, deja tú que fuese cosa del pasado, se supone que ni siquiera existía… y aunque tal vez no con espada ni escudo, era un caballero que le propinaba palizas a los malos.
—¿Y «Underdog»? ¿Cómo comenzaste con eso? —logré preguntar finalmente. Leo sonrió.
—Comencé como un vigilante en las ciudades del sur y el oeste de Estados Unidos. Luego, cuando regresé a México para la prepa, traje la idea conmigo. Y sí, antes de que preguntes: fui a la prepa aquí en la ciudad. De hecho, asistí a la prepa 9, allá en La Villa. Un número adelante de ti.
Eso me tomó por sorpresa. Este superhéroe reconocido por todo el mundo había sido un estudiante como yo en mi misma ciudad y en la misma línea de preparatorias. Conocía la prepa 9 aunque, desde luego, no tanto como él que había estudiando en ella. Esa era «La Prepa de La Villa», la mía era «La Prepa de Mixcoac» (o «de Plateros»).
—¡No puede ser! —exclamé—. ¿Estuviste en la prepa 9? ¿En serio?
—¡En serio! —dijo, riendo—. Fue un tiempo interesante. Al mismo tiempo que estudiaba, me creé un alias en internet. Empecé a publicar en inglés, primero blogs, luego redes sociales. Al principio, era solo algo pequeño, pero se volvió viral. La gente pensó que «Underdog» era «gringo», sobre todo porque comenzó en Texas. Pero en realidad soy mexicano, y ahora estoy aquí, porque esta ciudad me necesita. He monitoreado todo el movimiento casi por completo desde México.
—Y todo eso … ¿Lo hiciste tú solo?
Leo negó con la cabeza.
– Al principio, sí. Pero no tardó en crecer. Me convertí en una leyenda urbana, y después en una figura real. Hoy, los Underdogs son miles. Tengo a muy buenos aliados que manejan las redes principales de la causa allá en Texas y en otros lados del «gabacho», y no sólo usan sus propios alias, incluso se turnan para fingir ser yo, y así se mantiene la creencia de que estoy allá, en el corazón capital del mundo occidental, y así yo puedo moverme con más libertad en mi querida madre patria. Tenemos algunos centenares de comprometidos itegrantes del movimiento, pero son miles, casi millones de chicos los que crean sus alias y participan en redes. Algunos pocos lo toman más en serio y se unen a nuestras filas como vigilantes en sus ciudades. Es como una versión organizada, bien entrenada, del movimiento RLSH. Me aseguro de que todos reciban el entrenamiento adecuado y sobre todo estamos al tanto de su seguridad. La Orden me brinda apoyo para ello. Es mi proyecto y mi obra, pero en realidad, lo entregué a la Orden como una nueva forma de que ella pueda actuar entre los jóvenes y en el mundo contemporáneo. Sin ese apoyo y supervisión, creo que ya se me habrían ido las cabras al monte desde hace rato.
Hizo una pausa y me miró directamente a los ojos.
— Iván, esto no es solo un juego ni una moda. Es un movimiento. Una forma de darle sentido a las cosas, de marcar una diferencia. Y creo que tú podrías ser parte de esto, si así lo decides.
Me quedé sin palabras. No sabía qué responder, pero algo dentro de mí empezaba a despertar. Una chispa. Algo que, quizá, había estado esperando todo este tiempo.
—Mira —dijo Leo, inclinándose ligeramente hacia mí—, las cosas no están bien en este país. En el mundo, pero aquí en particular es preocupante. México está siendo azotado por el crimen organizado y los cárteles. Pero no son solo ellos; todo está conectado a algo más grande. Lo llamamos «La Revolución», y ellos se llaman a sí mismos así. Están convencidos de que harán algo tan grande como lo que hicieron Hidalgo o Zapata en sus épocas. Su objetivo es alterar el orden del país hasta controlarlo por completo, pero no es sólo crímen y anarquía… hay un plan y un interés detrás. Quieren estallar y apoderarse de México abiertamente, convertirlo en una especie de «estado de crímen» de acuerdo a sus propias leyes.
Sentí un escalofrío al escucharlo. Leo continuó, su tono cada vez más serio:
—Y esto no es exclusivo de México. En Europa está sucediendo algo similar con un personaje llamado «Azarat». Lidera una revolución neo-pagana que busca ponerlo a él como emperador del continente. Su idea es revivir un helenismo pagano y estoico, adorar a los dioses olímpicos y expulsar el globalismo y el progresismo de Europa. En pocas palabras, quieren rehacer el mundo a su imagen.
Hizo una pausa, dándome tiempo para asimilarlo.
—Los Kiviar y los Underdogs están luchando contra eso Aquí y ahora. El grupo que intentó secuestrarte forma parte de la revolución. ¿Por qué a ti? Bueno, no eres el único. Secuestran jóvenes cada semana y ni siquiera tienen que tener ninguna relación con nosotros para eso, sólo lo hacen por dinero o por puro gusto. Pero a ti en particular les llamó la atención lo que hacías como «Spyder Poison». Esta organización del crímen se está moviendo con mayor frecuencia que nunca antes y este año, 2023, es crítico. Es el último antes de las elecciones de 2024, donde se debatirá entre el régimen, los partidos de oposición, y un movimiento emergente llamado «V-C-R» que Dios sabrá si sirve de algo.
—¿Y ustedes? —pregunté—. ¿A quién apoyan los Kiviar y los Underdogs?
Leo me miró con intensidad.
—A nadie. Nuestro objetivo es asegurarnos de que la revolución no meta mano en las elecciones, las campañas ni los resultados. No podemos permitir que tomen control de este país. Tienen comprados a cientos de funcionarios y gobernadores.
Tomó un respiro antes de añadir:
—Iván, necesitamos jóvenes como tú. Sabemos lo activo que estuviste en redes como «Spyder Poison». Tienes un talento que no podemos ignorar. Quiero ofrecerte la oportunidad de convertirte en un Underdog de manera formal.
La propuesta me dejó helado. Era algo que jamás había imaginado, pero al mismo tiempo, sentía que era lo que anhelaba. Algo dentro de mí luchaba por decir que sí, pero también sentía miedo: miedo al peligro y, sobre todo, a lo que pensarían mis padres.
—Lo pensaré —dije finalmente, con la voz cargada de dudas.
Leo asintió, comprensivo.
– Hazlo. Tómate tu tiempo. Y si decides unirte, aquí estaremos.
Nos despedimos. Geralt, el hombre que me había escoltado, me acompañó hasta mi casa en Villa de Cortés. Mientras caminábamos, no pude evitar pensar en todo lo que acababa de escuchar. Algo me decía que mi vida estaba a punto de cambiar para siempre.
OPINIONES Y COMENTARIOS