Él la esperaba en el sitio acordado, después de mucho tiempo de lo ocurrido y de no haberla visto a los ojos. Quizás ninguno de los dos entendía por qué querían salir a algún lugar. Simplemente disfrutaban estar juntos y hablar, porque se sentían plenos al hablar con la otra persona. Libres. Y aún con el dolor que pudieran sentir, era algo que muy el fondo querían hacer, que valía la pena. Ella llegó al lugar y lo miró a los ojos, tratando de contener las emociones y sentimientos que guardaba desde aquel día. Se abrazaron, incomodos, sin saber cómo reaccionar, sin saber que sentir, confundidos por la marea de sentimientos que golpeaba al corazón. Recuerdos pasaron por la cabeza de ambos, fugaces, pero lo necesariamente lentos para disfrutar nuevamente de esos momentos donde solo podían sonreír y no pensar en nada más que en ambos como uno solo. Él no quería soltarla, solo quería estar ahí y que todo se detuviera, que esos dos segundos durarán años y esa simple escena perdurará. Pero tuvo que soltarla, como aquel día.
Hablaron de todo lo que había sido de ellos en todo ese tiempo sin entrar en detalles en sus sentimientos. Trataron de hacer como si no hubiera pasado nada, pero ambos sentían en el ambiente que eso era imposible. Solo podían sonreír, nerviosos, mientras disfrutaban de su compañía. Caminaron, tentados a agarrarse de las manos una vez más, para sentirse a salvo en un mundo lleno de incertidumbre y caos. Se sentaron, con ganas de recibir un abrazo o poder recostarse en los hombros de la otra persona, pero a sabiendas que no era correcto. En ese momento, él no pudo aguantar más, tenía una espina en su corazón desde hace tiempo, necesitaba sacarla, necesitaba alivio. Ella quizás sentía lo mismo. Así que, él se apresuró a decir aquello que a diario pensaba.
– ¿Puedo decirte algo? – Preguntó él, como de costumbre.
-Sí- contestó ella, sabiendo que aquella pregunta siempre precedía a algo importante.
– ¿Quieres ser mi novia, por un día? – preguntó. Ella se sobresaltó, quedó congelada, igual que la primera vez que sintió la textura de sus labios rozando los suyos. -Es algo que no dejo de pensar, nunca pude despedirme de ti, de buena forma. Y si hubiera sabido que la última vez que nos vimos sería la última, lo hubiera disfrutado más. Así que te propongo que durante el tiempo que nos resta, no le hagas caso a la razón, dejes de pensar y solo sigas a tu corazón. Sé que de alguna forma aún estoy ahí. Quiero que este momento se transforme en aquello que no pudo ser, por las diferentes razones. Quiero que recordemos este momento, como la última vez que nos vimos siendo algo. Despedir toda esa relación de la mejor manera, siendo felices juntos. Cuando este día llegue a su final, seguiremos nuestro camino como lo hemos hecho desde aquel día. – Explicó su idea, de la mejor manera que pudo. Ella seguía congelada, sin saber cómo reaccionar. Parte de ella deseaba este último momento, lo único que falto en esa relación. La otra parte, sabía que esto era algo que no debía suceder. Entre sus dudas, su cuerpo reaccionó inconscientemente, asentando con la cabeza y sonriendo. Ella era indecisa por naturaleza, pero en ese momento, sabía lo que quería.
-Sí, quiero ser tu novia, por lo que resta de nuestro día- Contestó, con una sonrisa y al borde de las lágrimas. Él se lanzó sin perder un segundo y la besó, con todas sus fuerzas, como nunca lo había hecho en su vida. Sintieron sus labios, una vez más, aquellos labios con los que de vez en cuando soñaban y extrañaban. Él acaricio con suavidad su rostro, aquel rostro que solamente a él se le permitía tocar. Paso sus dedos sobre su mejilla, donde se detuvo por un momento, para después bajar a su cuello y terminar enredado en sus delicados cabellos. La mano de ella comenzó acariciando su cabello, como era su costumbre, para después buscar refugio en su espalda, donde con delicados movimientos le causaba ligeras cosquillas que él disfrutaba. Se miraron a los ojos fijamente, todo a su alrededor se detuvo por un instante, y con las palabras del silencio se pudieron decir cuánto se querían.
Caminaron tomados de la mano, una vez más. Comieron y hablaron, igual que en sus recuerdos. Cada uno reía con las ocurrencias del otro, chistes que solo ellos podían entender, referencias tan absurdas que ellos disfrutaban. Por unas cuantas horas, su única preocupación fue hacer feliz al otro. Hacer de esas horas, las mejores que pudieron tener. Para conservar ese momento en su memoria y recordarlo con felicidad. Porque representaba el impacto que cada uno tuvo en sus vidas, el apoyo que se tuvieron en los momentos difíciles, la ayuda que se dieron para crecer como personas, por conocerse cuando ambos lo necesitaban, los aprendizajes que obtuvieron, la confianza que recuperaron juntos y el saber que una persona podía amarte, dando todo de sí, con tal de verte con una sonrisa todos los días.
Llegado el momento, subieron al auto, para que él la llevará a su casa. Ella abrió su puerta con los trucos que aprendió desde la primera cita. Ninguno sabía cuales canciones poner durante el trayecto, tardaron unos minutos en decidir, para terminar con las canciones de costumbre que ambos conocían. Durante esos veinte minutos de carretera, cantaron con todo su pulmón, un poco desafinados, pero sin pena alguna, sintiéndose plenos. Era uno de los momentos en los que se sentían capaces de hacer cualquier cosa, si esa persona estaba a su lado. Sin alguna vez mencionarlo, ambos se regocijaban escuchando la voz de la otra persona al cantar. Para sus oídos eran hermosas melodías.
El tiempo se terminó. Por más lento que se pudiera ir, el tiempo nunca para y era una realidad que los golpeó cuando menos lo querían. Detuvo su auto en el mismo sitio donde él la había recogido, consumido por los nervios, la primera vez que salieron. Los dos se bajaron, sabiendo que ahí se terminaba todo. Matices de tristeza quisieron colorear el ambiente, pero ninguno lo permitió, sabían que hasta el último segundo juntos solo podía significar felicidad. Se abrazaron una última vez como pareja. Se besaron una última vez como novios. Ninguno dijo nada, ninguno quería desperdiciar los restos de tiempo con palabras. Y sus memorias solo trataban de grabar, de la manera más fiel, la sensación y movimientos de la otra persona. Se separaron una vez más, conscientes de que la tregua había terminado. Ella caminó hacia la entrada de su casa y él se quedó a la espera. Ella volteó justo antes de entrar. Sonrió, y él respondió de la misma manera. Una sonrisa que solamente se podía traducir de una manera, gracias.
Regresó a su auto y se puso camino a su casa. Se encontraba inmerso en sus propios pensamientos, recapitulando todo lo que acababa de ocurrir. Tenía una sensación de que él no estaba en su cuerpo, mientras todo comenzaba a verse borroso. Sus músculos, por suerte, conocían el camino de regreso, y su cuerpo entró en un estado de piloto automático.
Despertó en su cama sin tener claro el momento en que llegó. Tenía los recuerdos borrosos. Se encontraba demasiado confundido. Y solo pudo sonreír ante tal situación.
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