Por el andén de tono Azul

Por el andén de tono Azul

Me coqueteaste como cualquier otra chica lo haría, abordaste mi noche en esa fiesta con dos vasos de whisky, ante mi cansancio no eras más que otra buscando divertirse. Pero me sacaste conversación sobre como el alcohol moldeaba los pensamientos y mis verbos fluyeron.

Tiempo después mis dedos resbalaban sobre tus piernas y en sexo casual te oí gemir escaleras arriba en una casa desconocida, sobre sábanas ajenas. Tenías un cuerpo excepcional y no me interesaba quién eras, aún. Tu vestido corto gris subía por tu cintura y descubrí marcas dibujadas en tu piel pálida, te pregunté tu nombre sin intención de cortar la belleza de no conocerte, evadiste la pregunta con una invitación al cigarrillo. Acepté. Me guiabas por la noche.

Me llevaste de la mano hacia el balcón de aquella habitación. Calada tras calada oía tus palabras mientras estudiaba tu rostro y sus detalles, admiraba la curvatura de tus labios besar el cigarrillo que humeaba y se perdía en la oscuridad de la noche. Volví a preguntar tu nombre y tú, curiosa respondiste: «¿Qué hay de ti?».
«Soy un don nadie, estoy a la mitad de todo y a la vez, a la mitad de la nada, un punto muerto, no avanzo, no retrocedo, ¿sabes? sólo estoy allí».

Te acababa de conocer, pero te veía como veo a un espejo, a un alma conocida, una silueta familiar y distorsionada. Aún así, no sabía nada acerca de ti. Miraste por dentro de mí sonriendo, como leyendo mis sentimientos, recostada sobre la baranda escuché «La vida nunca va ningún lado» salir de ti, resonando dentro de mi vacío.

Te despediste de mí rosándome apenas los labios, petrificado te observé alejarte, atravesar la habitación y cruzar el umbral de la puerta, oía tus pasos como tonalidades melancólicas de piano. La ciudad atrajo mi mirada, elevándose sobre mí, los edificios y la noche oscura. Repitiendo esa última frase que parecía la respuesta a lo que en mis noches de insomnio buscaba: «La vida nunca va a ningún lado».

Recordé de tu rostro, como si siguieras aquí y me pareció hermoso, caí en cuenta que disfruté de tu compañía más de lo que disfrutaba los días, porque así de triste son mis tiempos. Me dejé llevar, me paralizó lo veloz que la noche se convirtió en tu espectáculo, un bucle de tu conversación. Y volví a la realidad. Dudé en ir tras de ti. Me convertiría en el típico muchacho ilusionado por una noche que va tras la chica. Pero quería invitarte a fumar más cigarrillos sobre balcones y sentirte conocida sin saber ni tu nombre. Fue suficiente para buscar mi abrigo y cruzar la habitación. Metí mis manos frías en los bolsillos para sacar mis cajetilla de cigarrillos, al sacar el primero que toqué, vi unas palabras borrosas escritas en la caja, una dirección, tu dirección. Presioné el cigarrillo, lo encendí. Y salí de aquel lugar a buscarte a las afueras de la ciudad, cerca a la playa. La ubicación contrastaba contigo, a la vera de las olas y sus melodías. Me adentré en la ciudad, a tientas de que la noche me lleve a ti.

Tomé el metro a su última parada. Durante todo el camino atravesando la urbe, tus besos anteriores cobraron profundidad en mí. Observé a través de la ventana el paisaje geométrico, deseé que desapareciera ya para dar paso a la playa. Bajé del vagón, salí de la estación, pensé en alguna excusa que decirte, alguna mentira, pero nada se me cruzó, lo siento, no soy muy creativo. Caminé por la acera y sonreí al sentir la fría briza marina. Arriba el cielo comenzaba lentamente a tornarse azul, tal vez ese era tu nombre. Busqué tu casa y la encontré en la esquina de una alameda, que perfecto y poético espacio. Vi caer algunas hojas muertas sobre tu entrada antes de tocar la puerta.

El pedazo de caoba se abrió al contacto. Entré extrañado, mi imagen cambió, tus ropas estaban reposando sobre la alfombra, más allá, un camino escarlata parecía guiarme, lo seguí con el capricho de verte. Escaleras arriba se abría un pasillo con puertas a los lados, en una de ellas, la manecilla avecinaba una mancha. Entré con pasos lentos. Por la ventana de tu baño se tenía una hermosa vista de la playa, los primeros rayos de sol daban luz a tu piel pálida, quitándole oscuridad a tu cuerpo inerte y desnudo. Te encontrabas recostada sobre la bañera, semisumergida en agua tintada de muerte que cubría tus senos. Me senté a tu lado, al tomar tu mano te sentí real, pero ya no estabas. ¿Lo estuviste alguna vez? Me guiaste a tu muerte, me hiciste disfrutar de ti antes de acabarte. ¿Habrías sentido paz? Tal vez eso buscabas, una última noche, un último placer, un último cigarro, una última conversación y un último hombre que vaya detrás de tus pasos. Te llamé por el nombre Azul, como la noche en que te conocí, como el mar que se hacía escuchar allá afuera y por como estaba yo ahora, azul. ¿Te habría gustado ese nombre? Tus ojos eran así y ahora se ocultaban bajo tus párpados. Quise besarte, una lágrima se liberó y se aferró a ti. Me embriagó la tristeza que sentí por ti y por mí, tengo encima las mismas razones para acabar como tú.

Decidí dejar de observarte y contemplé el amanecer. El sol naciendo por encima del mar me cegó. Tenías razón Azul, la vida nunca va a ningún lado.

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