Cae la noche,
parpadean las luces
bajo las encorvadas farolas,
surgen las sombras,
despiertan las luciérnagas
como lucecitas viajeras
que iluminan la soledad.
Piso los charcos,
recorro las calles,
me abro camino
por los callejones
con antros oscuros,
bullicio, griterío, humo,
mientras un cigarro fumo.
Recuerdo esa noche,
la llevo tatuada
y la madrugada
me lleva a él,
a su sonrisa, a mi sonrisa
siento su caricia,
me la recuerda la brisa.
En esa noche especial
alguien me estaba esperando
alguien que tocó mi hombro
y con una sonrisa preciosa
me dijo «baila conmigo»
y se armó el rompecabezas,
él supo colocar las piezas.
Yo me buscaba a mí misma
y él me ayudó a encontrarme,
solo con mirarme,
sin espejo me hizo verme,
me hizo reconocerme
y volver a tocar el cielo.
El tacto de su piel,
el deseo en su mirada,
el eco de su risa,
ese amor que llega y no avisa,
que transforma el viento en escarcha
y que aunque pasa muy deprisa
lo guarda en su alma la poetisa.
Esa fue mi noche,
ese fue mi hombre, mi día
de música, baile, melodía,
eso era lo que yo creía…
quizás no no fuese nadie, ni nada,
pero así lo escribe la pluma
de una poeta enamorada
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