Ahí estaba él… sentado en el piso de aquel pabellón solitario, con la tristeza de una tarde después de llover y las horas pasándose justo en frente, sentado con un cuaderno y su lápiz. Enamorado como muchos, pero amando como pocos, esperando según él la valentía de hablarle a ese amor que pronto dejaría de ver. Nunca se le hizo tan larga una tarde de noviembre ni tan triste la lluvia. Quizá él no tenía el físico de los personajes de algunos libros ni la inteligencia de un prodigio. Pero tenía lo que ahora no todos tienen, un corazón puro, no perfecto, pero uno dispuesto siempre a corregirse. Tantas veces había pensado en aquellos días en los que no tuvo el valor para declarar lo que sentía y por eso ahí estaba, hasta un poco incrédulo porque nunca vio en él tanta valentía. Aunque las cosas eran claras para él, aunque su corazón ya sabía que nada de lo que soñaba con aquella hermosa joven iba a pasar, él quería hacerle saber lo que sentía.
Y cuando llegó el momento, cuando aquella hermosa joven por fín apareció, cuando iba pasando frente a él, cuando él la vio y sintio que el tiempo se detuvo en ese lugar y que nada se movía más que aquella joven y el alterado palpitar de su corazón, cuando la oportunidad de su vida se le presentó ante sus ojos… él, no hizo nada… y no fue que la realidad de que algo entre ambos era imposble lo detuviera… bastó para él admirar por última vez a su amor, ver los últimos pasos que daría en ese lugar, ver la última sonrisa que quedó grabada en aquellas paredes y en su corazón.
Para él sólo bastó susurrarle al oído con sus latidos que la amaba… mostrarse a símismo lo bello que es amar sin condición.
A veces querer decir algo no significa que cambiará la situación, hay cosas que solo nesecitas sentirlas y saber que es real y que lo disfrutas y no siempre hacerlas saber.
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