Terminaba el otoño y en invierno había dejado caer todos sus colores, aquella árida planicie se tiño de naranja, verde marchito y dorado brillante, el trigo se mecía al ritmo de las frías brisas que se sentían a pesar del despejado cielo y los resplandecientes rayos de sol que cubrían el lugar y empañaban la vista en la inmensidad del campo.
El lugar tenía mucho encanto aunque un aire triste, quizá por la estación del año o por la precariedad y mal gusto de pequeña vivienda que se vislumbraba en la cima de la colina, una construcción, edificada en dos niveles en dirección al Este, cuyas habitaciones se comunicaban a través de pasillos descubiertos con barandas de hierro que fueron puestas ahí, seguramente para darle algo de estética, quizá para que se sienta más acogedor o probablemente para evitar algún accidente.
Aunque no recuerdo muy claramente porque estaba en ese lugar, al llegar se me asignó una habitación, la primera del segundo piso, era un lugar austero pero con los básico y suficiente para poder tener una estancia temporal cómoda, en la entrada, donde había una puerta perfectamente instalada, también se acomodó una cortina que permitía cierta privacidad incluso cuando la puerta se mantenía abierta.
Entre al lugar y mientras pretendía acomodarme en la cama de pronto y sin que existiera alguien en el pasillo, ni tampoco se sintiera alguna brisa en el exterior, la cortina se levantó, simulando que alguien habría entrado a la estancia, de repente algunos objetos y menesteres acomodados en una pequeña vitrina empezaron a moverse y flotar en el aire, mi cuerpo se paralizo, mi estómago dio un vuelco y sentí que el aire se me había cortado, atrapada por el temor, solo atine a cerrar los ojos, encogerme y rezar, mientras clamaba mi oración las cosas dejaron de moverse, la cortina se levantó nuevamente y el visitante salió huyendo de aquel lugar, sin embargo la curiosidad pudo más que yo y salí corriendo tras de él.
Me apoye en la baranda del pasillo mire a la planta baja, ahí estaba el, la imagen que vi no la había visto jamás, vislumbre un hombre mediano, quien decidió dejarse ver porque no se fue mientras me acercaba a él, a medida que me acercaba podía ver su figura extremadamente delgada sin nada que cubriera su cuerpo y en realidad no hacía falta, porque era un cuerpo asexuado, simplemente era una figura aparentemente humana blanca de los pies a la cabeza, pelo abundante largo blanco y una barba que cubría la boca y parte de su pecho, ojos nublados y lechosos, nariz afilada, su delgadez extrema me permitió fácilmente notar todos y cada de los huesos que formaban su columna vertebral, era una columna tan pero tan larga que terminaba en una cola arrastrada por el piso formando la típica figura de la cola de satanás, obviamente entendí quién era, sin embargo y contrariamente al temor que me provocaba, encontré la confianza y seguridad para acercarme a él.
Cuando me acerque el visitante se puso cómodo sentándose de cuclillas flexionando sus rodillas a la altura de los hombros tal cual fuera el dibujo de una rana, con cierto reparo y teniendo plena conciencia de que se tratara de un ángel caído, me arrime hacia él para preguntarle en voz baja si alguna vez podrían perdonarme, a lo que él, con cierto desdén y apatía contesto: “- Si a mí me perdono, a ti también te ha perdonado –“.
Desperté muy sobresaltada, pensado no solo en la respuesta que había recibido, sino más bien de quien la había recibido, porque que a veces cargamos culpas que no sabemos que existen, quizás las heredamos de la vida o quizás las fabricamos en nuestras cabezas, sin embargo, vengan de donde vengan debemos saber que todas pueden ser perdonadas, incluso con recibiendo ayuda de quien menos esperamos.
OPINIONES Y COMENTARIOS