Todos perdidos en el desierto, el profesor había caído en un pozo de arena movediza. Alrededor estaban de pie los niños de su clase llorando, ya quemados por el sol. Tenía la arena hasta el cuello y desde esa perspectiva podía ver (aunque nadie sepa si solo se trataba de un espejismo) un oasis a la distancia. Mientras los niños sollozaban mirando como se terminaba de hundir el profesor, este les gritaba con lágrimas en los ojos: “¡Corran a la sombra! ¡Corran a la sombra!”
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