A veces el «no» que más dolió es el «sí» que necesitábamos para ver distinto.
No voy a mentir: dolió.
Era de esas oportunidades que uno imagina como “la gran puerta”. El proyecto perfecto, la alianza soñada, el paso que sentís que va a cambiar todo.
Y no se dio.
Al principio me cuestioné. ¿Qué hice mal? ¿Por qué no fui elegido? ¿Qué me faltó?
Esas preguntas que se clavan justo donde más te cuesta aceptar que no tenés el control de todo.
Pero el tiempo —y el silencio— te enseñan algo que los éxitos no siempre te muestran:
ganar perspectiva vale más que ganar cualquier contrato.
Empecé a ver lo que antes no miraba.
Entendí que el enfoque que tenía era corto. Que me estaba adaptando a algo que no resonaba con mi esencia.
Y que esa oportunidad… tal vez no era para mí.
No porque no pudiera lograrlo, sino porque tenía algo mejor que construir.
Ese “no” me obligó a repensar, reorganizar y revalorizar lo que ya tengo.
A descubrir nuevos caminos que no hubiese visto si todo salía como “yo quería”.
Y lo más importante: a confiar más en mi proceso y no solo en los resultados.
Porque a veces, perder no es retroceder.
Es ganar claridad.
Es soltar para avanzar.
Es hacer espacio para lo que realmente te está esperando, pero aún no lo podés ver desde donde estás.
Hoy no tengo esa oportunidad… pero tengo algo mejor: tengo dirección.
Tengo paz.
Y tengo un propósito más claro.
Así que si estás en ese momento en el que algo no se dio como esperabas, solo quiero decirte esto:
No lo perdiste todo. Tal vez ganaste justo lo que necesitabas.
OPINIONES Y COMENTARIOS