Un Legado de Amor y Sabiduría
Pedro Jiménez nació el 2 de septiembre de 1923 en Uracoa, Estado Monagas, en un hogar humilde pero lleno de amor. Desde su llegada al mundo, marcada por el manto de la fortuna, su vida estuvo impregnada de carisma y magnetismo. Hijo de Carmen Teodora Cotúa y Pedro Rafael Jiménez, su padre falleció cuando él apenas tenía tres meses, dejando a su madre y a su abuela, Felicia Jiménez, como pilares fundamentales en su crianza. Pedro creció rodeado de mujeres fuertes: su madre, su abuela ciega y su tía Narcisa, quien, a pesar de su discapacidad, le enseñó la importancia del ahorro y la disciplina.
Desde muy joven, Pedro mostró un espíritu trabajador y una sed insaciable de conocimiento. A los diez años, vendía bolas de nieve para ayudar a su familia, y a los diecisiete, ya era un pedagogo admirado en la escuela Petiòn, donde impartía clases de castellano, matemáticas y psicología. Su pasión por la enseñanza y la lectura lo llevaron a convertirse en un autodidacta, dominando el inglés, latín y el francés, recibió una beca para estudiar ingeniería civil en Estados Unidos, aunque decidió renunciar a esta oportunidad para cuidar de su madre y hermana.
A lo largo de su vida, Pedro se destacó en múltiples campos: fue topógrafo, poeta, locutor.
Secretario de gobierno en Delta Amacuro. Su legado educativo incluyó la fundación de varias escuelas en la región, y su amor por la poesía lo llevó a escribir, diferentes obras que, reflejan su sensibilidad y romanticismo.
Pedro Jiménez fue un hombre de espíritu generoso, y de un profundo amor por la educación. Su carácter pasivo y su devoción a Dios lo convirtieron en un ser querido y respetado en su comunidad. A pesar de las adversidades, siempre mantuvo una actitud positiva y un deseo inquebrantable de ayudar a los demás. Su vida estuvo marcada por un compromiso inquebrantable hacia su familia, a quienes amó con fervor.
Como esposo y padre, Pedro fue un pilar fundamental en la vida de sus hijos. Tuvo ocho Hijos, en diferentes relaciones. Su legado se refleja en la educación y los valores que inculcó en sus descendientes, quienes continuaron su camino en el ámbito académico y profesional.
A pesar de su fortaleza, Pedro también enfrentó sus miedos, especialmente su temor a la muerte. En sus últimos días, mostró una espiritualidad profunda, orando y buscando la luz en medio de la oscuridad. Su partida, el 11 de marzo de 2010, fue un momento de paz, dejando un legado imborrable en la memoria de quienes lo conocieron.
Pedro Jiménez no solo fue un educador y un líder en su comunidad, sino también un hombre que supo amar y dejar huella en cada corazón que tocó. Su vida es un testimonio de la importancia de la familia, la educación y la espiritualidad, valores que perduran en sus hijos y nietos, quienes continúan su legado de amor y sabiduría.
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