
En un país olvidado por todos, la política se había vuelto un juego sucio de mentiras y secretos, donde la verdad se torcía como una serpiente en manos de los que mandaban. Pedro, un hombre de mediana edad con el rostro curtido por el sol y el trabajo duro, miraba las noticias en su viejo televisor mientras se preparaba para otro día en el mercado.
Pedro había heredado el puesto de frutas de su padre, y cada mañana se levantaba con la incertidumbre pintada en la cara, sabiendo que su destino dependía de los caprichos de una élite que se había olvidado de él y de tantos otros hace tiempo. El mercado, que antes estaba lleno de vida y risas, ahora era un lugar de miradas tristes y precios por las nubes, reflejo de un sistema económico roto por la avaricia de unos pocos. Pedro, con su rostro cansado, ofrecía sus frutas a un precio inflado, tratando de sobrevivir en un entorno cada vez más hostil.
En medio de este caos, los debates políticos se habían convertido en shows ridículos, más cercanos a un teatro barato que a la búsqueda de soluciones reales. Pedro veía a los candidatos, impecablemente vestidos, lanzarse acusaciones y promesas como si fueran gladiadores en una arena de palabras. Cada argumento era una puñalada, diseñada para destruir al oponente en lugar de construir un futuro mejor para el país.
«Esos políticos no saben nada de lo que pasa aquí abajo», pensaba Pedro mientras acomodaba sus naranjas. «Hablan y hablan, pero nada cambia.»
El pueblo miraba estos debates con una mezcla de incredulidad y resignación. Pedro, como muchos otros, sabía que, sin importar quién ganara, los cambios serían mínimos y la corrupción seguiría infiltrando cada rincón del gobierno. Pero a pesar de todo, Pedro mantenía una chispa de esperanza, soñando con un día en el que la política volviera a ser lo que debería: una herramienta para mejorar sus vidas y no un arma para oprimirlas.
Mientras el sol se alzaba sobre el mercado, Pedro seguía adelante, vendiendo sus frutas y buscando la luz en un mundo que parecía decidido a vivir en la oscuridad. La chispa de esperanza en su corazón era pequeña, pero constante, y en medio de las sombras y los susurros, él seguía creyendo que algún día las cosas podrían cambiar.
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