Pedacito de cielo

Pedacito de cielo

DT13

10/09/2020

Aquella tarde se habían cumplido exactamente una década desde que muestro pequeño pedazo de cielo perdió toda su magia.

El día en que nuestro único escape se marchó, era igual a este; el sol poseía una luz opaca, aunque el calor era más intenso que en cualquier otro verano, no se podría apreciar ni la más mínima brisa, todo extrañamente calmado -El clima perfecto para las tragedias -repetía constantemente mi madre. Aun me sorprende que tuviera razón, ahora que lo pienso mejor, ella siempre tuvo la razón, la llegada de aquellas personas era el inicio de una de las peores tragedias jamás vistas.

Yo apenas era un niño cuando todo aquello ocurrió. Había comenzado el verano y todos estábamos emocionados, pasaríamos todo el día mirando a través de las pequeñas ranuras del cuarto el cual llamábamos nuestro pedazo de cielo. Aquel día nadie estaba allí, todos estábamos dispersados. Yo me encontraba con mi madre conversando sobre el clima:

  • Todo está paralizado –dije.
  • El clima perfecto para las tragedias – respondió.

En ese momento no entendí a lo que se refería, tampoco lo comprendí cuando aquel ruido monstruoso irrumpió, todos mirábamos aquella gran máquina color mármol que expulsaba toneladas de humo negro, oscureciendo su trayectoria; aunque a nosotros solo nos causaba admiración. Era más que increíble que aquella preciosa maquina albergada a personas aún más hermosas.

El primero en salir de aquel precioso carro fue un hombre de piel blanca casi como la nieve, vestido con un elegante traje de lino color azul oscuro, este iba seguido por una mujer y una pequeña niña ambas tan hermosas como el primero, vestidas con ropas de color blanco. La llegada de aquellas personas conmociono cada rincón de nuestro pequeño pueblo; aunque mi madre no pareció muy fascinada por la llegada de estas personas.

  • El clima es por ellos -dijo.

Nadie presto atención a sus palabras de hecho más adelante mi madre pasaría hacer la loca del pueblo; aunque más tarde mucho después de su muerte cada ciudadano pasaría a disculparse a su tumba.

Los recién llegados se adaptaron muy bien al pueblo mi madre les ofreció posada mientras se terminaba de arreglar su gran máquina. Poco a poco su visita fue alargándose a pesar de que su máquina estaba reparada. Nuestros nuevos inquilinos se adaptaron perfectamente a nuestro estilo de vida

Cristina, la pequeña niña de los visitantes se ganó poco a poco el derecho a jugar con nosotros, era tan delicada y torpe que fue necesario adaptar nuestros juegos a su lenta y torpe forma de moverse, aunque a ella nunca le molesto ensuciar esos delicados trajes de lino que vestía en su día a día.

La tranquilidad era algo que se disfrutaba en aquellos días de sofocante calor en los que el aire se negaba a soplar y el sol que solo asomaba algunos de sus rayos de su escondite entre las nubes. En uno de esos días de extenuante calor los nuevos habitantes conocieron nuestro pedazo de cielo, los mayores guiaban el camino y los más pequeños los seguíamos con cautela tratando de no estorbar. Pronto se hizo visible el pequeño y asolado cuarto de madera carcomida y zinc oxidado por las constantes lluvias y el sofocante sol de largos años, los invitados se asomaron por una de las interminables ranuras, ofuscados por la emoción de los demás miraron cuidadosamente a través de la ranura seleccionada.

    Están lloviendo caramelos! –grito Cristina emocionada.

    Al despegar sus rostros del cuarto nos miraban ofuscados por la sorpresa.

    • Esto es una maravilla! – exclamo el hombre. Aquel día fue el inicio de lo que sería el fin de nuestro pequeño pedazo de nuestro cielo.

    Transcurrido exactamente tres días a nuestro pueblo empezó a ser más concurrido, personas en máquinas monstruosas unas más hermosas que otras irrumpieron llevándose con esas grandes nubes de humo y esos espantosos ruidos nuestra paz, toneladas de personas se amontonaban en largas filas que se extendían en las destrozadas calles de nuestro pequeño pueblo solo para mirar por un corto tiempo por las ranuras del pequeño cuarto añejo que materializaba tus más grandes deseos.

    Los habitantes del pueblo no notaron el cambio tan rápido como mi madre.

    • Nos van a arruinar – decía.

    Para los demás ese era un cambio realmente positivo; las calles fueron arregladas, las casas re-modeladas; pequeñas chozas de caña se convirtieron en coloridas casas de cemento y zinc, la comida fue más abundante en esos años y los servicios cada vez más variados, se construyeron hospitales, supermercados, ferreterías, escuelas, numerosas industrias y vistosos hoteles. Nuestro pequeño pueblito paso a ser uno de los lugares más concurridos de aquella época todo gracias al pequeño cuarto que había impresionado a los primeros visitantes.

    • Esto es una desgracia -repetía mi madre.
    • Una bendición, nunca hemos estado mejor -le respondían los ocasionales visitantes nativos.

    Los días pasaban atareados y ruidosos la antigua paz de la que presumíamos se había esfumado, los días se pasaban sin aviso alguno era como si lo visitantes arruinaran el tiempo con esos pequeños artefactos que nos decían la hora exacta en la que nos encontrábamos.

    Yo apenas había entrado a la adolescencia cuando me tuve que encargar del negocio de mi madre “la casita de Mary” rezaba el letrero de madera vieja color blanco que colgaba desde la puerta, mi madre lo había instalado frente a la casa – hay que adaptarse -decía -debemos comer. El negocio de mi madre fue perdiendo popularidad la con la construcción de nuevos hoteles, la posada de mi madre se redujo unos clientes ocasionales que buscaban historia. Mi madre ya sumida en la decrepitud no le quedaba más que sentarse en la entrada de la posada casi invisible debido a las numerosas rosas que decoraban el lugar y escuchar el bullicio de las calles, creo que esa fue la detonante de su locura la terrible monotonía en la que fundida, pues no mucho tiempo después de que se asentara y aceptara su invalides ella salió a la calles y empezó a echar a los transeúntes que ella diferenciara como extranjeros ayudándose de una cucharas y ollas de aluminio ocasionando un caos, tuvieron que auxiliarme tres hombre para regresarla a casa.

    • La señora Mary ha perdido la cordura -se escuchaba en las calles y por un buen lapso ese fue el tema que predomino en las calles.

    La posada nunca estuvo más concurrida todos deseando escuchar las delirantes palabras de mi madre y por ese pequeño lapso de tiempo todo estuvo bien días relativamente tranquilos ruidosos y ajetreados, pero para nosotros eso significaba tranquilos.

    Aquel día solo estábamos mi madre y yo en la posada, reposábamos cerca uno de los ventanales más grandes del viejo cuarto transformado para parecer un recibidor, las constantes lloviznas de días antes habían estropeado el clima, el cielo no estaba totalmente nublado y aunque el sol no relucía en su totalidad su calor abrazaba más que en cualquier otro día de verano, el viento se negaba a dar el más mínimo soplo de libertad para el sofocante calor que se vislumbraba y atormentaba a cualquiera que se atreviera a dejar su hogar.

    • Este es el día -dijo mi madre -aquí todo comenzó y todo terminara.

    Esas para mí era una más de las delirantes palabras de mi madre, las constantes repeticiones y el calor sofocante que se intensificaba debido a los gruesos techos de la casa, al pensar en todo aquello el tiempo en que no había ido a nuestro pedacito de cielo para mí era casi imposible de calcular sin ayuda, así que me encamine hacia el pequeño cuarto. Caminaba hacia nuestro pedacito de cielo a olvidarme del incesante calor. La fila que antes se extendía a lo largo de las calles ya pavimentadas desde hace años ahora era nula solo unas grandes máquinas y a las hermosas personas que comenzaron todo, conversaban de lo que más tarde sería la peor hazaña cometida en años. Las maquinas tiraron sin el más mínimo esfuerzo el pequeño cuarto asolado que cumplía tus más grandes deseos; pequeñas nubes doradas escaparon del cuarto llevándose los destrozos. Las cenizas doradas del pequeño cuarto se extendieron por todo el pueblo en un interminable paseo de destrucción sigilosa y aberrante, que convirtió una de las ciudades mas prosperas en un triste y asolado desierto.

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