El castillo se veía tan oscuro como en mis recuerdos, el rey de Nybos realmente detestaba la luz del día. Arrojé al suelo el último de los cadáveres y pasé por encima de él, encaminándome hasta la sala del trono, donde el rey seguramente estaría esperando.

Aquí no había puertas grandes que empujar, solo aparecí por entre las columnas iluminadas con una vela cada una. El rey yacía en su trono, con una espada de hoja ancha entre sus manos.

—Por su expresión, debe saber porque estoy aquí, padre. —Mientras guardaba el arco y la guadaña en mi espalda, saqué un pedazo de tela del maletín que cargaba para transportar las armas, con él me limpié la superficie de los guantes de la armadura, que pronto se oxidarían por la cantidad de sangre con la que los bañaba.

—El retorcido de Burke te envió. — A su lado estaba Dophas, el lobo del rey, recostado entre las piedras que se caían del trono por el tiempo, frente a él, en el suelo, estaba una lámpara de aceite que iluminaba la iracunda mirada del rey. Me encaminé hasta casi llegar a sus pies, donde me arrodillé.

—Quiere una especie de trato, no más hostilidades. —Él tan solo soltó una carcajada corta y me apuntó al rostro con una espada, haciéndome sentir el filo en la frente.

—¿”No más hostilidades”? ¡Pero si fue él quien envió un ejército a acabar con el mío!— empujó el arma intentando cortarme pero lo detuve con la mano derecha y sin levantar la cabeza, lo miré a los ojos.

—Sólo regresó el favor. — por un momento pensé en los diez hombres que el rey de Nybos mandó a matar, sus cabezas fueron colgadas en el gran árbol, donde mi princesa solía leer. A pesar de la expresión aterradora de mi padre, lo enfrentaría para garantizar la seguridad de mi princesa.

—No envió un ejército, Vosmos. — Por el pasillo de la izquierda, que encaminaba al comedor, apareció la figura de mi madre, con su largo y costoso vestido, escondiendo sus manos en las mangas doradas—. Envió una niña malcriada de quince inviernos a darle una lección a su amigo—hizo un ademán para que el rey bajara el arma—, intenta demostrar la diferencia entre nuestro poder y el suyo, esta niña acabó con treinta de los nuestros apenas entrar a la nación. No podemos ser enemigos— el tono burlón de mi madre me causaba cierta inseguridad—, ¿cierto, Synoe?

—El rey Burke envió un tratado de paz— lo tenía escondido en la bota, ahí no se llenaría de sangre—, “sigamos siendo amigos, Vosmos”, entre otras cosas. —Recité las pocas palabras que había enviado el rey de Agos mientras sacaba el pergamino.

—Al final mis decisiones siempre son correctas— mi madre se paró frente a mí, dándole la espalda al trono. Con una mano tomó el tratado y con la otra mi barbilla, inclinando mi cabeza hacia atrás—, no serias tan fuerte si no te hubiera vendido a Agos, ¿verdad, Synoe?— hacia muchos inviernos que no me llamaban por ese nombre, el nombre que mi padre me había dado al nacer, antes de ser vendida como trozo de carne al laboratorio de Agos.

—Dime, Synoe… ¿me odias?—preguntó mi padre poniéndose de pie, guardando la espada. Era una pregunta difícil de responder. Odiaba todo. La oscuridad, la rudeza, las armaduras, las columnas, a mi madre, a los soldados grotescos, los trajes, los suelos, todo. Pero no a mi hermano y a mi padre.

—¡Banna! ¡Banna, ven aquí!— llamó mi madre, sin darme tiempo a responder. Por otro lado, yo no tenía idea de quien era “Banna”. Pronto una chica un poco más pequeña que yo, salió del mismo pasillo del que salió mi madre momentos antes, las gemas características del reino Nybos brillaban en su cabeza, reflejando la poca luz que emitían las velas. Me pareció extraño que su ropa imitara mis colores en lugar de los de mi madre. Con ella venia un lobo parecido a Dophas, complementando la impresión imponente de “Banna”, pero al llegar a su rostro, aún era la mirada de una niña que no conocía la muerte.

—¿Qué sucede, mi reina?— poco tardé en deducir que ella era la otra hija del reino Nybos, una hermana. Mi hermana.

—Lleva a la señorita a la habitación de tortura, mientras decidimos que hacer con la propuesta del reino Agos.

—Sí, mi reina. — “habitación de tortura”, ¿ahora para eso usaban mi cuarto?

Lo supe de inmediato cuando se encaminó por el pasillo derecho de la sala del torno, abrió la primera y única puerta del pasillo, y me dio el paso sutilmente.

Mi cama que estaba frente a la puerta, había sido reemplazada por unos grilletes encadenados al suelo y el espacio de mi lobo, a la derecha, ahora era ocupado por armas colgadas en la pared. Banna no hizo más que cerrar la puerta pero yo conocía a mi madre, si me había enviado ahí, debía permanecer encerrada y encadenada. Banna parecía dudar, así que para evitarle el trauma de encadenar a su hermana, me puse los grilletes yo misma.

—¿Debo… torturarla, señorita Synoe?— preguntó mientras yo me recargaba en la gran piedra que servía de pared detrás de mí.

—Lo dejaré a tu criterio. — El castillo Nybos estaba hecho dentro de grandes rocas, tan grandes como montañas, servían de fachada y todo dentro del castillo asimilaba cuevas muy arregladas. Un castillo tallado en piedra, bastante hermoso. Sin embargo, no me gustaba—. Pero si lo haces, no respondo por tu vida.

—Entendido, señorita Synoe.

—Ángela. —Corregí. Banna se sentó frente a mí, con las piernas cruzadas, lo cual no sería posible si usara vestidos como mi madre en lugar de imitar mi ropa.

—¿Disculpe?

—No me llames Synoe, ese era mi nombre como princesa de Nybos, ya no soy nada de eso. — Banna sonrió mientras encendía una lámpara de aceite, sus ojos eran grises, casi blancos, tan claros que parecían emitir luz propia.

—Ángela es un nombre más bonito— en una esquina había un balde con agua y dentro un pedazo de tela. Banna empezó a limpiar la superficie de mis botas sin que se lo pidiera—, ¿también adoptó otro apellido?— dudé en responder.

—En Agos les dan el apellido “Herné” a los huérfanos— ella tomó mi mano y pasó el pedazo de tela con suavidad—, fui vendida como una huérfana, así que terminé siendo Ángela Herné.

—Es bueno tener una hermana. —Murmuró, intentando ocultar una sonrisa amable. Todo en ella emitía amabilidad como si hubiese sido criada para amar, lo cual estoy segura que no fue así.

—Dejé de ser tu hermana hace muchos inviernos. —Respondí, pero ella siguió limpiando partes de mi armadura, tratándome con la delicadeza con la que se le debía tratar a una princesa.

—Desde que mamá la—pensó sus palabras mucho tiempo—… Desde que usted se fue, papá ha estado bastante triste, igual Mosbhet y sobre todo, me han hablado mucho de usted. — No parecía estarme reprochando nada, más bien sonaba como si quisiera hacerme sentir mejor, sentirme querida por la familia que me vendió.

—¿Por qué frente a ellos los llamas “rey” y “reina”?

—Porque Mosbhet me lo pidió, dijo que era una manera de recordar su autoridad y nuestra merced —Terminó de limpiar las partes visibles de mi armadura, y ahí la detuve, porque sería incómodo si fuese más allá.

—Entonces Mosbhet se ha vuelto algo frio…

—Como el hielo, igual que todos los demás. De corazón frio y mirada de fuego.

—Tú no te ves así. —Me desmonté la guadaña y el arco de la espalda, y los arrojé a la pared donde estaban las demás armas.

—No quiero serlo, quiero ser algo más. —Se levantó y acomodó lo que yo acababa de aventar.

—¿Cuántos inviernos tienes?— pregunté, viendo su espalda encorvada, tenía un cuerpo muy pequeño y escuálido, un hermoso cuerpo de dama, mi princesa tenia uno parecido.

—Doce— abrió un poco la puerta para cerciorarse de que su lobo siguiera ahí—, a mi edad… ¿Cuántas criaturas había matado ya?

—Preferiría no decirlo. —Se giró sobre sus pies y me vio con demasiado interés como para mantenerme firme con lo que acababa de decir. Me descubrí las piernas; quitándome las botas y arremangando el pantalón hasta el inicio de mis muslos. Al final, los grilletes no restaban tanta movilidad como suponía.

—¿Qué son esas marcas?— preguntó.

—Cada línea acostada son las batallas, y cada línea vertical, las muertes. —Tenía como mínimo unas quince horizontales en cada pierna.

—¿A qué edad fue su primer batalla?

—Recuerdo que apenas caminaba… Derrumbé a alguien pegándole con el escudo en las corvas y cuando cayó, le atravesé el cuello con su propia espada— recordé el crujido de su piel y el sonido de su voz ahogada—, fue justo unas cuantas lunas luego de que me fui de aquí, te sorprendería lo peligroso que es el exterior de un castillo y sobre todo, lo fácil que es matar cuando mides menos de una vara.

—Entonces usted tenía unos tres inviernos. —Su cara no mostró terror, sino compasión.

—Si alguien se entera de esto que te acabo de contar, serán las últimas palabras que pronuncies. —Advertí, aunque no pareció preocuparle ni siquiera un poco.

Estuve ahí encerrada unos días, si mis cálculos no fallaban, había pasado una luna desde mi llegada, quizá. Viajar de Agos hasta Nybos era una luna a pie, por lo que si me liberaban ahora, llegaría unos días antes del invierno número diecinueve de la princesa.

En ese tiempo Banna estuvo entrando y saliendo del cuarto casi como si de eso dependiera su vida, traía comida, agua, a su lobo, incluso llevó un chico de su edad, quien dijo ser hijo de la mujer que se encargaba de la limpieza de su cuarto.

Esta vez había ido con el pergamino que días antes le había dado a mi madre. Cerró la puerta detrás de ella, dejando a su lobo afuera, custodiando la puerta. Se puso de rodillas y me dio el tratado. Yo tenía prohibido ver el contenido, y supongo que Banna también.

—Mi madre quiere que…— por algún motivo fui capaz de imaginar las palabras que diría luego de esa frase.

—Tortura, quiere que me torturen— completé, pues parecía ser muy difícil para ella transmitir el mensaje completo—¸ ¿lo harás tú?—pregunté, pero negó con la cabeza—, ¿puedes cuidar del pergamino mientras tanto? No quiero que se manche o dañe. —Ella asintió, conteniendo cualquier respuesta. Luego me quitó la armadura, gracias al cielo tenia ropa en los lugares más comprometedores.

Y, sin agregar nada más, salió del cuarto y dejó la puerta abierta. Se paró a un lado de la entrada, y vi cómo empezó a llorar, quizá para ella todo esto era demasiado, que su madre enviara a torturar a su hermana.

Poco después entró un hombre alto, tanto que tuvo que agachar la cabeza para cruzar el umbral, sus hombros eran anchos, estaba bastante proporcionado a pesar de la altura. Sus ojos brillaron con la luz de la lámpara de aceite, pero no es que hubiera una pizca de brillo natural en ellos, solo reflejaron el fuego. Tardé en reconocerlo.

—Mosbhet… Cuanto tiempo. —Su rostro se mostró tan afligido, tan quebrado, no era nada frio en comparación a las palabras de Banna. Él era el hermano que conocí, solo que más alto, más atormentado, más… de todo.

—Te prometo que esto no será así para siempre— su voz era ya la de todo un hombre, su tono estaba cubierto por una enorme tristeza—… Intentaré que sea lo menos doloroso posible.

—No, que duela, que queden marcas o mamá te castigará— rendida, me ajusté bien los grilletes—, solo que sea en lugares poco visibles, tengo una imagen que mantener en Agos— sonreí.

Al final, no supe si lloré más yo que él, era terrible que mi madre lo obligara a hacer estas cosas. Me enteré que cuando era pequeña, se escapó una vez para ir a verme a Agos, esa vez, mamá mató al lobo de Mosbhet.

—Lo siento tanto…— su voz ya estaba ronca, y su cuerpo yacía rendido frente a mí, y las armas de tortura tenían mi sangre en ellas, con eso bastaría para que mamá no lo castigara de nuevo.

—Gracias por proteger a Banna, es una gran chica, mejor persona de lo que se puede ser aquí. —Mis muñecas estaban rasgadas por el esfuerzo que inconscientemente había hecho para liberarme.

—Por favor llévala contigo— suplicó, poniéndose de rodillas a mis pies—, papá dio autorización antes de salir esta mañana, estará más segura en Agos ahora que el acuerdo de paz ha quedado firmado.

Mi madre era una mujer muy astuta, había enviado a Mosbhet porque sabía que yo no le tocaría un pelo, y además sabía que yo no diría nada de esto por la paz de los reinos, así mi padre ni siquiera se enteraría de algo, él se quedaría con la versión de que Banna cuidó de mí hasta mi partida. Esto también significaba que Banna no le importaba a mi madre, si la dejaba ir conmigo no podía ser otra cosa.

—Llévala contigo y enséñale a defenderse— me soltó los grilletes—, no puedo protegerla de mi madre para siempre.

—Simplemente no puedes protegerla, Mosbhet, la magia de la obediencia de mamá es muy fuerte— Me levanté con toda la entereza que mi cuerpo me permitió y pasé a un lado de mi hermano, quien seguía suplicando en el suelo—, no te preocupes, no dejaré que haya más víctimas por su mano.

—Sy, una última cosa— se levantó, su rostro estaba empapado y lleno de angustia—, por favor, ya no regreses.

—Sólo sigo órdenes, igual que tú. —Banna lloraba afuera con la misma intensidad que Mosbhet dentro.

—Partimos en este instante. —Le dije, mientras me vestía nuevamente, ahí en pleno pasillo, donde toda la servidumbre podía ver mi cuerpo herido. Eran heridas aparatosas, sin embargo, no dañaban nada realmente, solo eran una pantalla para cumplir los deseos de la reina de Nybos.

Una parte de mí, una oscura y profunda parte de mí, no podía soportarlo. No podía soportar que al final del día, los reyes hicieran lo que les placía con sus hijos y con su pueblo. El poder era lo que regía el mundo mágico, ¿y a mí? A mí solo se me acumulaban más cosas que proteger. En cambio, nadie cuidaría de mí, nunca.

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