Paradójico raciocinio primaveral

Paradójico raciocinio primaveral

Walter Mega

30/08/2024

Todo comenzó aquel soleado jueves de la fría primavera del año 2003… Llegué a mi oficina, prendí el ordenador, y, como un reflejo automático, revisé si había recibido algún mail interesante. Así fue que cuatro correos nuevos se prestaban a aparecer en mi bandeja de entradas… “Alargue su pene entre 3 y 8 centímetros” rezaba el primero; “Linterna sin lámpara ni baterías”, el segundo; “Ud. ha recibido un deposito de 1.000.000 de euros”, el tercero; y “¡Walter, hoy es tu día de suerte!” decía el último… ¿mi día de suerte?, pensé, claro, según dicho mail, me había ganado la posibilidad de comprar a muy bajo costo, una tostadora de pan persa… ¿Pan persa?,pensé… ¿Existirá el pan persa?… imaginé, y me quedé reflexionando varios segundos.

Bostecé, estiré mis brazos, mis piernas, cerré los ojos y después de un instante me dispuse a trabajar; y, entre la música de Sabina, las sentencias, comandos y demás yerbas, llegué rápidamente a las 10 de la mañana, “faltan cinco horas”, me dije. Y continué trabajando.

Minutos después, -no podría precisar cuantos-, Cintia abrió el ventanal con el fin de airear un poco el ambiente de ese penetrante olor a cigarrillos fumados a escondidas. No presté mucha atención, excepto porque me tuve que poner el chaleco, ya que las frescas ráfagas de viento me estaban incomodando.

De repente veo que detrás del ventanal aparece un pájaro vestido con un sombrero de cowboy, anteojos, chaleco gris, y pantalón naranja. “Qué mal que combina colores”, me dije, y continué trabajando; luego de minutos me di cuenta que desde detrás del ventanal abierto, el simpático pajarito me llamaba meneando suavemente su ala izquierda.

  • ¿Qué deseas pajarito? – le pregunté.
  • Perdí el poncho – me contestó.
  • ¿El poncho?, ¡qué pena!, debés tener mucho frío entonces – reflexioné.
  • Sí, ¿no tenés un poncho para prestarme? – me preguntó.
  • No, – le contesté, y agregué -, pero puedo ofrecerte un café, un bizcocho, o, en caso de que todo esto no te convenza, puedo pedirle a mi jefe que me preste su bolígrafo.
  • ¡Qué buena idea!, – dijo –, un bolígrafo estaría bien… pero que sea azul – aclaró.
  • Ya lo sé, ya lo sé – dije, y, meneando la cabeza, fui hasta la oficina de mi jefe.
  • Buenos días – saludé respetuosamente.
  • Buenos días – contestó secamente.
  • Disculpe, – interrumpí su atención -, recién mientras conversaba con aquel pajarito… el de los pantalones naranjas… el que sonríe… ese… ese que acaba de saludar, me comentó que desgraciadamente había perdido el poncho, y llegamos a la conclusión de que lo mejor que podía ofrecerle era pedirle a usted que me facilitara su bolígrafo azul.

El rostro obtuso y hosco de mi jefe se volvió extraño, y me preguntó.

  • ¿Usted entiende lo que me esta diciendo?
  • Así es, pero sólo quería que se lo preste, seguramente, ni bien se le quite el frío se lo devolverá.

Sin quitarme los ojos de encima, se paró, apoyó sus nudillos en la mesa, y con un estruendoso alarido, me invitó a retirarme de su oficina.

  • ¡No tuvimos suerte, pajarito! – le dije, y pregunté- , ¿en serio no tenés ganas de tomar un cafecito?
  • No, me da acidez – respondió.
  • ¿Y un bizcocho? – indagué.
  • Tampoco, estoy a dieta – contestó.

Obviamente entenderán que el pajarito no sólo había perdido el poncho, sino que también tenia muchas pretensiones a la hora de conseguir algo que le quitara el frío.

  • ¿Sopa de mijo tenés? – me preguntó.
  • No, pero puedo conseguir alpiste, y en cinco minutos… si lo deseas.
  • No, el alpiste me estriñe – interrumpió, aclarando.
  • Bueno pajarito, no tengo muchas opciones, dime que deseas y haré lo posible para conseguirlo – le dije.
  • Nada, no necesito nada, a menos que… – y se llamó a silencio.
  • Dime, por favor, dime si puedo ayudarte en algo – repetí.
  • ¿Me tejerías unos escarpines? – preguntó.
  • Por supuesto, – respondí, fui hasta el cajón de mi escritorio, y, en escasos diez minutos, le había tejido unos hermosos escarpines color verde agua.
  • ¡Te quedan hermosos! – le dije.
  • Gracias, – contestó, y luego de guiñarme un ojo volvió a su ruta, y yo a mi escritorio, y a mis correos…

“Otro día sin que nada nuevo suceda”, pensé. Miré a mi alrededor, todos mis compañeros de oficina continuaban sumergidos en sus ordenadores, y luego de unos minutos de reflexión, me dije: “Sí, mejor me compro la tostadora, y si no consigo pan persa al menos la podré utilizar como bicicleta”, completé el formulario, envié el mail, y, luego, continué trabajando…

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