Etérea es siempre protagonista. Todo en ella exude magnificencia: desde la falta de recato en su realización vocálica, hasta su presuntuoso e inconmensurable sentido. Su vaporoso ego es propio de ninfas e incluso dioses, muy a pesar de su aleatoria y remota identidad.
Precario, por otro lado, tiene la nobleza propia del eufemismo: su delicado y elegante andar es casi hipócrita. ¡Me seduce su maquiavélico proceder!
¿Es premeditado que bagaje rime con viaje? Ella esconde un generoso caleidoscopio de categorías gramaticales, identidades y emociones. Su prima, periplo, huele a sal e invoca a Ulises con frecuencia metódica. Venero su singularidad y la cadencia de sus pequeñas explosiones en mí.
Debilidad aristotélica se revela en catarsis. Ella es exorcismo, conjuro, alquimia. Es agorafóbica y repudia al vulgo, rasgo heredado de sus ancestros. Su petulancia es tan evidente como irresistible.
La ambigüedad, incertidumbre y cierto desasosiego de ínterin me cautivan. Su ritmo alivia a los que vivimos en entretantos.
Empírico y su característica belleza esdrújula: ¡nunca pasa inadvertida! Es pródiga y fecunda, casi soberbia, pues quiere abrazarlo todo.
Idiosincrasia es jactanciosa, la presumida del baile. Su obstinada y exquisita combinación de fonemas pretende adquirir carácter de nobleza y renegar de su imperativa pluralidad. Es incómoda, rara y poco afable, como lo sublime, como una musa caprichosa.
A los 16 años conocí a baladí… Incluso puedo recordar los olores y detalles de ese día. Aguda y curiosa vibración. Fue hechizo: prometí aprehenderla para toda la vida. Así, he subyugado incalculables e injustificados sustantivos sin vergüenza alguna, movida por los caprichos de una inusitada pasión.
Algo freudiano habrá tras pueril. Lo cierto es que disfruto su naturaleza juguetona, como todas sus congéneres terminadas en -il. Con ella todo es frívolo: la tomo de la mano y nos vamos a dar tumbos por ahí, engalanando su bisílaba naturaleza.
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