Se sopla apenas dentro del puño, mete un poco de aire calentito al centro de la mano y la coloca detrás de la oreja. Siente aunque casi imperceptible, el aleteo pequeño de ese pájaro diminuto haciéndole cosquillas entre las huellas de la palma. Además de risa también le da ternura. Abre la mano y sonríe grande. Se siente libertador, hacedor del destino de ese pájaro amarillo diminuto, apenas visible. Demasiado pequeño para ser real y demasiado vivo para ser magia.
En días de lluvia fabrica muchos. Tiene ese don, dice la madre. Y mal que mal, el día es otra cosa con un sinfín de pajaritos haciéndote cosquillas en las pestañas.
Él dice que no sabe cuándo empezó pero que intuye que no va a poder parar.
Sabe que no va a poder pero la humildad le hace decir «Intuyo que» en lugar de «Sé».Entre todos los juegos que se le ha ocurrido inventar con el don, adora especialmente el más tierno e infantil; fabricar uno en plena tienda, o en el mercado, o en algún cumpleaños concurrido. Se ríe con todos los dientes cuando los ve agitar las manos como echando moscas. Como sacando lo molesto pero sin verlos. La risa se la provoca el saberse especial. Se le llenan los ojos de infancia y futuro, todo en uno. Es bonito verlo así. Le hace pensar a uno que tal vez, lo real no es tan real si hacemos el esfuerzo o que todo puede cambiar si nos regalamos una alfombra roja con honores y un montón de pajaritos de colores, todos los días. Que podemos volver el aire canción si nos queremos un poco.
Y en la cantidad de pajaritos que veremos pasar a diario y capaz espantamos con las manos, como sacando lo molesto. Aunque esa, ya es otra historia.
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