Once dedos en los pies

Once dedos en los pies

Asaetador

03/05/2025

Entré al salón Palm Court, donde una impresionante bóveda de cristal era atravesada por una luz natural que inundaba la estancia. Justo en ese momento, una mujer morena con el pelo a lo Jacqueline Kennedy se colocaba unas gafas de sol enormes mientras se levantaba de uno de los sillones. Se dirigió hacia mí, el pequeño espacio que había entre una silla y yo era el único paso que tenía para salir. Hubo un momento de sentirse, un momento de olerse el uno al otro. Al pasar, los brazos se rozaron y un disculpe, se escurrió de entre sus labios rojos. Los cuellos se giraron, y las cabezas quedaron enfrentadas a diez centímetros la una de la otra. Como un imán, surgió una atracción irrefrenable que hizo que ambos tuvieran que echar la cabeza para atrás para evitar comerse las bocas. Los labios de aquella chica permanecieron entreabiertos mientras se alejaba.

En la mesa que acaba de dejar aquella mujer, quedaron los posos en una taza de café con el borde manchado de carmín. Había una servilleta al lado, medio arrugada. En ella había unas palabras escritas:

Amo el río,

ese río silencioso

que cruzan gaviotas y navíos,

amo su agua oscura y dulce,

sucia por fuera,

tierna por dentro.

Me gusta pasear por sus orillas,

escuchar las cosas que me dice.

Me gusta

mirarlo desde el puente,

cerrar los ojos,

soñar con que me tiene

entre sus brazos,

me tiene para siempre.

Quedé totalmente hipnotizado por estas palabras. Me quité las gafas que me estaban lastimando la nariz, dejándome una marca. Mientras el camarero mezclaba en una coctelera, licor de marrasquino, jugo de pomelo y lima con Ron, yo respiraba profundo inhalando el aroma del perfume de aquella mujer que parecía estar impregnado en aquella servilleta. Me embriagaba, me hacía volver a rozar sus brazos, sentir su mirada e imaginarme el sabor de aquellos labios.

Guardé aquella servilleta como un tesoro, como una carta de amor, como una declaración de…por un momento odié el río, sentí celos del río…yo quería ser ese río para ella, quería ser quien abrazara a aquella hermosa mujer que destilaba sensualidad en cada poro de su piel.

Horas más tarde, estando en el comedor, fue una risa explosiva lo que me hizo levantar la cabeza de mi filete de ternera con patatas. Allí estaba delante de la entrada del restaurante, con un impresionante vestido negro, con unos tirantes finísimos sobre sus hombros desnudos y una pierna al descubierto, era como una tela cruzada llena de ribetes, y en su cuello, un colgante con un diamante de Luna de Baroda con forma de lágrima, una hermosa piedra amarilla que provocaba pequeños destellos al reflejarse la luz sobre su superficie, además traía un perrito blanco entre sus brazos. Algo le había dicho el camarero que le había provocado aquella risa irrefrenable.

Parecía que no había ninguna mesa libre, y la iban a hacer esperar, así que me levanté como un resorte y me acerqué a ella:

—Por favor, sería un placer si me acompañara en el almuerzo, ¿señorita…?

—Norma, Norma Jeane. Muchas gracias, es usted muy amable. Maf y yo le estamos muy agradecidos, ¿verdad Maf? —Dijo ella mirando al perrito y esperando que contestara con algún gruñido o algo así.

Luego se dirigió al camarero, que permanecía de pie, petrificado, mirando de reojo su generoso escote:

—Por favor, tráigame una copa de champán Dom Pérignon y un platito de espaguetis con albóndigas. —y entonces le sonrió con los ojos. El camarero se puso nervioso y yo sentí rabia, celos, envidia, quería que esa mirada hubiera sido para mí. Me cabreó que le dedicara esa mirada al camarero. Todavía no la conocía y ya la quería sólo para mí y para nadie más.

—A mí puede llamarme papá—la susurré—aquí todo el mundo me conoce como papá.

En ese momento, levantó su mirada, e hizo un triángulo perfecto, primero miró mi ojo derecho, luego el izquierdo, y pasó a mirarme fijamente la boca, a continuación, levantó su mirada de nuevo y me miró a los ojos mientras me decía con voz dulce:

—Todo bebé necesita un papá.

—¿Sabe? Esta noche hay una corrida de toros—la dije— y me gustaría que me acompañara. ¿Ha venido usted sola a Madrid?

—Sola. Estoy sola. Siempre he estado sola, pero hoy ni siquiera me tengo a mí misma para hacerme compañía—dijo mientras sujetaba la copa de champán y se la acercaba a la boca.

Yo sabía que, en nuestros momentos más oscuros, no necesitamos soluciones ni consejos. Lo que anhelamos es simplemente una conexión humana: una presencia tranquila, un toque suave. Estos pequeños gestos son las anclas que nos mantienen firmes cuando la vida parece demasiado. Así que la dije posando mi mano sobre su hombro:

—Bueno no se preocupe, un hombre puede ser destruido, pero no derrotado.

—¿Sabe que es lo que pasa conmigo papá?

—No, ¿Qué pasa con usted Norma?

— Que soy dulce por fuera, un cordero que todos quieren acariciar. Pero, por dentro, tengo garras y enormes dientes y ganas de devorar carne humana. Por dentro tengo tanta hambre que me devoro a mí misma y no me sacio nunca.

Soy hermosa por fuera, pero horrible por dentro. Por eso me avergüenza mirarme en el espejo y en los ojos de los demás. Temo que me vean desnuda toda mocos y llanto. Tal como soy.

Era de noche, después de la corrida habíamos regresado al Hotel y estábamos en su habitación. Estaba sentada encima de él, como una vaquera, con las rodillas flexionadas presionando sobre el colchón. Papá permanecía boca arriba en la cama y a mí me gustaba porque yo decidía el ritmo. Le sentía muy dentro de mí. Él pasó sus manos por mis tetas y yo estaba a punto de venirme en un tremendo orgasmo, que llegó justo cuando me agarró el culo fuertemente con sus dos manos.

Al echar la cabeza para atrás él me agarró del pelo, tiró y…se quedó con la peluca en la mano. Su cara de sorpresa fue tremenda, mi cabello rubio saltó por mi cara y lo dejó perplejo.

Le miré a la cara y le solté:

—¿Cómo te sientes ahora que tienes una hija con la que has hecho el amor?

Hoy no tengo ninguna preocupación, hoy respiro aire libre, al aire libre, hoy no sufro por el amor de nadie, ni recuerdo a la niña humillada que fui,

hoy soy feliz,

hoy quisiera estar muerta.

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