Los tenues rayos de luna que irrumpían a través de la ventana dejaban vislumbrar sus hombros de porcelana en aquella habitación a oscuras. Él se acercó por detrás y apoyo sus manos sobre ella dejando que las yemas de sus dedos ayudaran a que su vestido se deslizara suavemente por su curvado cuerpo.

Ella lo miró cómplice por sobre su hombro mordiéndose el labio inferior resaltando aún mas el rojo carmesí de este. Lentamente, se volvió para mirarlo hasta que quedar frente a frente. Ella se mantuvo inmóvil frente a él, expectante, en control; él retrocedió ante la imagen desnuda de su belleza y buscó apoyo en el frío mármol de la mesa. Durante unos minutos se prolongo este eterno y silencioso juego de dominio, donde los amantes escenifican al cazador y su presa, sin darse cuenta que son ambos.

Dando un paso adelante recostó su desnudo cuerpo sobre el de él, dejando sentir a través de su camisa sus firmes pechos. La alfombra le provocaba cosquilleo en sus pies. La tomó por la cintura y comenzó a acercar su boca a su cuerpo donde el perfume de su cuerpo lo embriago de una sensación animal, pensó por un momento que podría morir en estos momentos y hubiera valido la pena.

Su boca naufragó por su cuerpo sin rumbo y ambicioso, mientras ella comenzó a desvestirlo, gentilmente al inicio, desesperadamente después. Sus cuerpos fundiéndose a través del sudor, las uñas buscando marcar a fuego su presencia, sus dientes provocando ese dolor dulce, todo la vida del mundo, todo lo que importaba al menos, estaba en esa habitación. La vida justificada para siempre en un momento.

Ella se sintió languidecer y él lo notó en sus ojos verdes que parecían distanciarse de la realidad. La rodeó fuerte pensando que era parte del juego y la levantó sobre su cintura, recostándola sobre la cama a su espalda. Las sábanas de impoluta seda blanca acompasaron el movimiento del cuerpo al tocarlas. Al tocar su cuerpo descubierto, dos rubios mechones de pelo cayeron sobre su frente los cuales el sutilmente ubicó por detrás de la oreja; y al hacerlo, el miedo se reflejo en sus ojos.

Sus verdes ojos, brillantes hace un momento, comenzaron a perder su brillo, su lucidez…sus párpados cansados parecían telones a punto de caer. Él le dio palmaditas en sus mejillas, primero suavemente, más fuerte al no ver reacción. Su cuerpo, ya rígido e inmóvil perdió toda señal de vida.

Enfadado se incorporó desnudo sentándose en el borde de la cama, sintió el frió de la habitación comenzando a subir por sus piernas y se levantó a ponerse la bata que el hotel brindaba. Caminó hacia su maleta, abrió el bolsillo externo de un carry-on que reflejaba varios viajes, extrayendo una caja de un color negro mate.

Se acercó a ella y la volteó sobre su pecho, dejando ver su espalda. Entre los omóplatos encontró la ranura buscada y enchufó el dispositivo. Al arrodillarse en búsqueda del toma corrientes, se lamentó de no haber comprado el modelo mas nuevo, cuya batería duraba 24 horas más.

Al presionar el botón de «encendido» sus ojos verdes cobraron vida nuevamente…

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