Nota de viaje n°1: Ninfeo della Pioggia y los jardines de Farnesio.

Nota de viaje n°1: Ninfeo della Pioggia y los jardines de Farnesio.

Oriana Carvajal

23/07/2025

 El ticket para entrar al foro romano y al palatino costó 18€, una cifra indulgente, podría decirse que hasta generosa. La entrada a uno de los museos arqueológicos más visitados del mundo, al centro histórico más importante del mundo occidental, valió lo mismo que la navette que nos llevó del aeropuerto de Buveais a París.  

En la entrada al foro, nos recibió un arco del triunfo: una estructura altiva, como un anciano militar que se niega a jorobarse a pesar de los siglos. El arco, hecho en mármol blanco, conmemora las victorias bélicas del emperador Septimio Severo y fue construido por Caracalla, uno de sus hijos, quien, siguiendo el estilo de la política romana, mató a su propio frater. La piel cetrina y descascarada del arco revela su agotamiento, como si estuviera extenuado de relatar, siglo tras siglo, las mismas historias a los turistas que lo contemplan. 
Me dirigí hacia los jardines de Farnesio que se sitúan en la parte norte del palatino. Allí encontré por azar el Ninfeo della Pioggia (Ninfeo de la Lluvia), y también atravesé una cortina que trasladó mis cinco sentidos a otro tiempo. Antes de conocer este lugar no sabía lo que era un ninfeo. Hay cosas que solo se conocen viajando. Originalmente los ninfeos eran grutas naturales que se transformaban en santuarios decorados con esculturas y fuentes para adorar a las ninfas, personificaciones de las actividades creativas de la naturaleza. En el renacimiento se resignificó el término y pasó a ser una simple fuente decorativa.  
El interior del Ninfeo della Pioggia se ve y se siente como una gruta del medioevo. En las paredes adornadas con frescos y esculturas quedaron atrapadas voces, cuchicheos, risas y cantos de fiestas pasadas. Los ecos de instrumentos musicales se adhirieron a las sombras, a las gotas de agua que bajan por una pared llena de estalactitas y que simula el sonido de la lluvia. El lugar evoca a una antigüedad imprecisa, indefinible. 
La familia Farnesio construyó los jardines y el ninfeo a mediados del siglo XVI, convirtiéndolos en un espacio de recreación sensorial en el que se llevaban a cabo banquetes y fiestas. Durante el verano los invitados bajaban a este salón semisubterráneo para gozar de la penumbra refrescante mientras se deleitaban con la música y el vino.  
Los Farnesio nunca imaginaron que una venezolana del siglo XXI se colaría en su club social barroco cinco siglos después. Que alguien tan ajeno a su época atravesaría el mar, descubriría su identidad y miraría las mismas paredes que ellos miraron. 
Por el contrario me permito la licencia de imaginar lo que sucedió en el pasado, lo que sucedió en este salón lo suficientemente discreto como para esconder a dos amantes que deseaban ocultar su beso de la vista del mundo.  
Me gustan las cosas antiguas, o tal vez solo es nostalgia.  

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