En el umbral de la locura,
jadeaba cual espectro inquieto
en un lánguido suspiro,
que se ha jactado
de ver un milagro,
que acechando el enigma abismal de la vida
perpetuaba un sin fin de misterios.
De la vida más tempestuosa
jure sobre su lecho,
regalarle cada parte de mi alma,
como despidiendo de mi,
cierta fragilidad anhelada.
Jure sobre una noche diáfana,
respetar al impaciente e inquieto,
aquel que como un fantasma recorre
nuestras idas,
aquel al que llaman tiempo,
no debí nunca ofrecerle,
mi quietud desesperada.
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