No volveré a creer en tí

No volveré a creer en tí

Helena Rose

11/03/2022

PRÓLOGO

El ruido de las armaduras y los pasos llamaron la atención de la familia Nathan que se encontraba cenando. Se quedaron mudos, concentrados en el sonido, sin dar crédito a lo que oían.

Pasos y más pasos, con cada segundo el ruido se hacia más fuerte y claro.

El duque Owel, cabeza de familia, miró a su esposa con clara angustia reflejada en su rostro. Ella sonrió levemente tratando de calmarlo. Desde el principio, sabían que solo era cuestión de tiempo para que el Rey atacara, y estaban seguros que la nueva sangre Nathan, junto a la de los ojos rojos, acababa de nacer.

El duque frotó la cálida mano de su esposa, y luego volteo a ver a su hijo.

– Ya es momento Conrad, ahora nosotros debemos protegerla y abrirle un camino.

– Si, padre – asintió y se levantó de su asiento.

Owel miró una vez más a su esposa, y poso con suavidad su mano en la rosada mejilla – cuando salgamos apresúrate en llegar al jardín trasero, Toma no tardará en llegar con Cyrene, escúchame bien Lore, tamn pronto lleguen huye con ellos y no mires atrás, no dudes pese a lo que escuches… te lo ruego vida mía.

Lore cubrió la mano de su esposo con la suya, la acerco a sus labios y depósito un beso sobre ella.

– Lo haré querido, avanzare junto a nuestra hija y su pequeño, pero tú debes prometer que nos alcanzarás.

Cerró sus ojos y luego inhaló el aroma de su marido. Sin poder contenerlas por más tiempo dos insistentes lágrimas recorrieron sus mejillas.

– Yo me esforzaré en alcanzarte lo más rápido posible, lo prometo esposa mía.

Lore al escuchar la promesa de su marido sonrió, y volvió a sentir que su corazón volvía a latir con tranquilidad. Jamás se podría imaginar un mundo sin el Duque.

– Padres, siento interrumpirlos, pero ya debemos comenzar a movernos – los miró determinado

Owel sonrió por última vez a su esposa y siguiendo a su hijo salió de la habitación.

Lore, preocupada, los miró marchar. Inspiro con fuerza, se limpió las lágrimas y corrió hacia el jardín trasero.

El duque y su hijo, tras dejar la habitación, se posicionaron detrás de las columnas de la sala de recepción, esperando que las tropas invadieran la mansión.

-1, 2, 3, ¡ahora! – pronunciaron casi gritando, al unísono los soldados, y tras ello algo impactó sobre la puerta, haciendo que toda la edificación tronase.

Conrad miró preocupado a su padre – no creo que la barrera soporte por mucho tiempo, realmente no espere que la Torre de los Magos colaborará con el Rey.

– yo menos, su relación con la familia real siempre ha sido conflictiva – miró brevemente hacia la puerta del comedor – ahora, solo espero que tu madre se mantenga a salvo y logre huir junto a ellos.

– Padre, si logramos salir de esta, Félix pagará por esta traición – apretó su agarre sobre su espada.

Los cánticos de los soldados comenzaron a escucharse por quinta vez y otro impacto hizo tronar la casa.

Owel , sin previo aviso, hizo una mueca de dolor mientras apretaba su pecho.

– ¡Padre! – corrió hacia él

Escucho la espada de su hijo tintinear contra el piso, y las pisadas de este acercándose.

Conrad tomo del brazo a su tambaleante padre y lo ayudó a apoyarse contra la columna.

– Sybil… ellos han hecho algo contra e..ell- sin dejarlo terminar, su cuerpo convulsionó tosiendo sangre.

Tan pronto como el Duque Owel se desplomó la barrera que protegía la mansión Nathan se quebró callando en fragmentos y desapareciendo al toque del suelo.

– Conrad, sal de este lugar, déjame y llévate a tu madre.

– No te dejaré padre, Toma vendrá por madre, ellos estarán a salvo, pero si te dejo… lo siento padre, pero me quedaré.

Conrad, sin quitar su mirada de la puerta, estiró su mano y palpó el suelo en busca de la espada de su padre.

A la caída de la barrera, los soldados, ni un minuto dejaron transcurrir para volver a impactar sobre la gran puerta. Esta vez, la puerta se abrió violentamente golpeando las paredes que las sostenían.

Conrad tomó la espada de su padre y parándose frente a él, cubriéndolo, apunto hacia los soldados y magos que habían venido como refuerzo del ataque del rey.

– ¡Retrocedan! – pronuncio amenazante – no crean que tendré piedad con alguno por haber sido un conocido mío.

– ¡Arqueros apunten! – ordenó un soldado de cabello negro y ojos rojos- soldados dispérsense y traigan ante mí a cualquiera que se esté escondiendo en los terrenos de la mansión.

Conrad apretó sus dientes, impotente por el camino en el que estaban yendo las cosas.

– ¡Yo soy su contrincante, nadie más ! ¡céntrense en mí !

El hombre de cabello negro río burlón, divertido de la desesperación que emanaban los ojos de hijo mayor de Nathan.

– ¿Crees que me importa, serpiente blanca? – avanzó, meneando su espada – tu familia ya cayó… tu padre se encuentra incapacitado, tu hermana ya partió de este mundo y tu madre… a ella pronto la encontraremos – río a carcajadas – ¡oh!, cierto, cierto, casi lo olvido… ese estúpido guardia, tampoco te ayudará.

– Tú…- corto sus palabras, sabía que aquel hombre estaba tentando su paciencia, deseando que la perdiese.

Inspiro fuerte, tratando de apaciguar su enojo, y las ganas fervientes de enterrar su espada en aquel pelinegro. Sabía que, pese a la finalidad de esas palabras, era claro el manto de verdad que las acompañaba.

Su querida hermana, que busco proteger a la familia al aceptar la propuesta del antes príncipe heredero, ahora, ya no estaba. Sin control de magia, siendo solo él y su espada, se sintió impotente. El único pensamiento que surco su mente fue “protege a quienes quedan, por el honor de los que se sacrificaron”

El Rey desde que había tomado como esposa a la hija de los Nathan, ya había mantenido en vigilancia los movimientos, conexiones y planes de la familia, esperando únicamente una oportunidad para derrocarlos. Él era muy consciente que la clave para hundirlos era únicamente destruyendo a Sybil, la serpiente blanca que los protegía. En cambio, los Nathan siempre mostraron fidelidad a la familia real, pero al notar el ensañamiento del príncipe contra ello, decidieron tomar medidas preventivas a una posible traición. La cresta de la serpiente blanca, no deseaba perturbar al imperio, solo deseaba asegurar el bienestar de sus miembros. Pero, ahora, todo había tomado un rumbo sangriento.

Conrad miro a los arqueros y luego al pelinegro. Si podía resguardarse tras la columna, talvez podría evitar las flechas y atraer a los soldados a una pelea directa. Apretó la empuñadura de la espada, y con suavidad fue retrocediendo

– Maldito infeliz, solo te escondes bajo las faldas de ese rey – escupió las palabras con odio, esperando distraer al pelinegro.

El pelinegro, divertido, lo miró brevemente, y luego camino hacia un costado de la habitación dando largas zancadas. Conrad lo siguió con la mirada fija.

– Veras… – se sobo la barbilla, fingiendo meditar lo que diría – es revitalizador ver como una de las familias más orgullosas del reino de Albia va doblegándose lentamente – sonrió y miró con desprecio a Conrad.

– Aunque mi familia se encuentre en esta posición, jamás olvidara su orgullo, por más que así lo quiera ese patético tirano…

– Sh, sh, sh – inclinó levemente la cabeza el pelinegro – ¿escuchas eso?

Conrad se concentró, tratando de escuchar lo que se suponía que el pelinegro oía. Primero unos leves murmullos llegaron a sus oídos, pero luego el grito de una mujer los inundó.

  • ¡Suéltenme!, ¡suéltenme!… no por favor … ¡Conrad!, ¡Cowel!, ¡no!, ¡suéltame!

El hijo mayor de la familia Nathan apretó los dientes, desesperado. En su mente la pregunta “¿qué hago?” no dejaba de aparecer.

-Suéltala… ¡suéltenla ahora!

El pelinegro miró desafiante a Conrad y sin dar vueltas a la situación chasqueo sus dedos. Al instante que movió sus dedos, el soldado que sostenía a Lore deslizó su espada sobre su cuello, en un tajo perfecto.

El cuerpo de Lora tembló, mientras que la sangre abandono su cuerpo de borbotones, para caer sobre sus ropas en un delgado camino hasta pies.

El guardia asqueado soltó el cuerpo inerte de la mujer, dejando que se desplomase estrepitosamente sobre el suelo.

-¡Madre! – gritó con lágrimas en los ojos.

Conrad tembló lleno de ira, apretó su espada y emitiendo un grito de rabia levanto su espada contra el protagonista de aquella orden, dispuesto a desprender de un solo tajo la cabeza del pelinegro.

Centímetros faltaron para que su espada tocase a su presa. En un abrir y cerrar de ojos, los arqueros dispararon contra él, apuntando sus articulaciones. Su cuerpo perforado por alrededor de una docena de flechas, cayó de rodillas para luego desplomarse sobre su costado. Trato de levantarse infructuosamente, y en su mente maldijo su acción enseguida por el deseo de venganza.

Giro levemente su cabeza, buscando que apreciar a sus padres una última vez.

~Padres, perdónenme por ser incompetente en la tarea de proteger a nuestra familia~

-Eso estuvo estupendo, realmente estupendo – el pelinegro palmeo el hombro de uno de los arqueros.

– ya ba…basta, por fa…vor – pronuncio apenas, luchando contra la sangre que llenaba su boca.

Ya no importaba su orgullo si podía por lo menos salvar a su padre. Si alguien quedaba con vida, podrían recuperar aunque sea la parte de vida que había dejado su hermana.

-No lo creo – camino hacia la cabeza de los Nathan – un acto solo termina si todos los actores actúan.

Diciendo aquello, el pelinegro, formando una sonrisa enterró su espada en el pecho de Owel. Este emitió una sutil queja que se apagó rápidamente.

Conrad con el rostro enrojecido de la desesperación y la ira, miró por última vez a su padre, para luego posar su vista en el pelinegro.

Desde un principio no creyó salir con vida, pero tenía la esperanza que su madre y hermana pudieran escapar de las garras del tirano sangriento que los gobernaba.

~espero que pueda protegerte mejor en la próxima vida Cyrene, esta vez seré la espada de la familia~

-Y ahora… – miró a Conrad – solo quedas tú.

~Lamento que hayas tenido que sufrir en vano~

Sin decir más, enterró su espada en el corazón del hijo mayor de la familia Nathan.

CAPITULO 1

Serena caminó presurosa, mientras miraba de un lado a otro buscando a su pequeño hermano.

– ¡Nino!, ¡¿dónde estás?!

Durante aquella tarde su padre había llegado a casa, alcoholizado, después de haber desaparecido por dos días y medio. Y al no poder abrir la puerta había terminado haciendo un escándalo.

Nino que acaba de llegar, luego de terminar sus clases, fue el punto de explosión para el padre.

Tan solo al notar la silueta de su hijo en contraste con el sol que se ocultaba, comenzó a gritar y a recriminarle por no haber estado en la casa para abrirle. Excusándose con la frase «yo soy tu padre, me debes tu vida, y me dejas fuera como un vagabundo».

Tan solo escuchar aquel montón de palabras por parte de aquel hombre que se escondía tras la palabra «padre», provoco nauseas en Nino.

– Tú solo vienes cuando se te acaba el dinero – agacho la mirada y apretó el agarre sobre su maleta.

– ¿Qué dijiste? – mirándolo fijamente, con los ojos llenos de ira, se levantó del suelo – ¡¿qué dijiste maldito mocoso malagradecido?! – estiró su mano y tomó la botella vacía que había dejado sobre la banca.

– Mi hermana todos los días se esfuerza, trabaja varios turnos para cubrir los alimentos y la renta de la casa, si fuera por usted ya nos hubieran echado – una solitaria lágrima recorrió su mejilla – y usted… ¡solo la golpea y quita su dinero!

Tan pronto como el reclamo del niño se hizo escuchar, el estruendo del vidrio rompiéndose se extendió.

Nino con los ojos abiertos y fijos en el suelo, vio caer gotas de sangre provenientes de su cabeza. Se obligó a inspirar fuerte y a calmar el torrente de lágrimas que amenazaban con salir.

– Usted no merece llevar la etiqueta de padre… – murmuró

– ¿Qué? ¿qué dijiste, mocoso?

Como si no hubiera estrellado la botella en la cabeza de su hijo, se frotó la nariz y comenzó a buscar la llave de la casa.

– Haber… ¿dónde deje esta maldita llave?

El hombre palpó su camisa y los bolsillos de su pantalón. Sin lograr encontrar el objeto, volteo hacia su hijo que no se había movido ni un centímetro.

– ¿Qué haces allí parado? Muévete y usa tu llave

Al terminar de ordenar a su hijo, escupió en los zapatos de este. Nino, no se inmutó y mantuvo su mirada fija en el suelo.

– ¡¿No me oíste mocoso?!

– No, no lo haré… usted no debió volver, ¡usted contamina esta familia!

Tras decir aquello, sin esperar a que su padre reaccionará, Nino dio la vuelta y sin mirar atrás comenzó a correr.

Serena, que se encontraba llegando a la casa, al escuchar los gritos de Nino corrió hacia el lugar. Pero, solo alcanzó a ver a su hermano volteando por la esquina de la panadería que frecuentaban. Por otro lado, vio a su padre apoyado en la pared con los ojos cerrados y con pedazos de vidrio a su alrededor. Caminó despacio hacia él, dudosa por el escenario que lo rodeaba.

– ¿Qué fue lo que pasó aquí papá?

El hombre abrió lentamente sus ojos y la miró con desprecio.

– Ah, es el otro cuervo… – sonrió sarcástico.

Asqueada de aquel hombre inundado de alcohol, bajo la mirada, buscando evitarlo. Tan pronto posó su mirada sobre el suelo, las manchas de sangre captaron su atención. Sus ojos se abrieron de par en par. Serena volvió a mirar a su padre y caminó hacia él, y sin pensarlo dos veces lo agarró del cuello de su camisa. Y haciendo uso de su antebrazo presionó sobre el cuello del hombre, obligándolo a mirarla.

– ¿Qué fue lo que le hiciste a mi hermano? – pronunció amenazante

Serena sabía que estaba haciendo algo moralmente incorrecto. Desde pequeña, en la escuela, le habían enseñado que respetar a los padres era algo que siempre debía hacerse. Y ahora se encontraba en aquella posición. Pero debía admitir, aquella norma nunca la usaría en aquel hombre vicioso que solo la veía como monedero. Sabia también que a su hermano lo veía como una carga y, ahora, hasta lo había herido. Ya no estaba dispuesta a aguantarlo por más tiempo, ya no importaba si era su padre.

– Te diré algo, y quiero que lo escuches muy bien, si algo le pasa a mi hermano solo tú serás responsable… y te advierto, también, que cuando vuelva no quiero verte aquí

Diciendo aquello soltó con brusquedad al hombre, y comenzó a correr por la dirección en la que había visto desaparecer a su hermano.

Para Serena los 20 minutos que transcurrieron, fueron como 20 años de incertidumbre. Había recorrido la mayoría de los puntos importantes del distrito, donde su hermano solía frecuentar, pero nada. Sentía que en cualquier momento perdería la cordura, de solo pensar que su pequeño hermano podría estar herido y llorando en algún lugar.

Corrió tan rápido como sus piernas se lo permitieron, el siguiente punto era el centro comercial donde solían hacer sus compras semanales.

Giró a la derecha y luego a la izquierda, metiéndose entre los caminos paralelos. Tan pronto logró salir de los callejones, una multitud de personas bloqueó su camino. Jóvenes, adultos y ancianos se abarrotaban sosteniendo sus celulares en lo alto, como si tratasen de captar algo.

Serena metió sus brazos entre las personas, empujando y abriéndose camino. No tenía tiempo que perder con sucesos ajenos a ella.

Sin esperarlo, cuando pudo llegar casi a la mitad de toda esa muchedumbre, la llamada telefónica de una mujer la puso en alerta.

– Aló, si, hablo para comunicar que hay un niño en la azotea del centro comercial ubicado en el distrito Tuars, si, es un niño de aproximadamente 12 años, por favor apresúrese.

Serena, en pánico, alzo la mirada hacia la azotea que la mujer había mencionado.

– ¡Nino! – grito instintivamente

No daba crédito a sus ojos sobre lo que estaba apreciando. Las piernas le temblaron y su impotencia por no haber sido capaz de haber detenido todo a tiempo aumentó

~Debí haber salido antes del trabajo, no debí haber esperado 5 minutos. Si hubiese llegado antes… él no hubiera encontrado a ese hombre~

Tomó una bocanada profunda de aire y se obligó a enfriar su mente. Debía tranquilizarse y bajar a su hermano, solo debía pensar que regresarían a casa y todo estaría bien.

Sin demorar más, comenzó a correr nuevamente. Ingresar al establecimiento comercial fue sencillo, la muchedumbre al escucharla gritar, el nombre del pequeño, habían comenzado a despejar el camino.

Se apresuró a coger el elevador, presionó el botón un par de veces, pero este no respondió, se había detenido en el piso cuatro y no daba señales de empezar a bajar pronto. Impaciente, miró hacia las escaleras, seis pisos no eran cualquier cosa, pero esperar pacientemente por el ascensor no era una opción. Dándose ánimos subió las escaleras.

– ¡Nino! – gritó entre jadeos

Moviendo su cuerpo por inercia, llamo el nombre de su hermano una y otra vez.

1, 2, 3, 4, 5 vio pasar los carteles indicadores, y finalmente el piso 6.

Habiendo llegado, giró la manija de la puerta de metal y la empujó con brusquedad.

Su corazón dio un salgo, al ver a su hermano parado sobre el pequeño muro que funcionaba como cerco entre el edificio y el abismo.

– Nino… – pronunció suavemente, temiendo que su hermano se asustará.

El niño al escuchar la voz de su hermana, giró al instante hacia ella.

– Hermana… no vengas – pronunció con lágrimas en los ojos.

Ver el rostro demacrado de su hermano, junto a las manchas de sangre que había dejado la herida de su cabeza, provocó que Serena sintiese su corazón quebrarse. Odiaba ver aquella expresión de dolor en el rostro de su hermano, habían pasado por mucho y él siempre se había mantenido con una sonrisa. Por lo que verlo en ese estado, solo significaba que dentro de él algo se había terminado de quebrarse.

– Nino, ven, baja de allí – pronunció suavemente, buscando atraer a su hermano.

Serena estiró su mano, mientras sutilmente se iba acercando.

– Hermana, yo no quiero hacerlo… todo es mi culpa… – sus ojos se llenaron de lágrimas

– ¿De qué hablas? – sonrió preocupada- ¿acaso ese hombre maloliente te contagio sus delirios? – dijo en un intento de aligerar el ambiente

-Basta, no te burles de mí, sé que trabajas para educarme y alimentarme. Yo solo soy una carga, como lo ha sabido decir él.

– Eso no es cierto, yo no fui a la universidad por qué no lo quise, y comencé a trabajar porque me gusta recibir dinero a diario, cosa contraria a si empezaba a estudiar…escucha bien, nada tiene que ver contigo, ni mucho menos con la idea de que me obligo a mí misma a hacerlo.

– Hermana, no es necesario que me digas excusas, ya eh decidido detenerme ahora… solo espero que en mi otra vida pueda protegerte.

– Que sin sentido estas…

Sin dejar que su hermana concluyese de hablar, Nino, formó una sonrisa pesada en su rostro, cerró los ojos y se dejó caer.

Mil y una idea cruzaron la mente de Serena, pero nada importó, y cuando se dio cuenta había comenzado a correr hacia su hermano. Saltó hacia el abismo, buscando rodear el cuerpo del menor para poder empujarlo hacia la seguridad del suelo de la azotea. Y así lo hizo.

Serena sintió que el tiempo había comenzado a correr en cámara lenta. Vio el rostro de su hermano asomarse por el muro y sonrió satisfecha.

– ¡Hermana! – grito desesperado, mientras sus lágrimas brotaban a cántaros.

Era consciente que quizá no había sido la elección adecuada, pero no podía culpar a su cuerpo que había actuado antes que su mente lo procesase. Nino era lo único que le importaba y lo único generaba motivación en su vida.

Por lo que solo una frase recorrió su mente mientras todo se iba oscureciendo a su alrededor.

~Vive sin arrepentimientos, que está fue mi elección ~

CAPITULO 2

El grupo de hombres, vestidos en totalidad de negro, tiraron de las riendas de sus caballos, obligándolos a apresurar el paso.

El trote de los jinetes pertenecientes a la Guardia Especial Nathan, a cada segundo se hicieron escuchar con mayor ímpetu a medida que la frontera del bosque Ronek se avistaba. Eran conscientes de la necesidad de recuperar a la joven dama antes que la pudiesen sacar del territorio. Caso contrario, quizá, devolverla sería demasiado difícil, si se tenía en cuenta que solo un noble de alto rango se atrevería a ir contra el Gran Duque Owel, por lo que la Corona no era una excepción. Pero, ¿por qué?

  • Escúchenme bien – miro a ambos sub capitanes de guardia – solo existen tres caminos que pueden tomar, la ladera oeste, norte y este, cada uno de nosotros comandara a su equipo correspondiente hacia el camino que les indique ¿quedó claro?
  • ¡Si mi capitán! – gritaron al unísono
  • Sir Absol y sus hombres cubrirán la ladera oeste, y Sir Derek cubrirá la Ladera Este – ordenó a sus hombres sin dejar de mirar el objetivo – si ven que no pueden alcanzarlos, disparen a matar, es de mayor importancia regresar a la dama que capturar a alguno de esos hombres vivo.

Siguiendo las indicaciones, ambos grupos partieron, tomando los atajos que solo los del Ducado conocían.

Durante aquella noche, un grupo de hombres había logrado penetrar la seguridad del Ducado Nathan con el objetivo se llevarse a la única hija de la familia.

Habían logrado aprovechar la celebración que se estaba llevaba a cabo por la victoria del Duque Owel contra el ejército enemigo del reino de Kairan. Por lo que los guardias de diferentes sectores habían rotado sus puestos para mantener el banquete en orden.

Nadie supuso que la pequeña dama se retirase sin llevar escolta. Solo ella y su sirvienta personal habían retornado a la mansión. La pequeña nunca había sido cercana a ningún otro trabajador de la mansión, siempre había sido retraída y poco habladora, demasiado dócil para tener el linaje Nathan comentaban en los círculos aristocráticos. Y debido a ello, aquellos hombres vistiendo ropas de sirvientes habían ingresado y paseado despreocupadamente por toda el ala oeste de la mansión, llegando sin problemas al aposento de la dama; por lo que, sin ningún impedimento se habían deshecho de la criada y habían huido con la pequeña, metiéndola en un saco.

El duque Owel al recibir las señales de Sybil, sobre la salida de la dama de los perímetros de la mansión, dio por terminada la reunión y desplegó a todos sus hombres para que rastrearan a los invasores y la trajeran. Y así se hizo.

Sir Cameron, jefe de los guardias, habiendo comunicado la estrategia de despliegue de tropas a los puntos clave del bosque Ronek, siguió de cerca a los invasores que sin previo aviso comenzaron a arrojar esferas de humo que si lograban ser aspirada provocarían en la persona un bloqueo temporal en sus movimiento.

  • ¡Cúbranse y no aspiren el humo! – ordenó, mientras trataba de aguantar la respiración.

Pese a apresurar el paso de los caballos, se vieron incapaces de salir de aquel humo. Más que un cuerpo gaseoso sin vida, parecía un ente con conciencia que persistía en rodearlos. Sir Cameron, solo una vez había presencia tal artefacto, una Suinbi, y solo pudo conocerla por manos del Mago de la Torre, Félix. Y gracias a esa experiencia, también supo cómo deshacerse de ello.

Casi sin poder aguantar por más tiempo la oxigenación de su cuerpo, mordió con fuerza su labio. Dejo correr la sangre, deslizándose hacia su mentón y desapareciendo instantáneamente, y sin demora alguna, el humo a su alrededor se disipó. Tan pronto como pudo inhalar nuevamente, ordenó a sus hombres hacer lo mismo que él.

Mientras el grupo de caballeros iban recuperando la normalidad de su respiración, una enorme águila albina sobrevoló al grupo, teniendo en la mira a los invasores que observaron estupefactos a la criatura, no sólo por su belleza, sino por la presencia abrumadora que emanaba.

El grupo de invasores se miraron, preocupados, entre sí, al percatar la presencia del ser.

  • No, nos informaste que el Duque mantenía junto a él a una criatura así – reclamó al que parecía ser el informante – tu labor era muy simple, lo único que debías hacer es investigar.
  • Yo jamás vi a esta criatura, jefe, tampoco hubo indicio alguno de que el duque la tuviera junto a él – miró con brevedad a su líder – lo juró por mi vida, y doy mi palabra de que en el ducado tampoco conocían de su existencia.
  • Jefe, tampoco puede ser el guardián de otra cresta familiar, no se parece a ninguno – comento otro de los invasores.
  • ¡Ya no importa eso! – grito, claramente ofuscado por el error de uno de sus hombres – ahora solo debemos salir de este maldito bosque…

Sin dejar terminar de hablar al invasor, la gigantesca ave agitó sus alas con gran ímpetu, haciendo que varios de sus secuaces salieran volando de sus caballos. Sin esperar que aquellos hombres de vestiduras negras se recuperasen del primer ataque, la criatura volvió a agitar sus alas produciendo una ráfaga de viento más fuerte que la anterior. En esta ocasión solo dos pares de los invasores, de los 10 que eran, quedaron de pie.

El líder, con clara angustia en los ojos, sin esperar el siguiente ataque de la criatura dio la orden de dispersarse. Ante la presencia de la gran ave, fue consciente que, si no abandonaban la misión, no saldrían con vida del territorio Nathan. Por lo que, dio la orden a sus hombres de dispersarse y huir como dé lugar de allí. Los hombres, angustiados tanto como su líder, acataron la orden sin replicar por la recompensa que perderían, ya que si no salían con vida tampoco la cobrarían.

El líder, miró su regazo, mientras sus hombres se dispersaban. Pese a la turbulencia que habían experimentado, la droga que habían administrado a la pequeña dama seguía haciendo efecto. Sonrió con pesadez, fastidiado por las pérdidas que le estaba generando haber aceptado tal petición de secuestro.

  • Varios de mis hombres han quedado atrás por sacarte de aquí – miró con desprecio el saco que contenía a la niña- pero si no te puedo entregar, quizá aun me paguen algo por haberme deshecho de ti.

Inmediatamente, al terminar de pronunciar aquellas palabras, con un ligero movimiento de manos arrojó a la pequeña hacia el lago Crisan, que se extendía por toda la ladera este.

El hombre al ver hundir el saco, río a carcajadas, mientras que de un golpe aceleró el paso de su caballo.

Los soldados que se mantenían detrás, al ver tal acto, llenos de incertidumbre apresuraron su paso desesperado por llegar al lago. Por segunda vez, grande fue su sorpresa al ver a la gigantesca ave caer en picada hacia el lago. Los guardias quedaron anonadados ante el rápido accionar de la criatura.

Casi al instante, del centro del lago, emergió una enorme serpiente blanca con ojos azules que llevaba a la pequeña niña sobre su cabeza. Miró detenidamente a los hombres reunidos, y habiendo detectado a su objetivo, avanzó hacia la orilla del lago.

Los guardias avanzaron, presurosos, buscando sostener a la pequeña dama que se mantenía inconsciente, acto que fue interrumpido con brusquedad por el Duque Owel. Los guardias sin haberse percatado de su presencia se lamentaron por haber mostrado su ineptitud ante el rescate de su hija, por lo que se irguieron y esperaron su castigo. Pero, por el contrario, el Duque ni siquiera los miró, sino que paso corriendo en dirección a la gran serpiente para recibir a su hija.

El padre, ni bien tocó la piel de su hija se estremeció al sentir lo helada que la tenía. Se quitó la capa y la envolvió con ella, y sin mirar a los guardias, abrazó protectoramente a la pequeña mientras subía a su caballo y comenzaba a galopar hacia la mansión.

Los guardias se miraron entre sí, incrédulos por lo que sus ojos les había mostrado. El socialmente conocido como el Duque de hielo, había mostrado un rostro lleno de preocupación y desconsuelo, al ver a la pequeña dama en tal estado. Era evidente que aquello jamás lo considerarían como un suceso negativo hacia la imagen del duque, sino que resultaba sorprendente ver algo que jamás había surcado sus mentes.

Sin demorar el trabajo, al ver al duque alejarse, Sir Cameron volvió a dirigir a sus tropas para capturar a los invasores heridos y emprender la búsqueda de aquellos que habían logrado huir.

Fueron suficientes sólo unos minutos, para que el Duque Owel llegase a los límites de la mansión, y bajase de su caballo corrió hacia el calor de la casa.

El duque, antes de sumergirse en el bosque había dejado en claro que debían prepararse para cuando él volviese, previendo cualquier situación que se les pudiese ocurrir. De la misma forma hizo el mayordomo principal.

No hubo necesidad para que el amo pidiese por el doctor o una toalla, o siquiera un cuarto temperado, todo ya había sido organizado por el mayordomo. Durante sus 18 años de servicio, Owel nunca se quejó del desempeño de Nando, ya que siempre actuaba premeditación, empeño y moral presente. Y aquel día no había sido la excepción.

Nando, sin demora indicó al duque el camino hacia la habitación en la que el doctor ya se encontraba.

  • ¿Dónde está mi esposa? – pregunto mientras ingresaba a la habitación y colocaba a la pequeña sobre la cama
  • De solo saber que su hija había sido secuestrada, su cuerpo la despojó de fuerzas, mi señor – se frotó la frente.

Owel observo, pensativo, al mayordomo.

  • Y… ¿Conrad? – preguntó con evidente impaciencia.
  • El joven amo se encuentra con la señora, desde que colapso no se alejado de su lado.
  • Está bien, gracias – suspiró.

Luego de comprobar el estado de los demás miembros de la familia, volvió a centrar su atención en su pequeña.

El médico, con extremo cuidado tomo el pulso y midió la temperatura de la dama, apunto algunas cosas e indicó a los sirvientes que cambiaran sus prendas humanas por unas secas. Y haciendo una señal al duque, ambos dejaron la habitación.

  • El pulso de la señorita es muy débil, además de que poco falta para que iguale la temperatura de un cadáver – hizo una pausa – por lo que es necesario que abriguen bien su cuerpo y mantengan la habitación con el fuego constante.

El duque asintió ante las indicaciones del doctor, sabía que si Sybil no se hubiera encontrado allí otro diagnóstico serio dado por el doctor. Sentía culpa y debía admitirlo, si hubiera tenido mayor vigilancia sobre su niña, aquel secuestro nunca hubiese tenido lugar.

  • Duque, por su rostro puedo decir que su preocupación es genuina, pero ahora debe mantener la calma – ajustó sus lentes – la pequeña dama no corre gran peligro, y pese a que su pulso es débil se recuperará, es verdadera…

Antes de poder terminar la frase, el mayordomo salió de la habitación e indicó al duque de que la pequeña dama se encontraba luchando por despertar. Ya que desde que sus ropas habían sido cambiadas por las criadas, la pequeña había comenzado a pronunciar una y otra vez la misma frase.

El duque sin esperar que el mayordomo concluyera su informe, volvió a ingresar a la habitación, dirigiéndose directamente hacia su hija.

La pequeña aún con los ojos cerrados, mantenía sus brazos extendidos, como si quisiera alcanzar algo que constantemente se escapaba de sus manos. La dama repitió una y otra vez la misma frase “perdóname Nino, perdóname por dejarte»

CAPÍTULO 3

La luna en lo alto, rodeada por la completa oscuridad, penetró las amplias ventanas de la habitación de la dama. Con ello, el astro, dejó ver la vasta colección de peluches y adornos, así como los muebles de tenue color rosa, la gran cama cubierta por tul que colgaba de los pilares y la esponjosa alfombra que se extendía por debajo de la cama. Un cuarto que emanaba dulzura y delicadeza, tal como deseaban que se formase Cyrene.

  • Niña, niña…

Una dulce voz se extendió por toda la habitación, buscando sacar de su ensoñación a la pequeña.

  • Niña, ¿me escuchas?

Entre dormida y despierta, la niña logró escuchar una voz calmada que la llamaba. Luchando por despertar, trato de seguir el placido tono. Jamás había escuchado una voz tan dulce, una voz que pese a jamás haberla escuchado le transmitía tranquilidad y deseos de alcanzar.

Trató de abrir sus párpados, pero estos le resultaron tan pesados que antes de poder avistar su alrededor se volvieron a cerrar.

  • Dulce voz, ¿por qué ya no dices nada? – pronunció con dificultad.

Por un momento la habitación se llenó de un absoluto silencio. Ni el veinte o las ramas provocaron algún ruido, ni la voz que antes se dejaba escuchar se dejó oír.

Curiosa, sin entender lo que pasaba, llevo sus manos hacia su rostro y frotó sus ojos. Estos aún con un poco de dificultad se fueron abriendo lentamente, dejando apreciar dos hermosas gemas azules que contrastaron con un par de pequeños labios rosados y una larga melena albina.

La niña, parpadeo varias veces tratando de enfocar su alrededor. Ante sus ojos sólo manchas de diferentes colores se presentaron en primer momento, provocando que la pequeña volviese a frotarlos. Volvió a parpadear un par de veces más, buscando entender su alrededor. Poco a poco, su entorno comenzó a tener sentido.

Al percatarse completamente de su alrededor, su rostro se descompuso, angustiada y temerosa abrazo las mantas y contrajo su cuerpo enterrando su rostro entre sus rodillas.

  • Niña… ¿me escuchas?

Al escuchar la dulce voz alzó su rostro y comenzó a mirar por toda la habitación, pero no encontró a nadie. Miró hacia el suelo y apreció un considerable espacio entre la cama y el suelo, sin pensarlo dos veces, se inclinó sobre el borde de la cama y se asomó. Nada. Volvió a su posición inicial con el rostro lleno de extrañeza. Realmente no podía decir de donde provenía aquella voz, ya que cada que la escuchaba parecía que toda la habitación la emitía.

  • ¿Niña?
  • Dulce voz… ¿dónde estás?

Aún con cierta desconfianza respondió, y siguió observando su alrededor, buscando un posible lugar donde el dueño de la voz pudiese estar.

  • Que alivio, pensé que no me podías oír…

Al escuchar la respuesta, su atención se centró en las largas cortinas que recubrían una puerta de vidrio que conectaba al balcón.

~ ¿Quizá te escondes allí? ~

Pensando aquello, se deslizó suavemente de la cama. Y comenzó a caminar, con temor, de puntitas hacia las cortinas.

  • Voz… ¿dónde estás?

Preguntó, mientras se iba acercando más y más.

  • Bueno, no estoy allí, si es lo que quieres saber…
  • No te creo… ¡aquí estás!

Tan pronto estuvo frente a las voluminosas telas las tomó y haló con fuerza, pero grande fue su sorpresa al no encontrar a nadie.

  • No estás…
  • Te lo dije, niña

Sin ganas de admitir lo extraño de la situación, la pequeña, giró sobre sus talones y volvió a buscar otro lugar que pudiera ocultar a alguien. Esta vez, el espacio que ocupaba el amplio espejo llamo su atención. Sin dejar de mirar el lugar, comenzó a caminar lentamente hacia allí.

  • Niña, dime, ¿cuál es tu nombre?
  • No soy una niña… – dijo pensativa -¿preguntas mi nombre?

Sin poder recordarlo, cerró sus ojos tratando de concentrarse. Pero, fue en vano su intento, nada vino a su mente.

  • Yo… yo no lo recuerdo…

Miró confundida la cama donde había despertado.

  • ¿Tú sabes mi nombre?
  • No lo sé, yo aún no eh nacido, creo que sé menos que tú.
  • ¿Cómo que aún no has nacido?

Curiosa por la respuesta de la voz, retomó su camino deseando ver si detrás del espejo podría haberse escondido. Pero nada.

  • Solo es así… pero debo decir que tienes un gran potencial como para poder permitir que me comunique contigo…
  • ¿A qué te refieres? ¿quién eres?

La pequeña dama, palpó la pared tras el espejo, curiosa de saber si de esta pudiese haber un cuarto secreto donde el dueño de la dulce voz pudiese estar. Dio sobre esta tres leves golpes, buscando ver si estaba hueca, pero todo parecía sonar normal.

  • ¿No tienes idea de quién soy? – respondió con falsa tristeza.
  • Umm quizá…. ¿Eres un hada?

Pegó su oreja a la pared, esperando la respuesta de la voz para poder verificar si salía de allí.

  • Jajaja, claro que no, pero talvez algo parecido

Respondió alegre, la voz. La niña miró fastidiada la pared, al no entender dónde más podría estar.

  • Pero tienes una hermosa voz… ¿qué más podrías ser sino un hada?
  • Está bien, te lo diré – dijo orgulloso – soy tu guardián
  • ¿Mi guardián? Pero… ¿dónde estás? ¿Un guardián no debe estar siempre con su protegido? – pregunto casi para si misma.
  • Así es, pero por ahora no puedo – dijo claramente decepcionado – pero, pronto estaré a tu lado, lo prometo.

La niña hizo un puchero ante la respuesta, y se puso a meditar sobre ellas. ¿Cómo era posible que lo escuchara con tanta claridad si decía que no estaba allí?

~ Aquella respuesta debe haber sido una mentira… y quizá sea un hada guardián atrapada en el espejo… ~ tan pronto como aquella idea cruzo su mente, llena de curiosidad, rodeó el espejo.

  • ¡Te tengo!

De un salto, se posicionó frente al espejo. Pero, no vio lo que esperaba. Una pequeña niña, de no más de 8 años, con largo cabello blanco y con un vestido del mismo color que llegaba hasta sus tobillos. No reconoció a quien se reflejaba, aquella figura parecía más de un fantasma que de un vivo, con pronunciadas ojeras, piel pálida y contextura demasiado delgada. Casi al instante, gritó sorprendida, y bruscamente retrocedió.

  • ¿Niña? ¿Qué pasó? ¿estás bien?

Pregunto casi en desespero, la voz. La niña que no podía dejar de ver el espejo, no pudo detener el alboroto de pensamientos que inundaron su mente.

~ esa no soy yo… ¿dónde estoy? ¿Dónde estoy? ¡Niña! ~

Tan pronto como aquel nombre llegó a ella, un fuerte dolor se extendió por toda su cabeza, mientras imágenes tras imágenes fueron bombardeando su mente. La niña emitiendo un grito desgarrador, cayó inconsciente sobre la alfombra.

  • ¡Niña! – gritó desesperado ~ ¡maldición! ~

Casi al instante de escuchar el grito, el guardia que el duque había asignado a la pequeña, ingresó. Miró a todos lados buscando a la niña que claramente había dejado su cama. Camino despacio entre la oscuridad, hasta que avisto unos mechones de cabello resplandecientes por la luz de la luna. Apresuró el paso, y al encontrar a la pequeña tirada junto al soporte de su cama la tomó en brazos y la volvió a arropar.

Se quedó, junto a la cama, mientras inquisitivo miraba a la pequeña y luego al lugar donde la había encontrado.

~Debo reportar esto al duque~

Dio unos pasos en dirección a la salida, pero se detuvo y volvió a mirar a la niña. Le preocupaba que en su ausencia volviese a levantarse y quien sabe que podría comenzar a hacer.

Volvió a avanzar aún dudoso, tomo la manija, pero antes de poder abrirla, esta se abrió. Un amplio pecho, únicamente cubierto por una delgada bata, bloqueo su visión.

  • Mi señor – se paró erguido.
  • ¡Cyrene!

Sin prestar atención al guardia, corrió hacia su hija. Se arrodilló junto a la cama de la dama y tomó la pequeña mano de la dama. Se sorprendió por lo helada que seguía. Volteo bruscamente hacia la chimenea, al instante su rostro se oscureció.

  • Acaso… ¿mis órdenes carecen de autoridad?

El guardia tembló ante la evidente amenaza. Temiendo acercarse, decidió solo hablar desde lejos.

  • ¿Mi señor? – respondió sin entender a lo que el duque se refería.
  • ¿Dónde está la criada responsable de mantener caliente la habitación de Cyrene?
  • Yo no lo sé, señor – respondió nervioso.

Una ligera gota de sudor rodó por la frente del guardia, mientras esperaba la reacción del duque.

  • Ve a buscar a Nando y dile que envíe a la criada responsable, ¡rápido!
  • ¡Así lo haré!

Tras recibir su orden, salió apresurado de la habitación.

El duque con el rostro lleno de angustia depósito un delicado beso en la mano de la pequeña.

  • Cyrene, hija mía, lamento haber sido tan descuidado contigo, padre lamenta no haber notado las intenciones impuras que habían avanzado hacia ti.

Sus ojos se nublaron, llenos de lágrimas, mientras acariciaba la delicada mano de la pequeña.

Siempre tuvo la idea de que algunos nobles tenían en la mira a su pequeña, ambicionando formar relaciones políticas, pero jamás imaginó que la verían como el punto débil de él… como un medio directo para dañarlo. El duque, en su mente, tenía el rostro de varios nobles que le guardaban rencor y deseos de tumbar a su familia, pero nunca podrían representar una amenaza para él, ni aun sí se unieran. Pero, la familia imperial era una excepción, desde su niñez pudo ver el deseo de aquella familia hacia su guardián, un deseo que aún ahora se mantenía.

El guardián de la familia Nathan, era Sybil un nombre genérico para su especie por el sonido que emitía o que escuchaban aquellos que no tenían un pacto con la criatura. El actual duque Nathan, luego de la muerte de su padre, había quedado como el último contratista, por lo que al enterarse que su pequeña hija había sido profetizada por los magos como el siguiente linaje, fue una alegría y una preocupación. Ya que, desde aquel día, las peticiones por la mano de la niña no dejaron de aparecer. La cotización de la dama, no solo había sido por poseer el linaje, sino que también el misterio de los Nathan vendría con ella.

Desde hacía décadas, aún con el anterior duque, los rumores acerca de la verdadera naturaleza del guardián de Nathan habían circulado por todos los círculos sociales. Muchos comentaban sobre la serpiente albina que lo acompañaba en batalla, mientras otros rumoreaban sobre eventos que demostraban que la forma de la criatura era sólo una ilusión que ocultaba su verdadero ser. Algunos comentaban que habían visto una especie de ave gigante albina con patas que seguía al duque sobrevolando. Y otros decían que el verdadero guardián del duque era un dragón Albino con el cuerpo cubierto de plumas, que se pensaba extinto.

Ahora, aquellos rumores y la posible descendencia que podrían obtener de la familia, hacían a la niña el centro de las habladurías de cada reunión aristocrática.

El duque se limpió las lágrimas y acaricio la mejilla de su niña. Preocupado de ver las ojeras y el escaso color en su rostro.

Hacia seis meses, desde la profecía de los magos, que la salud de la pequeña había comenzado a deteriorarse. El duque había hecho llamar al líder de los magos para que revisase a la niña, y este había diagnosticado que ella poseía un flujo anormal de mana, por lo que el despertar que estaba sufriendo quizá nunca podría completarse y antes de retirarse dejó indicado que la torre enviaría unas píldoras que debían ser consumidas por ella una por día; y así se estuvo haciendo.

Pum, pum, pum

  • Mi señor, soy Nando, eh traído a la criada.
  • Adelante, ingresen.

El mayordomo y la criada ingresaron. Pero, aún nervioso por lo que pudiese hacer el duque si se enfada más, el guardia decidió permanecer fuera.

  • Mi señor, soy Mary, aquí traigo leña para la habitación de la señorita.
  • Apresúrate y enciende la chimenea – ordenó con frialdad en su voz.

La criada avanzó nerviosa, con las manos temblando mientras sostenía las maderas. Coloco las maderas y tan rápido como pudo comenzó a atizar el fuego.

  • Mi señor, ¿qué desea que haga con esta falta? – preguntó el anciano

La criada al escuchar las palabras del mayordomo tembló aún más.

  • Mi señor, por favor, no me vaya a despedir – gimoteo – yo amo servir a mi señorita – limpio sus ojos llorosos – pero hoy una criada se me acercó y me dijo que usted la había mandado a servir a la dama y que me fuera retirando.
  • Lo mismo me dijo a mí, señor – se ajustó las gafas – me comentó que una criada de cabello negro y pecas, por orden de usted, la iba a reemplazar.

El duque, aún en silencio, se levantó del suelo sin dejar de mirar a su hija.

  • Nando, ¿sabes de qué criada se trata?
  • Creo recordar que una criada con esa descripción llegó hace dos meses junto a otras, y llegó portando una recomendación de la casa Hogan.
  • Está bien, en la mañana llévala a mi despacho.

Diciendo aquello, volteó hacia la criada que junto al fuego lloriqueaba. Desde el nacimiento de la niña, Mary se había mantenido junto a ella, nunca se había presentado algún problema en su servicio y desde que la salud de la dama había comenzado a deteriorarse ella había sido la principal en comunicar cada síntoma nuevo al médico. Podría decirse que sus años de servicio le daban cierta credibilidad, pero el duque no podía descarta nada.

  • Retoma tu actividad asignada y digan lo que digan nunca debes separarte de Cyrene, esa es mi orden, mientras trabajes en esta casa – volvió a mirar con brevedad a su hija y luego salió de la habitación.
  • Gracias por perdonar mi falta, mi señor, no volveré a alejarme de mi señorita – se froto sus húmedos ojos, mientras trataba de calmar sus sollozos.

El mayordomo camino hacia ella y se puso de cuclillas a su lado. Y comenzó a hablar en voz baja, como si temiera que alguien escuchase lo que fuera a hablar.

  • Mary, escúchame atentamente, tal como te lo ordeno el señor no dejes a la señorita, hay algo muy turbio tras los últimos sucesos – miro pensativo hacia la niña que descansaba profundamente – Sir Kevin me comento que la niña antes de desmayarse había comenzado a hablar con alguien, pensó que se trabaja del joven maestro que había ingresado por la ventana, pero cuando entro no había nadie más que la dama y tampoco había rastro de magia, además, todas las ventanas se encontraban selladas.
  • ¿Mi señorita? – bajo la mirada pensativa – ella desde hace un tiempo no habla mucho con el joven maestro, sin mencionar que no tiene amigos de su edad, ella habla poco y solo se queda en su habitación leyendo – miro al mayordomo – mi señorita ni conmigo entabla conversaciones largas, pese a todos los años que eh estado con ella – volvió a bajar la mirada deprimida.
  • Así es, y también está la infiltración que hubo a la mansión – froto su bigote – ¿Cómo sabían que alas de la mansión estarían escasas de seguridad? – miro pensativo a la criada – estoy seguro que están vigilando la casa y sé que el señor también lo sabe, pero ¿Quién puede ser?
  • Creo que debemos estar atentos señor Nando
  • También lo creo, bueno ya me retiró jovencita, mañana hay mucho que investigar y reportar – dio leves palmaditas en el hombro de la joven – mañana acércate a la oficina del señor, estoy seguro que querrá escuchar un informe sobre la señorita.
  • Si, señor Nando, que descanse – apretó lo puños, motivándose – cuidare muy bien a mi señorita.

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