!No los molestes porque te siguen!

!No los molestes porque te siguen!

¡No los molestes porque te siguen!

Salimos corriendo.

¿Qué fue eso? – Pregunto Adrian, muy agitado.

¡No lo sé! – Le grite – ¡Te dije que esta era una idea estúpida!

¡Eh chicos miren! – Dijo Luca señalando a los mausoleos – ¡Ahí esta Miguel!

¿Cómo llego ahí? ¡Miguel! –Salió de una de las catacumbas abriendo la puerta de rejas.Su rostro estaba inexpresivo como si se hubiera asustado mucho, y estaba muy pálido. Camino unos pasos y se sentó arriba de una tumba con la cabeza entre las rodillas.

¿Qué haces? ¡Nos tenemos que ir! – Le grite pero no se movió. Intente arrastrarlo del brazo pero él se soltó ahí nomas.

¡Váyanse!– Dijo -¡Quiero estar solo!

Luca me jalo del brazo.

¡No quiere venir ya vámonos! – Dude en dejarlo solo, no quería pero… A lo lejos, en la oscuridad, unos pasos veloces venían tras nosotros. Salimos a toda prisa de allí. Esa noche no dormimos.

Habíamos hecho algo malo, muy malo. Molestar a un muerto. El difunto profesor de matemáticas Jeremías Weinstein, que nos expulso cientos de veces de su clase por estar conversando, y que nos reprobó tantas veces por no estudiar su estúpida materia que perdimos ya la cuenta. Había estirado la pata el día domingo por la tarde. Un accidente con un caldero en llamas en su casa (o eso es lo que oí, no nos dieron detalles sobre el tema) pero no fue si no, hasta el martes cuando notificaron su deceso por los altavoces del colegio. Todos nos sorprendimos, la mayoría lo echarían de menos y otros se alegraban con cierto morbo. Hubo una semana de duelo en la escuela entonces. El viernes fue su entierro y todos estuvimos presentes, incluyendo a los más revoltosos.

Le habíamos hecho la vida imposible y ahora en la muerte. Los chicos y yo, entramos al cementerio, saltando la reja, poco después de su entierro por la noche, nos habíamos puesto a tomar y a jugar cartas en un bar de la esquina cuando a Luca se le ocurrió ir a visitar al profesor por última vez. Yo y Miguel tomamos la iniciativa con diversión, algunos compañeros se abstuvieron y se fueron. No considerábamos futuras consecuencias ni nada, en realidad, no pensamos que estábamos haciendo daño a alguien, ni tampoco faltando el respeto. Solo nos despediríamos de nuestro querido viejo profesor nada más. ¿Había algo de malo en eso?

Derramamos cerveza sobre su ataúd. Luca tomo unas flores, se recostó en el suelo junto al ataúd y fingió estar muerto. Los muchachos y yo nos reímos a carcajadas en la madrugada. Luego tomamos unas velas y con la cera caliente escribimos frases y chistes groseros a distintas personas que conocíamos en el suelo. Nos reímos hasta las tres de la madrugada. Entonces luego de un rato Miguel se levanto, tomo una de las fotos del altar. La examino detenidamente como si buscara algo en ella y la escupió. “Hasta nunca viejo”, murmuro entre dientes, luego se alejo y salió del mausoleo, dijo que iba a mear.

Luca y yo nos quedamos sentados en el suelo, bajo las tenues luces de las velas platicando sobre las amigas de Jennifer. Entonces escuchamos un ruido. No le prestamos atención. Luego escuchamos el mismo ruido de vuelta. Era como si estuvieran rascando en el suelo o una madera. Nos quedamos callados. Creíamos que tal vez era una rata. En los mausoleos están llenos de ratas, cucarachas y otros bichos. Tome una vela y me acerque en la esquina oscura donde estaba el ataúd del profesor.

Chuc, chuc,chuc… Chuc, chuc, chuc… Chuc,chuc,chuc…

Era el ruido que se escuchaba. ¿Era un ratón o un insecto? me acerque más para oír. Entonces, de pronto, el ataúd se movió un poco de golpe… yo me inmute, ni siquiera respire, me quede parado donde estaba sin nada que decir, tratando de procesar lo que paso. Luego se movió otro poco… y otro, y otro más. Nos quedamos paralizados Luca y yo un momento. No recuerdo bien por el alcohol que teníamos encima pero creo que fue por lo menos un minuto que nos quedamos ahí quietos. Fue cuando se apagaron las velas sorpresivamente por un viento que salimos corriendo despavoridos del mausoleo. Ninguno se animo a mirar a sus espaldas. Ninguno de los dos lo haría de nuevo.

Recordé algo que la profesora Alicia nos contó una vez sobre el antiguo Egipto su clase de historia. Nos contó sobre las tumbas de los faraones y las maldiciones que caían sobre aquellos que profanaban esos terrenos santos. “Tutankamón y la gente que murió luego de la expedición”, pensé, pero saque aquella idea de mi mente cada vez que se asomaba como un monstruo bajo las sabanas cuando iba a dormir.

Una de las teorías que se me ocurrieron después fue que un animal se infiltro dentro del ataúd y no pudo salir, otra fue la catalepsia, pero aquello era demasiado terrible y se me daba vueltas el estomago de solo pensarlo. Haberlo tenido tan cerca y no haber hecho nada. Eso me generaba pánico. Pero luego me dije que eso no podía ser posible, no. Su cuerpo había recibido muchas quemaduras y lesiones por el accidente. Estaba maltrecho. Le habían tapado con un paño el rostro regordete para que nadie lo viera en el funeral. Así que no era probable eso de revivir luego de morir de esta forma. Al día siguiente mis dudas se despejaron.

Miguel no volvió a casa esa noche. De hecho, no volvió nunca más a ella. La policía no encontró nada luego de dos semanas de exhaustivas búsquedas. Luca no soporto la presión, sentía que era su culpa, y comenzó a tomar pastillas luego de aquella noche en el cementerio. Su adicción lo llevo al extremo y casi muere intoxicado. Ahora permanece en un hospital psiquiátrico. Se le espera mejoras. Yo por mi parte, estoy empacando mis maletas para irme de la ciudad, y mientras tanto observo la puerta, a ver si no aparecen unos pies negros y descalzos por debajo. Mi corazón se acelera. Creo que alguien sube por las escaleras.

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