No le pertenecía a nadie le pertenecía a todos

Me encontraba en el invierno de mi vida y los hombres que conocí fueron mi verano. Yo no le pertenecía a nadie le pertenecía a todos. Cualquier hombre que entrara en mi vida me producía el calor que necesitaba. Me brindaban seguridad y estabilidad emocional. Nadie me tomaba enserio, ni siquiera yo lo hacía. Solía pensar que yo no era para los compromisos de hecho me aterrorizaban.

Los hombres recurrían a mi porque era una presa fácil, un escape, una salida. Mentiría si digo que no nací para el amor, yo tenía todo lo que quisiera a mis pies. Pero eso no era lo que yo necesitaba, yo no quería ser el mundo de una persona quería ser el de todos.

Sabía perfectamente como hacer que los hombres se obsesionaran conmigo y cuando lograba mi objetivo amaba ver como se desvivían por mí. Después me alejaba al fin y al cabo yo no era quien sufría. No era egoísmo, era amor propio.

Siempre fui una chica rara, ninguna brújula se ajustaba a mi norte. No tenía una personalidad fija, solo un indeciso interior tan grande como el océano. Nunca pude tomar mis propias decisiones que dejaba que los demás lo hicieran por mí.

Que irónico nunca sentir amor, ni siquiera por uno mismo. Yo era el mismo demonio disfrazado de ángel. Hacía que todos tuvieran una imagen distinta a quien yo era, con un alma como el mio no habría encajado en ningún lugar.

Moría joven y jugaba duro así era como intentaba hacer de mi vida un arte. Tenía un corazón de poeta tan distante y único con miles de versos que no era capaz de escribir.

Así era yo, amaba sentir amor pero no darlo únicamente lo disfrutaba y estoy segura que los hombres que formaron parte de mi vida también

lo hicieron.