No hay papel higiénico

Helena se remueve en su cama. Voltea a la izquierda, a la derecha. Se pone boca arriba. Luego, boca abajo. Mira el reloj sobre la mesita de noche: las 9:10 a.m. Cruza las piernas. Aprieta. Patea las cobijas. Revisa la hora: 9:11 a.m. Se dobla en posición fetal. Agarra sus piernas contra el pecho. Cierra los ojos con fuerza. Los abre: las 9:12 a.m. Se muerde el labio inferior e intenta encogerse aún más. Empuja las piernas flexionadas contra sus tetas. Dobla los dedos de los pies. Contrae la vagina. Vuelve a mirar el reloj: 9:15 a.m. Suspira. Se levanta de la cama y se dirige al baño.

La piel se le eriza al contacto con el inodoro. En el noticiero de ayer dijeron que las temperaturas bajarían hasta los 8° esta semana. Suena la orina cayendo en el váter. Exhala. Sonríe. Abre los ojos. Sólo hay tres rollos de papel higiénico. Hace tres días que compró un paquete de diez y, desde que está viviendo allí, ella siempre ha comprado el papel higiénico. Ha comprado todo lo que es de uso común y con ellas son tres chicas las que duermen en el piso. Le toma media hora en ir y volver del supermercado y esta semana necesita ese tiempo. Resopla.

Helena vive en Sevilla, en un apartamento compartido con Natalia y Nuria. Las tres son estudiantes. Han pasado tres meses desde que se mudó a ese piso, en el que ya vivían sus compañeras. Las dos se conocían desde pequeñas. Helena es la nueva.

Enreda varias capas de papel higiénico en los dedos, se limpia y descarga la cisterna. Sale del baño y se dirige a la cocina. Allí está Natalia, cocinando unos huevos.

–Nata… nos estamos quedando sin papel higiénico… –Helena coge el cereal y una taza.

–En la sala hay servilletas. –Natalia echa sal al sartén.

–Aún tenemos papel, pero creo que ya va siendo hora de comprarlo. –Abre la nevera y saca la leche.

–Sí, sí. ¿Lo compras y luego nos cobras? –Sacude el tarro de pimienta sobre los huevos.

–Estoy en entrega de trabajos. Siempre lo compro pero esta vez no puedo ¿Lo haces tú? –Vierte un poco de leche en la taza.

–Yo estoy en las mismas. Si me da tiempo, me paso por el súper. ¿Y si le dices a Nuri? –Pone los huevos en un plato.

–Mmm. No la he visto desde hace un par de días. ¿Le cuentas tú? –Esparce el cereal sobre la leche.

–Yo tampoco y no sé si tenga oportunidad. –Coge un tenedor y el plato con los huevos.

–Bueno, pero… –Mezcla el cereal y la leche con la cuchara.

–Ahí miramos, Helena. Yo por ahora tengo que afanarme. Me cogió la noche. Nos vemos. –Natalia sale de la cocina.

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Helena camina apresurada hacia su casa. Zigzaguea. Contrae la vagina. Da pequeños saltos esperando en los semáforos y zancadas cuando la luz verde le da permiso de seguir.

Vive en un conjunto y la puerta de entrada permanece cerrada. Mete la mano dentro del bolso. Nada de lo que siente con los dedos parecen ser las llaves. Las encuentra. En el llavero tiene cinco llaves. La naranja es de un candado que perdió hace varios años. La amarilla es de la casa de su madre, que vive en Venezuela. Las otras tres son idénticas, abren las puertas del conjunto, del edificio y de la casa. Las prueba una tras otra. Como siempre, la correcta termina siendo la última.

Corre hacia su edificio. Vuelve a intentar con las tres llaves mientras da pequeños saltos alternando las piernas. Al tercer intento abre la puerta. Sube las escaleras de dos en dos. Su apartamento queda en el cuarto piso. Forcejea con las tres llaves. Entra, tira el bolso al piso y sale corriendo hacia el baño. Suena cómo la orina golpea el váter. Luego, se escuchan golpes más graves.

Esta tarde le tocó almorzar en la Universidad. Eran frijoles con tocino. Su amiga, Laura, no tenía hambre. Helena le ayudó con su porción.

Exhala. Sonríe. Abre los ojos: no hay papel higiénico. Mira al piso. Hay varios tubos de cartón con trozos de papel pendiendo de ellos. Los agarra, quita los pedazos de papel y los junta. Se limpia despacio, cuidando no untarse.

–¡Mierda! –Baja la cisterna, se sube los pantalones y se lava las manos con abundante jabón floral.

–¡Nuria! –Helena golpea en el cuarto de su compañera.

–¿Sí? –Son las 4 p.m. Nuria aún tiene puesta la pijama.

–Nuria, no tenemos papel higiénico.

–Ah, sí. ¿Lo compras?

–Yo lo he comprado siempre. ¿Por qué no vas tú?

–Estoy en pijama. De pronto, mañana.

–Pero Nuria…

–Hablamos, Helena. Estoy ocupada. –Nuria cierra la puerta.

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–¡Helena! –Natalia golpea en su cuarto.

–¿Dime? –Helena abre la puerta.

–¿Tú cogiste de mis toallitas desmaquilladoras?

Un par de horas antes, a las 9:15 a.m., Helena se sentó en el frío inodoro. Primero, escuchó los ruidos agudos de su orina. Le siguieron sonidos graves. Y entonces recordó que ya no había más papel higiénico. Contrajo el culo, pero ya era tarde. Miró su toalla verde por unos segundos. Negó con la cabeza. Luego, repasó las repisas del baño y descubrió las toallas desmaquilladoras. Abrió el paquete. Había solo una. La contempló. La agarró y se metió la tela húmeda entre sus nalgas.

–No había más con qué limpiarse –se disculpa con Natalia.

–¡Era la única toallita que me quedaba!

–Yo les dije hace días que no tenemos papel higiénico.

–¿Y por qué no lo has comprado tú?

–¿Por qué tengo que ser siempre yo la que lo compro?

–Pues yo no tengo tiempo. Y esa no es excusa. Uno no se limpia el culo con toallitas desmaquilladoras, guarra.

–Entonces compren papel higiénico, así no me tengo que limpiar con sus toallas.

–¡No tengo tiempo!

–Perfecto. Seguiré limpiándome con lo que encuentre. –Helena cierra la puerta.

–¡Terminarás limpiándote con los dedos! –le grita Natalia desde afuera del cuarto.

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El agua de la cisterna se lleva su mierda. Helena contempla el proceso. Lleva cinco días orinando en baños públicos. Esta semana le dio cistitis. Se rasca la entrepierna por encima del pantalón. En su casa ya no quedan servilletas ni toallas desmaquilladoras. Resopla. Se enreda papel higiénico en la mano y se lo guarda en el bolsillo.

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Son las 9:15 a.m. Ya le duelen los muslos de tanto apretarlos uno contra otro. Recoge los dedos y vuelve a cerrar los ojos.

–Tac. Tac. Tac –la lluvia golpea el cristal de su ventana.

Se muerde el labio inferior. Aprieta los párpados.

–Tac. Tac. Tac.

Se encorva e intenta dormir en posición fetal.

–Tac. Tac. Tac.

Las 9:17 a.m. Resopla. Se levanta y se dirige al baño.

El frío inodoro. La piel erizada. Los sonidos agudos. Luego, los graves. La sonrisa. El suspiro. Abre los ojos: no hay papel higiénico.

–¡Mierda! Dejé el trozo que me robé ayer en el cuarto.

Contempla su toalla verde durante unos minutos. Niega frenéticamente con la cabeza. Su mirada se pierde. Son las 9:30 a.m. Se mira los dedos.

–¡Ni hablar! –Resopla. Baja la cisterna y entra en la ducha.

Anoche escuchó a Nuria decir que se estaba acabando el agua caliente, que había que comprar la bombona. Con estas temperaturas, bañarse con agua fría no era una opción.

Abre el grifo. Aún hay agua caliente. Se agacha bajo el chorro y, con las dos manos, separa sus nalgas.
–¡Helena! ¿Te demoras? Necesito entrar al baño –grita Natalia.
Helena sonríe y espera a que se termine el agua caliente.

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