No es justo

Cuando mamá murió de un repentino ataque al corazón, tenía setenta años muy bien llevados y fue todo un acontecimiento en la familia. Vinieron mis hermanos desde Chile y una prima que vive en el Uruguay, porque la vieja era muy popular entre la parentela. Tenía una gran capacidad epistolar, y eso, fuera de costumbre en esta moderna civilización telefónica, llamaba la atención de todos, ya que era muy metódica en el ejercicio de su correspondencia. Con regularidad, cada uno de los miembros de la familia recibía noticias semanales del resto de los parientes, pues la información se concentraba -por obligado retorno- en mamá, y ésta la difundía. La exigencia de escribirle provenía de la constancia de sus cartas, que forzaban contestación. Además, muy amena en sus descripciones y noticias, mantenía vivo el espíritu familiar. Tenía una Underwood vieja, con teclas redondas de un bordecito de metal que yo odiaba porque se me enganchaban las uñas, pero ella mantenía las suyas cortas y tecleaba todos los días. Yo, por trabajar de mañana, y mamá despachar y recibir el correo en ese horario, ignoraba la densidad del flujo de cartas que entraban y salían de casa. Cuando murió, esa primera semana, quedé admirada. Recibí cartas de muchas partes del mundo, pues ningún pariente había sido descuidado. Ante la variedad de nombres con nuestros apellidos que figuraban en su agenda, hice una carta modelo en la computadora y se las envié a todos informándolos de la triste nueva. Las condolencias fueron innumerables y, sin saber por qué, me resistí a tirarlas.

Después, muy de vez en cuando, recibía un escrito de algún primo o tío, lejano y perdido en el árbol genealógico que – nostalgioso – esperaba noticias.

Pero yo no estaba jubilada ni tenía todo el tiempo del mundo para escribir, así que las contestaciones se demoraban o las reducía a un llamado por teléfono. Era más fácil, y…. con el correr del tiempo nos acostumbramos a la ausencia de mamá, hasta que, pasados dos años, sucedió lo que sucedió. Y digo así, porque no sé muy bien como calificarlo. Para mayor comprensión del hecho, empezaré por el principio: Era verano, cenábamos en el jardín y al sur se veían relámpagos. De repente tocaron el timbre y una de mis sobrinas, que se hallaba de visita, fue como un rayo a atender la puerta. Le encanta hacerlo. Volvió corriendo y gritando:

-¡Mamá! ¡Mamá! ¡Tía Marcela! ¡¡Es la abuela!! Vengan, vengan!

Pero no se hizo necesario, mamá había entrado tras la niña y se dirigía, con un pequeño bolso en la mano, hacia la mesa. Mi hermana se levantó tirando la silla y gritó.

-¡Mami! ¡Oh, Dios, Mami!- y se abrazó llorando a mamá sin pensar.

Porque allí estaba ella, como siempre, con su trajecito sastre gris y un pañuelo estampado en rosa y oro en triángulo sobre el hombro, sus aros de perlas, sus zapatos de tacón de 4 cm., su peinado de peluquería, sus canas con un toque azul y los anteojos colgados de un sujetador de mostacillas negras.

Era increíble. Yo quedé pasmada, mirando bien porque no lo podía creer, pero me levanté con el corazón acelerado y fui a reunirme con el grupito. Mi hermana lloraba, reía y la volvía a abrazar.

Mamá me vio y exclamó con gran alegría en el rostro:

-¡Marcela! ¡Hijita! – y me abrazó con firmeza.

Toda sombra de duda se desvaneció de mi mente y mientras lloraba junto con ella, el suave aroma a heliotropos de su polvo facial de la Franco-Inglesa, me convenció del todo.

Era mamá. ¿Cómo? No importaba. En ese momento no me importaba para nada. Las nietas y nietos encontraron muy normal que su Abuela hubiera vuelto del más allá, como si fuera cosa de todos los días. Esa noche brindamos, bailamos y algo achispados todos y sin hablar del tema, nos fuimos a la cama a altas horas. Como su habitación había sido convertida en cuarto de huéspedes, las visitas hubieron de ir al altillo. Mamá miró a su alrededor y me tomó del brazo:

-¿Dónde está mi ropero, Marcela?

-Ay, Mamá, como tú…. bueno, se lo llevó Adelina, dijo que por ser la menor la habías mimado más y que lo quería en su habitación..

-Mañana le hablaré para que me lo traiga… -afirmó mamá, muy segura.

Ahí, en ese preciso instante, debí haberme dado cuenta de las complicaciones que se avecinaban… empero, la cantidad de cerveza ingerida y la alegría por la reaparición impensada de mamá, nublaron mi entendimiento.

Al día siguiente la lluvia tamborileaba mansa sobre los techos. Como estábamos de vacaciones y nos habíamos acostado tarde y entre vapores alcohólicos, nos levantamos a media mañana. Error, nuestra madre, bien temprano ya había ocasionado un desmayo a la cocinera. Salió del paso llamando a la ambulancia del hospital, que se la llevó en seguida. Así que se preparó mate y acomodada en la galería miró llover, en la tibieza del verdor veraniego, rodeada de sus amados macetones de azaleas, peperonias y verdes helechos colgantes, frondosos y frescos.

La encontramos allí y nos sentamos a conversar.

Una vez informada en detalle acerca de todo lo ocurrido durante los últimos dos años, nos animamos a tratar de averiguar qué había pasado. La que empezó fue mi hermana. Se mordió el labio de abajo y tanteó:

-¿Mamá, te puedo hacer una pregunta?

-Por supuesto, Inés, por supuesto… ¿qué querés saber?

-Bueno, cómo es que… volviste? Nunca supe de nadie que… bueno, eh…. vuelva.

-No seas tan eufemística… por favor! Lo que quieres saber es cómo, si hace dos años que me morí, estoy aquí y ahora, vivita y coleando, no?

.-Sí! -dijimos Inés y yo a un tiempo.

-Bueno, en realidad lo que pasó fue que -les aclaro que yo las extrañaba mucho pero eso no tuvo nada que ver- eran muchas las nostalgias que llegaban allá, todos los parientes anhelaban mi correspondencia,… parece ser que yo era el único lazo que ligaba a una enorme familia y no hubo quien me reemplazara… Cuando me lo dijeron me sentí avergonzada… ¡¿Cómo es posible que ninguna de ustedes cuatro haya sido capaz de mantener comunicación con el resto de los parientes?! Allá aman las familias grandes y unidas, y… ¡Todos suspiraban por mis cartas! Ya ven, importunaron tanto, que decidieron mandarme de vuelta, hago falta aquí para mantener la unión, las reuniones anuales, las fiestas navideñas y todo eso! ¿Ya les avisaron a Mercedes y a Adelina que estoy aquí? ¿Y los chicos? ¿Los llamaron a Jorge y a Ernesto ya? Ay, cierto, me dijeron que están en el Brasil…

-No, todavía no. Mamá, aunque sean nuestros hermanos y… ¡bueno! eso no se puede
avisar por teléfono, no te das cuenta? No nos van a creer… -dijo Inés.

-¿Cómo que no les van a creer? Dame el teléfono y mi agenda, las llamaré.

Nos miramos sin saber qué hacer, pero la hija de Inés había escuchado y volvió corriendo con el inalámbrico y la agenda de mamá que nunca se había movido de la mesita del teléfono. En casa de Mercedes no contestaba nadie, pero Adelina atendió. Como yo esperaba, pegó unos gritos, dijo que era una crueldad hacer esas bromas de mal gusto y la mandó al carajo.

Mamá quedó horrorizada.:

-Mi propia hija… ¡no me reconoce la voz! Voy a volver a llamarla, le diré Petunia, como le decía cuando era una nena, puede ser que se dé cuenta que soy yo…

Pero Adelina había desconectado el aparato.

-Le escribiré, o mejor llámenla ustedes más tarde, tengo unas ganas de verlas a esas dos..! Ay, reconozco que una madre no debe decir esto, pero siempre me llevé mejor con las mujeres que con los varones, no los entiendo, miren que irse de expedición al Amazonas…!

-¡Ay, Mamá! Es por trabajo… y no lo tomes a mal, pero tal vez sería prudente que la gente no te viera, algunos se asustarán y otros no lo van a creer, y de última, si se hace público nos llenaremos de periodistas golpeando la puerta todo el día, porque habrá que desconectar el timbre… -dijo Inés.

-Ay, sí, hijita, en eso tienes razón, no lo había pensado, con razón se desmayó la cocinera cuando le abrí la puerta… ¡Pobre Manuela!

-¿Desmayaste a Manuela?- inquirí temerosa. (No me agrada cocinar)

-Nooo! Se desmayó sola cuando me vio, ahora caigo, ¡y yo que pensé que le dio un soponcio y llamé a la ambulancia, menos mal que la llevaron al hospital!

-Averiguaré cómo está… -comentó Inés agarrando el teléfono. La mucama, nueva, no estaba al tanto del asunto, así que fue enviada a calentar más agua para seguir tomando mate mientras veíamos llover.

Allí fue cuando mamá me miró fijo y empezó:

-Marcela, no quisiera que te enojes, pero me gustaría que me digas qué has hecho con todas mis cosas, las quiero en mi cuarto nuevamente… y por favor no suspires. – Yo suspiré. No puedo evitarlo. Está en mí. Contesté:

-Mamá, hay algunas que te prometo recuperar, pero otras eran tan viejas -como el sillón azul- que lamento decirte que las tiramos… y los libros de la editorial «El Verbo Divino» y los de «Ediciones Paulinas» los regalamos a los niños de la Parroquia… (Esto último era una mentira pues yo personalmente los había arrojado a la basura, pero no podía, verdaderamente, decírselo)

-Ah, bueno… no eran muy importantes… ¿Y mis fotos, están acá… ¿no?

-No, mamá, lo lamento, pero nos las repartimos entre las cuatro…

-¡Por Dios! Una se muere y ustedes no respetan nada, no son ni siquiera capaces de conservar un álbum de fotos intacto! Y más vale que no les pregunte por la alhajas que eran de la pobre mamá… ¡Menos mal que esto no lo sabrá tu padre! Se pondría muy mal… pobre Germán, espero que no me extrañe mucho, ya le dije que dentro de unos años voy a volver…-

Nos quedamos aleladas. Costaba un poco acostumbrarse a la situación.

-Marcela, en cuanto pare de llover sacas el auto y vamos a la Comisaría a pedir un Certificado de Supervivencia y a comprarme algo de trapos, porque supongo que mi ropa habrá corrido el mismo destino que mis libros, o que las fotos… y yo he venido con lo puesto. ¿Dónde está mi documento?

-Tuvimos que entregarlo en el Registro Civil para que nos den la Partida de Defunción para cobrar el Seguro… ¡El Seguro! Ahora que estás viva van a querer que les devolvamos la plata… ¡Oh, no, qué complicación!

-Ninguna complicación – dijo mamá – ya lo averigüé, es un pago que te hacen cuando muere el asegurado y yo morí, me hicieron misas, funeral, salió en los diarios y hay un montón de testigos, no tiene ninguna cláusula de que deba devolverse la plata si uno regresa… Yo ya me imaginé algo por el estilo, por eso me dejaron traer una copia de mi DNI, fue lo único, además de la ropa puesta…- Se levantó, busco el bolso con el que había entrado y sacó de allí su documento.

-Con éste, me dan el certificado y te vas al ANSeS, (Agencia Nacional de Seguridad Social, que paga las pensiones y jubilaciones)…ah! y también al PAMI .- (Obra Social para Jubilados)

Yo exclamé horrorizada:

-¡Al PAMI, mamá!, ¡no tienes idea de cómo está!

-¡No me interrumpas, Marcela, ya sabes que yo odio
los trámites… Te pagué toda tu carrera de abogada en la Universidad – y eso que no me diste el gusto de ir a la Católica – y te mantuve sin necesidad de trabajar hasta que te recibiste. No me gusta recordártelo, pero me debes tu actual prosperidad económica… No vas a pretender que vaya Inés, que es escultora, a pelear con esos chacales… Les decís que me vuelvan a pagar la pensión de tu papá, que no es para desperdiciar, y mi jubilación. Bueno, ésta no importa tanto porque eran chauchas, los maestros nunca ganamos nada… pero tu papá fue diputado nacional y era una buena pensión, no pienso perderla, además me corresponde, no tengo por qué regalársela al Estado y la necesito para las cartas, no voy a andar pidiéndoles plata a ustedes cuando tengo mi dinero. ¿No?

Estaba emperrada, era obvio, y conociéndola sabía que nada la haría cambiar de idea.

Mi hermana me miró, me guiñó el ojo y esbozó una sonrisa cómplice a sus espaldas. Yo sabía que mamá tenía razón, pero esos trámites… En la comisaría no hubo problemas, no la conocían: controlaron la impresión digital, unos sellos, firma del comisario y listo… pero ahora, ahora estoy en el ANSeS con un poder, DNI y el certificado de la policía, para reclamar que le paguen de nuevo su pensión y su jubilación. Traje ya redactadas notas con mis sellos y membretes, en mi mejor portafolios, pasé por la peluquería, salí con rulitos, me solté el pelo, me puse un top que… ¡bueno!, mi perfume es caro, estoy hecha una loba, pero no funcionó mucho, me dieron un número y me mandaron a esperar… ojalá les gusten las minis… porque a pesar del aire acondicionado me estoy muriendo de calor… ¿Tendré que explicarles que resucitó porque nuestros parientes extrañaban sus cartas?

Hace tres horas que estoy sentada esperando que me atiendan, ya me están por llamar y todavía no sé cómo empezar… pero también pienso, una pensión de diputado nacional, tiene razón, es plata… y le corresponde… ¿se la volverán a pagar? No van a querer… tendré que hacer un largo juicio, ir a los medios, mostrar a la vieja (va a estar encantada), llevarla a Buenos Aires a las marchas de los jubilados…

Ay! Dios, ¡no es justo..! ¡Esto… no es justo!.

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