Aquella noche, me quedé sola en casa mientras mis padres asistían a una fiesta. Mi padre, un guardia de seguridad, había convertido nuestro hogar en una fortaleza, con alarmas que nos alertarían de cualquier intruso. Decidí pasar el tiempo viendo películas y ordené pizza para acompañar. Cuando por fin llegó el repartidor, desactivé la alarma y abrí la puerta.
El joven repartidor, amable y sonriente, derramó los sobres de salsa al entregar la pizza. Mientras recogíamos los sobres, me preguntó si estaba sola en casa. Con nerviosismo, le mentí diciendo que mis padres estaban arriba durmiendo. Aunque sonrió, su expresión parecía dudosa.
Después de despedir al repartidor, volví a encerrarme en casa y activé la alarma. Mientras miraba la televisión y comía, un extraño sonido interrumpió la tranquilidad. Los golpes venían de arriba. Pensé en un posible ladrón, pero diseñé un plan de escape.
Decidida, me dirigí a la puerta para encerrar al supuesto intruso y pedir ayuda a la vecina. Sin embargo, al intentar abrir la puerta, algo me sujetó el tobillo con fuerza. La puerta se abrió y, asustada, corrí hacia la calle. Al girar, vi una figura en la puerta antes de perder el conocimiento.
Al despertar en el hospital, escuché las noticias sobre mi accidente. Según la versión oficial, había sido atropellada por mis propios padres al salir corriendo. Pero lo que recordaba era la presencia de una criatura inexplicable en la puerta. Un gato no tiene manos para sujetar un tobillo. Aquella criatura, tal vez, no quería que abriera la puerta.
AliShakes.
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