New York, a pesar de todo

New York, a pesar de todo

Patricia U

12/07/2019

IV CONCURSO HISTORIAS DE VIAJES

Haciendo orden en mi tarjetero cayó en mis manos una tarjeta en azul y blanco con hermosas letras negras: “Carmesì, Health and Care”. Instintivamente levantè la mirada y la melancolía me invadió al tiempo que mis ojos se posaban en la arboleda fuera de mi ventana. Pero mi mente voló atrás en el tiempo y aterrizó en New York.

Llegamos al aeropuerto JFK por la mañana. El vuelo fue impecable y llegamos en el horario previsto. La emoción y la alegría de estar en el centro del mundo me colmaba. Pero para mi sorpresa, llovía torrencialmente. No tuve la precaución de reservar un auto anticipadamente y el tiempo pasaba, asì que decidì que iríamos en tren. Y ahí comenzó nuestro peregrinar.Arrastramos nuestras valijotas a través de corredores hasta llegar a la estación, que era en un subsuelo. Y el ticket? No había ventanilla a la vista donde poder indicar hasta dónde íbamos y así comprar el ticket. Pero claro, había que dirigirse a una maquinita expendedora que a cambio del dinero exacto, te entregaba un ticket. Después había que encontrar la plataforma correcta. Y nosotras íbamos con nuestras valijas para arriba y para abajo, hasta que finalmente dimos con el tren correcto y subimos. Listo. Ya está. Ahora sólo hay que bajar en la estación indicada y caminar un par de cuadras. La emoción volvió a llenar mi ser. Observaba todo a diestra y siniestra. Me había olvidado de la lluvia. No pude evitar comparar estos trenes lindos, modernos y limpios con los que hay en mi país. Y ni hablar de la frecuencia. El viaje fue bastante largo pero finalmente llegamos. Qué alegría! Ya estábamos a unos pocos metros del departamento donde nos hospedaríamos! Y a partir de ahí, a disfrutar de la vida en New York!

Bajamos del tren y empezamos a caminar hacia la salida. Y al llegar al exterior nos dimos cuenta que seguía lloviendo. Recuerdo que antes de salir de casa organicé mis vestuario y decidí llevar mi campera de gamuza color suela, nueva, muy delicada pero adecuada al lugar al que iba. No tuve en cuenta la posibilidad de lluvia. Así que en esas condiciones, y con nuestras valijotas, empezamos a caminar por la vereda, tratando de cubrirnos como podíamos de la lluvia. Una vez que recorrimos las dos cuadras que teóricamente separaban la terminal de trenes de nuestro departamento, y al ver que la altura no se parecía en absoluto a lo esperado, me empecé a preocupar. Hice un par de preguntas en la calle, y resulta que las cuadras abarcan 50 números solamente. A veces, menos. O sea, el departamento quedaba a unas 10 cuadras o más! Mi hija me miraba con cara de enojo y de cansancio: Por qué no tomamos un taxi?

OK, esperemos un taxi. Nos quedamos paradas en una esquina viendo cómo todos los taxis iban llenos y ninguno paraba. Y el tiempo pasaba. Y hacía frío. Recuerdo que había un vehículo parado, con su chofer adentro, y nos miraba. Después de un rato el chofer baja el vidrio y me dice que él nos podría llevar, ya que todavía tenía que esperar para buscar a su próximo pasajero. Me puse re contenta y ya me estaba preparando cuando me informa que debo tener una cuenta local registrada para que él me pueda cobrar, ya que el pago es con tarjeta y no manejan efectivo. Desilusión. Volvimos para atrás. Intenté hacer algo con mi celular pero por alguna extraña razón, no funcionaba. Ya había pasado mucho tiempo, nuestras caras denotaban desilusión, cansancio y hasta desesperación. Y seguíamos paradas en la misma esquina. Fue entonces que una señora se acercó, me dijo que se dio cuenta de nuestra situación, me preguntó de dónde veníamos, le dije de Argentina, me hizo algún comentario amable como para tranquilizarme. Y luego señaló un negocio a unos 50 metros donde uno puede dejar sus valijas en custodia mientras realiza los trámites que tenga que hacer en la ciudad. Aunque más no sea, dijo la señora, para entrar en un café y tomar algo caliente. Y en ese momento me dio su tarjeta. Me dijo que ella venía a visitar a su hermana y que al día siguiente volvería a su ciudad. Y que ella también dejaba sus valijas en el negocio de custodia. Fue una señora muy amable, me dijo que la llamara si necesitaba algo, ayuda o simplemente charlar con alguien. Se dio cuenta que estábamos solas en esa gran ciudad.

En realidad, no fue mucho lo que hizo esta señora, pero sí sé que eso me tranquilizó, me dio un respiro de aire fresco, no viciado, que me permitió pensar claramente en mis próximos pasos. El chofer del Uber también me dio una recomendación: que fuéramos una cuadra más allá donde había muchas más posibilidades de conseguir un taxi. Les agradecí a ambos y nos fuimos caminando bajo la lluvia otra vez. Finalmente, conseguimos un taxi. Después de rezongar por nuestras valijas, y de quejarse porque no teníamos tarjeta local para pagarle el precio justo, el señor taxista nos dejó en la dirección a la que íbamos. Llegamos al departamento, por fin. No fue tan fácil ahí tampoco, porque resulta que el sistema de cierre de la cerradura estaba al revés de todos los demás, y me costó un largo tiempo descubrirlo para poder abrir la puerta. Pero finalmente, entramos. Nos acomodamos y ahí sí, empezó nuestra maravillosa aventura en New York.

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