—Nenita ¿Estás bien?— era su manera retorcida y cariñosa de hacerme sentir querida. Nenita, como si a mis 35 años no fuera una mujer completa. Pero él se empeñaba en llamarme así. Y sin embargo me sigue enojando cuando un adolescente me llama “señora”.

A veces lo veo como una especie de espectro. Ahí sentado, mirándome fijamente, casi imperceptible, sino fuera que escuchaba su respiración podría decir que si, era un espectro, un fantasma que coexistía a mi lado. En esos momentos yo era su reina, o eso sentía yo. Vivíamos en una burbuja, sin la existencia del tiempo, deleitándonos con las caricias que nos dábamos y embriagados por el aroma a sexo que nos inundaba.

—Ha sido un sueño! Toda esta semana, sentirte a mi lado cada noche, saberte en casa cuando llego.— La conversación giraba en torno a la satisfacción de poder convivir en un mismo lugar sin interrupciones por un breve tiempo. Si hasta las noches se me hacían menos dolorosas escuchando su respiración a mi lado. Sus brazos me hacían sentir cómoda, como hechos para la silueta de mi cuello. Pero todo lo bueno tiene un fin. —No quiero ir al trabajo hoy, me quedaría en cama contigo haciéndote el amor, luego un desayuno juntos… no es buena idea?— ambos sabíamos que no era una opción, al menos para él. Yo seguía debía seguir un tiempo más fuera del trabajo.

La casa quedó sola para mí. «Nenita estás bien?», esa frase resonaba en mí constantemente. Por qué lo asocio siempre a esa palabra?… Nenita… Ese espectro que a veces se convertía en mi amante. De a ratos dejaba de existir, se me antojaba que se iba a otro espacio y tiempo en el que yo no tenía acceso. Deambulaba por esa casa a solas, el perro me miraba desde su posición en el suelo recostado sobre su flanco derecho, sin intenciones de pararse. Recorría cada rincón donde hicimos el amor recordando cada suspiro, las caricias en la espalda, las risas apenas contenidas. Nada amaba más en él que su poder de hacerme reír.

El eco de algún lugar remoto me traía su voz, y esa frase seguía flotando en el aire como si estuviera a mi lado susurrándolas «Nenita, estás bien?». Giré instintivamente mi cabeza, como si estuviese allí llamándome… y el eco seguía presente ondulante en el viento. La voz se me escapaba disolviéndose a mí alrededor y ya no era una sola, se descomponía en miles de sonidos y cada uno de ellos hacía resonar una a una las letras que formaban esa estúpida frase. Salí corriendo… y aun así me perseguían como queriéndose meter dentro de mi piel. Pinchaban, sacudían mi cabello, punzaban en mis oídos… Sin mirar por donde escapaba me perdí en el bosque de olivos y de golpe los sonidos se apagaron. Un aroma dulce, como a flores comenzó a envolverme y era cálido… Era silencio y era paz y era oscuridad. Pero no le tenía miedo a las ramas de los olivos rasgándome la ropa, se sentía natural, se sentía como si yo fuera parte de ese pequeño mundo.

Y de repente ahí estaba él, a lo lejos. Parecía parte del paisaje. Arrodillado en la tierra, se veía gris. Me acerque muy suave y le susurré al oído: estoy bien amor! Y al besarle la mejilla, me volví cenizas que volaron con el viento.

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