No debiera ser raro escuchar el chirrido de una puerta en cualquier museo, porque allí hay tantos portales que juegan con uno, que apenas el ojo vulgar puede percibirlos entre un objeto y otro…
–Es el viento –dice un niño sin dejar de mirar su celular–. Eso dice mi ChatGPT (inteligencia artificial o IA) –y sigue absorto en lo suyo. No hay modo que sus padres lo desprendan de esa pantalla diminuta para que se enfoque en el aquí y ahora, es decir, en el perdurable arte de los incas, en su textilería, orfebrería, cerámica, etc.
Por fin, se acercó un celador, todo achacoso y relajado, quien, con un guiño cómplice aplacó esa angustia intermitente del crepúsculo, y de los visitantes que se aprestaban a terminar con semejante viaje por los comienzos de nuestra historia, hoy descoloridos por esa avasallante tecnología de sexta generación. Mientras yo, acompañada de mi hermana menor, acariciaba con verdadero estupor, como si de finos telares se tratase…, los sillares intactos de tales sobrios salones que antaño albergaban la tan sonada residencia estudiantil (y sus secretos) de nuestra alma mater: la Universidad Nacional de San Agustín de Arequipa (UNSA), ubicada en la calle Álvarez Thomas # 200. Por un instante se me hizo conocido el rostro de ese celador de blancos y largos cabellos, pero este se esfumó en un tris frente al torrente de vívidos recuerdos que emergieron de lo más profundo de mi preciado equipaje.
En ese entonces, yo acompañaba a mi hermana mayor, a esas reuniones clandestinas donde imperaban el ron y el tabaco venidos de Cuba, el folclore ruso…, y la famosa Nathalie del trío chileno Hermanos Arriagada y del francés Gilbert Bécaud (ambas versiones de 1964); que todos la cantaban como un himno, con mucho ardor, especialmente los líderes de estas tertulias –a quienes llamábamos Amarus– que finamente flirteaban con el rectorado de turno, para continuar posesionados de tan estratégico fortín en el corazón de esta blanca ciudad (desde 1973). Tal es así, que incluso en aquellos años, casi al frente de la residencia universitaria, llegó existir un Café Pushkin en el primer piso del Edificio Arequipa, donde también se reunían estos estudiantes revolucionarios, haciendo honor a Nathalie, su himno y canción.
Al final del duro debate político y filosófico venía el canto y la danza de a dos, de tres, de cuatro, de todos… tomados de los hombros haciendo un gran círculo de alegría y algarabía… Y yo, siendo todavía una adolescente, no dejaba de mirar y admirar con cierto devaneo a Martín, uno de los líderes y guitarristas más populares de la residencia estudiantil. Todos soñando con vivir ese amor de un día de Nathalie y el turista francés en el idílico Moscú; por lo que yo, en ese tiempo, no dejaba de escuchar y tararear esas tonadas que me habían cautivado y calado muy hondo el alma.
Un día, en pleno contubernio, llegó Alejandro –un juliaqueño, estudiante de derecho– a promulgar serias parodias del derecho romano a favor del Manu Samhita, el código de leyes de la India antigua. Otro día, siempre en favor de los textos védicos, Alejo llegó a condenar el vacío existencial de la muerte en nuestra civilización occidental decadente por lo profana, llegando a explicar con denodados versos del Bhagavad-gita –la conclusión última del conocimiento védico–, la extraordinaria ciencia de la reencarnación; describiendo, exaltado, la divinidad e inmortalidad del alma, Capítulo 2: La Revelación:
El alma no nace ni muere
No es que fue, será o volverá a ser
Es innaciente, eterna, primordial
No muere cuando muere el cuerpo //20//
Tal como uno se quita un vestido viejo
Y se pone otro nuevo
Así el alma abandona su cuerpo viejo
Para tomar otro nuevo //22//
Al cabo de un par de años, Alejo se fue de este mundo no sin advertir que él se haría notar desde donde se encontrase, desde ese otro lado suprasensible al que se le negaba su existencia… Porque él estaba muy convencido de que solo su cuerpo moriría, su alma no, esta seguiría existiendo, él seguiría existiendo en otra dimensión pero nos visitaría…; y así fue… Él se hacía ver en las noches de luna como si dependiera de ella para que los ojos de los estudiantes revolucionarios pudieran verlo, entre horrorizados y convencidos, tratando de comprender ese misterioso Bhagavad-gita –la conclusión última de la comprensión espiritual, decía Alejo–… Muchas historias se entretejieron alrededor de su partida y de otros estudiantes que también se fueron por designios divinos…, luego de una feroz lucha contra esa misma despiadada inquisisión extranjera que no podía descuartizar sus cuerpos… “Eran millones… los que volvían”… Y cuando la residencia estudiantil fue socavándose por la desidia del rectorado, que se negaba a dar la partida para su mantenimiento, los estudiantes no tuvieron más remedio que hacerse a un lado a favor del actual museo; pero sin abandonar el deseo acuciante de reunirse, vivos o muertos, sobre todo, en las fechas más propicias del histórico calendario rojo…, en aquellas habitaciones de sus consabidas juergas en las que perennizaban sus años de estudio, soñando con un pueblo libre, independiente y soberano. Luego, se supo que, aun en pleno funcionamiento del nuevo museo (desde el año 2000), algunos viejos estudiantes seguían reuniéndose aquí, porque al cerrarse la residencia universitaria también se cerró el inolvidable Café Pushkin; ellos necesitaban intercambiar sus nostalgias para no perder sus sueños ni sus esperanzas…, y las notas de la inmortal Nathalie los mantenía invencibles… Así fue, hasta que todos se fueron yendo, uno por uno…
A la salida de este despampanante actual Museo UNSA, nos encontramos –mi hermana menor y yo– con un viejo amigo a quien le comentamos muy entusiasmadas, nuestro fugaz paseo por aquella ilustre casona de corte colonial mestizo, ahora completamente restaurada; y al mostrarle mis fotos y videos que quedarían registrados en un solo nuevo video; él dijo casi cacareando de escalofríos, al ver al celador adusto en algunas de mis fotos:
–Pensé que este tío había muerto…, ¿no que lo habían torturado hasta matarlo?
–¿Lo conoces? –le pregunté sinceramente perturbada e intrigada.
–Pos claro, es el tal Martín, el cuzqueño, el revolucionario, uno de los Amarus… No me digas que no lo conociste.
–¿Martín “Fierro”?, está irreconocible –Le contesté también con mi piel erizada. Entonces, sentí más que nunca su dulce aroma andino, su voz fluyendo como el sagrado Vilcanota, su cuerpo bien formado de color cobrizo, sus manos callosas, su vestir profundamente descuidado, su mirada rutilante ligeramente rasgada…
Sin embargo, al tratar de crear mi nuevo video, ya no veo a Martín en ninguna de mis fotos, y no estoy alucinando; por lo que me apresto a volver sola al museo, para tratar de tomarle –furtivamente– nuevas fotos a aquel amado viejo amor que me hizo soñar con la Plaza Roja y la revolución de octubre; pero, nuevamente, al llegar a casa, él no apareció en ninguna de mis fotos. Entonces, regresé de nuevo con mi viejo amigo para no creer que estoy loca, o delirando, o soñando; pero no hemos encontrado al celador por ninguna parte y nadie nos ha dado razón de él.
–Yo creo que con la IA vas a poder corregir ese insólito detalle en tus fotos –me dice mi viejo amigo, sonriendo nerviosamente–. Y si aún no la tienes (la IA), te recomiendo la Deepseek, porque tiene las 3b; quiero decir, es china, bonita y gratuita –y me estremezco tan solo de pensar que con esa IA… yo pueda volver a ver a Martín Fierro como aquella única noche en la que me quedé a solas con él.
LEGADO CULTURAL DE LOS INCAS – MUSEO UNSA
La cultura Inca se caracteriza por sus creencias mágico-religiosas, donde la vida y la muerte eran una, no desaparecía el ser, sino, que se producía un viaje hacia otra vida, al mundo de las huacas (lugar sagrado).
Al lado de la momia se depositaban alimentos, un poco de agua, algunos cuencos con chicha. Y junto a las provisiones, las herramientas de trabajo, objetos de la vida cotidiana, y demás cosas por las cuales, el difunto había mostrado predilección o afecto, en el curso de su existencia terrena.

OPINIONES Y COMENTARIOS