Cuando puedo vuelvo a Venecia porque creo que debe ser uno de los sitios con más secretos escondidos que he conocido. Por razones económicas nunca pude dormir en la isla pero hay muy cerca un lugar que se llama Lido di Jesolo en el que descubrí un hermoso hotel con olor a familia que os recomiendo por su desayuno en el que abunda el pan casero esperando dulces y manteca en rulo.

Para llegar me tomo el vaporetto y después de unos veinte minutos de escuchar a los tanos gritarse en lugar de hablar llegamos a la terminal San Marcos a pocos metros de la piazza, su basílica, sus galerías y el olor a café cortado con acordes de un violín. No me quedo ahí porque no hay nada mejor que perderse en Venecia.

Hace un tiempo caminando por una callecita muy angosta entre restaurantes que ofrecen langostas muy vivas y rosas en sus peceras antes de ser sometidas al sartén, logré escapar de un contingente de cámaras de fotos orientales y sin querer me encontré en una esquina que después supe, se llama de la desconfianza.

Debajo de un balcón pequeño que hace sombra sobre el empedrado y una fachada bordeaux con puerta de madera gastada y su ventana de hierro oxidado hay un escalón en el que aquél día, y cada vez que voy me encuentro con un señor escondido detrás de su máscara que nunca quiso retirar después de haber ganado el premio en algún carnaval. El dice que de llama Vittorio pero yo no le creo.

A mí me molan mucho estos encuentros porque el tipo sabe de historias que guardan secretos de ahí o de otras islas y con en el tiempo me las ha ido regalando. El último cuento que no es tal relata las argucias del que fue el alcalde de Murano ya hace unos años. Resulta que en la pequeña población conocida por sus vidrios existía una moneda que valía más que la lira y que todos querían tener. Ellos le habían denominado la plata naranja y sus poseedores de alguna u otra forma trataban de ahorrarla para en definitiva salvarse. El valor de las monedas lo definía diariamente el mercado manejado por el hermano del alcalde y la banca central a cargo de Custodio, su amigo.

La trampa consistía en anunciar la baja repentina del precio de las monedas naranja obligando a sus poseedores a venderlas antes de asumir su definitiva pobreza mientras algunos conocidos del alcalde hacían el esfuerzo patriótico de comprarlas en pos de la defensa heroica de la ciudadanía. Al tiempo, con todas las monedas en los bolsillos de amigos y parientes el gobernante impulsaba su aumento y los creyentes pobladores comenzaban a comprarlas nuevamente con créditos muy ventajosos para el banco de la familia dominante.

Vittorio me cuenta que la gente de Murano nunca dejó de soplar vidrio caliente, las monedas van y vienen pero el alcalde supo salvarse.

Después me miró detrás de la máscara, se acercó y en vos baja pero firme me dijo al oído… cuidado que hijos de puta hay en todos lados.

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