Sopa de sobre, de verduras, y la tele-tienda. La mezcla perfecta antes de irse a la cama después de un día de duro trabajo. Si lo que quieres es no pensar y no te importa tragar basura.

En medio de un discurso mentiroso, la oigo, como todas las noches, llamarme: «papi», giro la cabeza y la busco en la puerta del pasillo, no está. Más tranquilo, o quizá menos ya no lo sé, vuelvo al plato y a las tonterías que no me dejan pensar, justo lo que necesito.

Un instante después, escucho de nuevo el «papi». Esta vez voy hasta su habitación, no la veo, me tranquiliza. Intento no hacer ruido y con cuidado me vuelvo a la cena, negando con la cabeza, juraría haberla escuchado. Demasiado cansancio quizá. Demasiadas cosas en la cabeza, pocas buenas.

Retomo la sopa interrumpida y las mentiras que no cesan. «¿Nene?», escucho lejos y bajito a la mujer, siempre igual. Me habrá escuchado andar arriba y abajo. Abandono la cuchara a su suerte y voy hasta nuestra habitación. Miro desde la entrada, no me vuelve a llamar y cierro la puerta con cuidado.

El camino de vuelta al plato pasa, sin que pueda evitarlo, por delante del pequeño mueble del comedor. Me paro delante y acaricio el marco con un dedo. La foto de mis niñas, la grande y la chica.

Tres puñeteras lágrimas aderezan el caldo, no importa. No me quedan ganas. Me gustaría saber cómo les cuento a mis niñas, el día que sepan volver, que no estoy solo en esta casa vacía.

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