Por mil años dormiría.
plácida en la entrega de una deleitosa sinfonía.
Pasarían mil años y allí me encontrarías
deshidratada y consumida, no seré bella
pero sí tu durmiente.
Enredaderas recorren mi torso,
los huesos se asoman bajo la dermis marchita,
y sin embargo, el corazón,
como un tambor silente, te espera.
Posa tu mano en mi pecho suavemente latente.
Despiértame de mi risueña siesta y regálame una sonrisa,
para que recobre la brasa tibia de tu nombre en mis venas.
Volverá una jovial simpatía con tu ansiada venida.
Reaparecerá mi lozanía y retornarán los tonos en mi piel,
los huesos expuestos comenzarán a refugiarse,
después de mil años, lo que no daría…
por contemplar nuevamente tu bruno rostro.
El anhelo de que esa tersa piel me acaricie,
y sentir fresco este afecto
que ni mil años podrán añejarlo.
Experimentar nuevamente la delicadeza
con la que se suaviza tu mirada al encontrarse con la mía,
al deshacerse los cristales de sal
que supieron colgar de mis pestañas.
Tú…
Tú eres mi eterna y dulce sinfonía.
Ese día, la pasión se revelará en su forma más pura,
el fuego largamente contenido nos envolverá
liberando su fuerza, ancestral e indómita,
nuestros cuerpos, al fin reencontrados y restaurados,
se entregarán a la lujuria de un amor absurdamente inalterable.
Aunque me quite el aliento, y suene descabellado,
y la crudeza de la primera impresión pueda perturbar,
la vida no me ha abandonado.
Me encontrarás hecha de polvo y milagro:
mil años sin moverme y aun así,
jamás dejé de sentirte.
Solo tú posees la potestad de devolverme la vitalidad.
Verás que aún persiste
aquello predestinado a nacer, pero jamás a perecer.
Con un beso sellarlo todo:
que la sangre vuelva a teñir mis labios de carmesí,
como si el rubor de la aurora se deslizara entre ellos.
Cárgame.
Siente cómo mis huesos, frágiles pero fieles,
se acomodan en el hueco perfecto de tus brazos.
Envuelve mi silueta:
aún esboza su antigua forma entre las ruinas del tiempo.
Tu calor irradiará mi entregado ser,
y el brillo, casi olvidado, emergerá desde dentro.
La piel, curtida por siglos de espera,
se empapará de luz como si el sol volviera a mirarme.
Que tu tacto derrame vida,
como un amanecer que trepa lento sobre las colinas de mi cuerpo.
Llévame contigo,
con este cuerpo restaurado por la ternura,
y amémonos—
porque hemos nacido para durar
otros mil años más.
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