Imprecisiones del sueño

El hombre soñó ser un dragón, soberano y aventurero, capaz de acariciar las nubes.

Siempre era el mismo sueño que simbolizaba en su vida lo más hermoso, una experiencia que las palabras no lograban describir. Pero había algo en esa belleza que lo aturdía: retornar a la realidad, pues el sueño lo expulsaba bruscamente como si no lo deseara ahí por mucho tiempo. El dragón se estrellaba contra el suelo. Siempre trató de seguir volando; pero lamentablemente no dependía de él.

Sin soportarlo más, se despojó de unas noches de visitar a su dragón para disminuir el tiempo de viaje a la guarida de una bruja. Necesitaba tomar el control, dar fin al sufrimiento onírico y así rescatar su cuerpo de dragón de ese mundo. Sin pedirle nada a cambio, la mujer marchita accedió a su ruego, pues era su último día en la tierra. La bruja le tenía la solución, al parecer, sencilla, pues miró el bosque y le dijo: “Sueña con ese dragón una vez más y al morir te convertirás en ello”. La mujer, al instante, se volvió una mariposa negra y majestuosamente se alejó. Era la prueba fehaciente de la materialización de cuerpos oníricos.

Desesperado, ocupó la casa de la bruja y cubrió todo espacio que dejara filtrar el sol para simular la noche.

Intentó volver a soñar con el dragón, pero los sueños no daban en el blanco o quizá el dragón de su interior no deseaba salir.

Cansado de intentar su objetivo, latidos antes de su muerte, volvió a soñar con el dragón. Era una lástima, sin embargo. La criatura había muerto por la ausencia del hombre, extraviado de camino al sueño.

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