Berenice se despertó con el sonido insistente del despertador a las seis de la mañana. Se quedó unos segundos más en la cama, tratando de aferrarse a los últimos señales de sueño. Finalmente, se levantó y se dirigió al baño. Después de una ducha rápida, se miró en el espejo. Sus ojos todavía reflejaban el cansancio de las horas de estudio de la noche anterior.
Bajó a la cocina, donde su madre ya había preparado el desayuno. El aroma del café llenaba el aire, y el sonido del pan tostándose en la tostadora era casi terapéutico. Berenice tomó un sorbo de café mientras hojeaba el libro de matemáticas que había dejado sobre la mesa. Su madre lo miró con ternura y le dijo que no se preocupara tanto, que él siempre había sido buen estudiante y que le iría bien en el examen de hoy.
A las siete en punto, Berenice salió de casa. El aire fresco de la mañana lo despabiló un poco más mientras caminaba hacia la parada del autobús. El trayecto hacia la preparatoria era siempre el mismo: treinta minutos en un autobús repleto de estudiantes somnolientos, todos absortos en sus propios pensamientos o en la pantalla de sus teléfonos.
Al llegar a la escuela, Berenice se dirigió directamente a su salón de clases de la mañana. Saludó a algunos amigas con un gesto rápido y se encaminó a su primer período: Historia. La clase pasó sin mayores incidentes, aunque Berenice apenas pudo concentrarse; su mente estaba en el examen de matemáticas de la siguiente hora.
Finalmente, llegó el momento. Berenice se sentó en su pupitre, tratando de calmar los nervios. El profesor repartió las hojas del examen, y por un momento, el aula estuvo en completo silencio. Berenice respiró hondo y comenzó a resolver los problemas, uno tras otro. Recordó los consejos de su madre y de su profesor, y poco a poco, la ansiedad se fue disipando.
Después del examen, se reunió con sus amigas en la cafetería. Hablaron sobre las respuestas, intercambiando opiniones y chistes para aliviar la tensión. Berenice sintió un peso menos sobre sus hombros; estaba seguro de que había hecho un buen trabajo. Almorzaron juntas, compartiendo historias y risas, un respiro en medio de la jornada académica.
La tarde transcurrió con las clases habituales: Literatura, Biología y Educación Física. Durante la última clase, Berenice se permitió relajarse un poco más, disfrutando del ejercicio y el aire libre. Al sonar la campana final, recogió sus cosas y se dirigió a la salida, sintiendo una mezcla de cansancio y satisfacción.
En el camino de regreso a casa, Berenice reflexionó sobre el día. Se sentía orgulloso de sí mismo, no solo por el examen, sino por la forma en que había manejado la presión. Al llegar a casa, fue recibido por el aroma familiar de la cena cocinándose. Su madre le sonrió desde la cocina y le preguntó cómo le había ido. Berenice sonrió, más relajada que en la mañana, y le contó sobre su día.
Después de cenar, Berenice se permitió un momento de descanso antes de comenzar con las tareas de la noche. Se sentó en su escritorio, ordenando los libros y cuadernos, preparándose para otro día de estudio. Pero por ahora, se recostó en su silla y dejó que su mente vagar. Pensó en sus sueños, en sus metas, en cómo cada día lo acercaba un poco más a ellas.
Finalmente, se acostó en la cama, cerrando los ojos con una sensación de logro. Sabía que la rutina diaria podía ser agotadora, pero también sabía que cada esfuerzo valía la pena. Mientras el sueño lo envolvía, Berenice se prometió a sí mismo seguir dando lo mejor de él, un día a la vez. Y así, entre sueños y realidades, se preparó para enfrentar un nuevo día, con la certeza de que estaba construyendo su futuro, paso a paso.
Ala mañana siguiente recibo su calificación que había obtenido en el examen que lo traía distraído verificando que si había obtenido lo considerable en su examen dándole una alegría sin igual por haber obtenido un paso más hacia su futuro.
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