Mi primera bicicleta

Mi primera bicicleta

Ágeda

28/06/2018

Recuerdo como si fuera hoy, cuando los Reyes Magos me dejaron mi primera bicicleta. No recuerdo exactamente la edad que tenía, pero entre 7 y 9 años. Lo que recuerdo con exactitud, son todas las emociones y sentimientos que surgieron con ella. Si leyeron El peluche más valioso, sabrán que vengo de una familia humilde y trabajadora, donde nunca me falto nada, pero tampoco sobraba. A veces me pregunto de cuantas cosas disfruté de niña sin preocuparme, o sin sentirme mal por mis padres.

Si aquel peluche ya costaba poco, pero demasiado para ellos, se podrán imaginar cuanto podía costar una bicicleta! Ni pensarlo. Tanto así, que yo no le pedí a los Reyes que me dejaran una. Hacía poco había descubierto quienes eran los verdaderos Reyes Magos, y de verdad que eran reyes, y de verdad que eran magos.

Los padres también se ilusionan de la ilusión de los niños, de creer en algo como Papá Noél, o esos tres Reyes que venían en camello y que había que dejarles agua y pasto, porque hacían un viaje muy largo dejando regalos a todos los niños del mundo. Eso creía hasta entonces, que todos los niños tenían la fortuna de tener un obsequio.

Antes de descubrir a los reyes verdaderos, yo no entendía porque a los renos de Papá Noel no le dejábamos agua y pasto, ellos también tenían que hacer el mismo viaje, y aunque volaran, también tenían que sentir hambre y sed.

Ese 5 de enero, me acosté con la ilusión de cualquier niño, con la ansiedad de despertar para ver que habrían dejado mis reyes magos en mis zapatos, fuera lo que fuera sería fantástico! No importaba si estaba en mi lista o no, aunque yo sabía lo que podía pedir.

Y no puedo recordar que había en mis pequeños zapatos, porque seguramente la emoción de aquella bicicleta, que yo no había pedido, hizo que todo lo demás desapareciera. La casa de mis padres estaba junto a la de mis abuelos maternos, donde también vivía mi hermana mayor, que tendría por ese entonces unos 15 o 16 años, y a ambas casas las dividida un patio interno.

Fue cuando fui a saludar a mis abuelos y mi hermana que la vi allí, en el comedor, azul, brillante, extraña, muy diferente a la de los otros niños, y para mí. Sin duda los rostros de mi padre y de mi madre, tenían más ilusión que el mio. Yo estaba atónita, confundida, sería para mí? Yo no había pedido una bicicleta, había pedido lo que sabía que podían darme mis Reyes Magos, y ya había abierto mis regalos. Pero todos me miraban, silenciosos, y yo también permanecía callada. Hasta que al fin mi madre preguntó ¿Te gusta?

Definitivamente era para mí. Claro que me gustaba, estaba encantada! Y estaba tan inmersa en mi felicidad que por un rato, no pensé en lo que habría valido para ellos.

Había un pequeño detalle, y era que yo no sabía montar en bicicleta, pero mi padre no demoró en sacarla a la vereda y subirme en ella. El me sostenía de la parrilla que tenía detrás del asiento, mientras yo pedaleaba despacio, temblorosa, tratando de encontrar el equilibrio. Y no me llevó mas de media hora poder andar sola. Anduve hasta que me cansé de dar tanto pedal por la vereda, yendo y viniendo, bajando de la bici para dar la vuelta, doblar andando era lección para otro día.

Entré la bicicleta por la casa de mis abuelos, hasta el patio interno. Le bajé la pata para que se sostuviera parada, y me senté en el suelo, recostada a una columna, que sostenía la parra de uvas que mi abuelo con tanto amor cuidaba y curaba, para hacer su vino.

Allí sentada, la miré, y la miré y la miré. No podía creer que tenía una bicicleta, y que yo también podría salir a dar vueltas manzanas con mis amigas. Pero por qué sería tan distinta a las bicicletas de los niños de mi barrio? no tenía pegotines como las demás, su forma también era rara, y además era azul. Que si bien era una azul brillante fantástico, parecía de varón. En aquel entonces, los niños no tenían la maldad que algunos tienen ahora, al menos no mis amigas del barrio. Si alguien también había notado que mi bicicleta era diferente, nadie me lo hizo saber.

Y allí sentada, mientras la voz de mi madre llamando a comer, me traía de nuevo al mundo real, y abandonaba aquel mundo aparte donde habitaban mis pensamientos, lo vi. Y en cuestión de segundos mi mente lo había adivinado todo. La garganta se me cerró de tal manera que creí que algo quería estrangularme, me inundó un mar de tristeza y contuve el llanto hasta que fui caminando a paso apurado hasta el baño.

Tenía que recomponerme y salir, ya era la hora del almuerzo, y mis padres no podían verme con la cara triste. ¿Que niño que acaba de recibir el mejor regalo puede estar triste? Solo uno como yo, que amaba tanto a sus padres que no era capaz de decirle que ya sabía que ellos eran los únicos Reyes Magos, porque yo creía que acabaría con la ilusión de ellos, y que ellos se sentirían desilusionados al saber que lo había descubierto, y no era una niña capaz de soportar ver tristeza en sus caras.

Intenté dejar de pensar en lo que había visto en aquella bicicleta, lo que había descubierto, lo que yo no tenía que saber, jamás, y salí del baño. Nos sentamos los 6 a la mesa, y no recuerdo que comimos, pero recuerdo que mi hermana siempre comía muy lento, cosa que solía desesperarme cuando había postre, porque debíamos esperar a que ella terminara. Pero ese día se lo agradecí en silencio, porque casi no podía tragar la comida, la garganta se me apretaba cada tanto, y me dolía. El postre lo pude comer mejor.

Y después de las charlas de sobremesa, y de lavar los platos, era hora de la siesta para los adultos. Y allí volví a sentarme, en el suelo, recostada a la columna, y lo volví a ver, aquello que lo delataba todo, que seguramente a mis padres se les había pasado por alto, pero yo había tenido la desdicha de verlo.

Me juré que nunca lo sabrían, que jamás se enterarían de que lo había descubierto, y hasta el día de hoy, con 32 años,ellos no lo saben, simplemente todavía no soy capaz de soportar tristeza en sus caras.

Aquella bicicleta, tan distinta a las demás, había revelado su secreto. En un costado de la parrilla, se veía un color verde brillante, como el azul que tenía encima. Aquel insignificante milímetro de bicicleta, no había sido pintado. Aquella bicicleta había tenido dueño antes, quizás más de uno. Era tan diferente porque era una bicicleta vieja, igual a la pequeña de la foto. Porque mis padres no podían permitirse una nueva, y habían gastado su dinero en una usada, que habían restaurado, dentro de lo que podían permitirse, para mí, para su pequeña y amada hija.

Ese día, mi corazón reventó en mil pedazos. Pensar en el sacrificio de mis padres me deshizo, y me deshacía aún más, la idea de que ellos pudieran saber que yo lo había descubierto. ¿Cómo se sentirían ellos pensando que su pequeña sabía que no podían comprar una bicicleta nueva? Que le habían dado una vieja y usada. Porque eso a mi no me importaba, pero quizás a ellos sí. A mi solo me importaba no destrozar su ilusión.

Ese día me regalaron más que una bicicleta. Ese día me regalaron el verdadero valor del sacrificio, del amor, de la familia y mucho más. Un regalo sin dudas hermoso, aunque a veces, como ese día, me generaba dolor ver todo lo que hacían por mí.

Y no cambiaría nada de mi infancia, pero a veces, me gustaría haber sido un poquito más inocente.

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