Cielo, cuyo celeste enarbolas por el firmamento,
Eres esquilado de tus nubes por el viento,
Las que cubren la luz del sol radiante,
E imponen su débil sombra dominante.
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Por la noche, siembras la incesante penumbra,
Permitiendo a todos que la oscuridad los encubra,
Te revistes con centelleantes y fijos luceros,
Que no anquilosan sus blancos brillos enteros.
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Despiertas con la tenue aurora rosa,
Obliterando la abayada oscuridad viciosa,
Inflingiendo reverente ánimo a cualquiera,
Que un fino destello de tu alba viera.
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