Ella.

Almizcle. Es el aroma principal que desprende, esa mezcla amaderada y animal que perfectamente se fusiona con la piel humana, con el sudor nocturno, y la luz blanca de las sábanas. Ella es olor por encima de todo, su principal peculiaridad.

Los intentos de ir con otras han sido totalmente infructuosos, ya que no he conseguido despejar mi mente, calmarme y llegar al sueño reparador. La falta de su propia esencia ha sido causa de mis desvelos en más de una ocasión. Y es que el olor de cada una de ellas es tan íntimo y personal, es tan descriptivo de las personas que yacen…

En las mañanas ella huele a sol, o a sol y nubes, a brisa fresca, a rocío, a café en tu taza favorita, a nueva oportunidad y a prisas.

En las noches oscuras huele a historias de libros, a añoranzas, a abrazos de hasta luego, a calor de hoguera o a mi simple ropa usada. Pocas veces, en mitad de la noche el roce sus sabanas se traduce en miedos o desvelos, o impaciencia por la hora del despertar. Suerte tengo de que no es lo normal.

Ella tiene carácter, sabe que volveré a ella cada noche, es arraigo en mis rutinas. Es más, ella va con las estaciones. Se viste con los colores de otoño, primavera o verano, aunque tiene predilección por el invierno, pesado y mullido. No hay mucho donde elegir, pero su sencillez, firmeza y acogimiento la convierten en la estrella de la casa.

Ella es recipiente de sueños y guardiana del subconsciente. Y se agradece que no hable, porque aquel que la escuchase a la hoguera me llevaría.

Ahora soy su dueña, pero no siempre ha sido así. Algunas veces venía en la habitación donde me acomodaba, otras veces perteneció a la casa de mis padres. Tampoco ahora es lo que era. En mis etapas más vitales solía ser como un vagón de metro que transporta de un sitio a otro, un elemento meramente utilitario. Ahora es algo más como la parada obligada, o la huida forzada del día.

En algunas ocasiones me ha recogido como los cómodos brazos de una madre protectora, donde la niña acude a sanarse después de un mal tropiezo, pero que en cuestión de segundos está lista para volver a enfrentarse al mundo. Igual me ha pasado a mí, he ido a ella sin querer, pero por necesidad. Me ha permitido sanar, aunque mis tiempos se hayan prolongado lo que a mí me parecía una eternidad. Me he enfadado con ella, he llorado cuando me ha mostrado mis limitaciones, he saboreado mis pequeños logros y avances a medida que me veía mejor. Después de tanto tiempo solo me habría faltado pedirle explicaciones.

Ella. Ojalá ella pudiera hacer perpetuo todos esos momentos de pasión acanelada con toques picantes, que erizan los pelos de mi piel al brindarme un regocijo, como el que despierta un buen vino en boca. Esas risas roncas, esos saltos locos, ese jugar a volar, ese compartir entre nosotros. Todo eso se guarda entre las sábanas, pero no es perpetuo, sin embargo, ella sí lo es. Una noche, otra noche y cada noche, me deslizo silenciosa en ella y de nuevo, almizcle.

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