Acunando a mi hijita de tres años en mis brazos, todo lo que pude hacer fue escuchar mientras los gritos en el exterior de la casa se hacían más fuertes, intercalados con sonidos de violencia y otros horribles, estrepitosos golpes húmedos y el inconfundible eco de músculos y tendones que resisten la fuerza que lentamente los estaba destrozando.
Comenzó hace solo dos días.
Algo sucedió, allá afuera en el mundo, y antes de que siquiera tengamos noticias de lo que estaba sucediendo, parece que la mitad del mundo se ha ido.
La policía y las fuerzas armadas no pudieron detenerlo, lo que proporciona un marco de resistencia tan corto que es difícil saber si fue real o simplemente una casualidad.
No había escape, ni un objetivo central más allá de sobrevivir; ninguna forma de usar nuestras armas más poderosas, no sin incinerarnos en el proceso.
Se extendieron por todo el mundo, desde donde sea que comenzó.
Aún oigo golpes en la puerta de abajo, y los gritos de personas siendo asesinadas, incapaces de montar una resistencia adecuada contra semejante fuerza.
No pasó mucho tiempo antes de que el golpeteo, cada vez más violento, se convirtiera en miles astillas y el sonido de la madera destrozada.
Entraron en la casa.
No más de un momento o dos pasé antes de que la puerta del dormitorio comience a temblar.
Las cosas que acumulé en contra de ella se sostenían, por ahora, pero sé, de manera realista, que van a lograrlo.
Sigo meciendo a mi pequeña niña, canturreando una canción de cuna en su oído para calmarla mientras llora. Soy el padre, aunque me convertí en madre desde que la suya se marchó con el dentista.
Los golpes crecen en fuerza y volumen, el marco comienza a resquebrajarse.
Puse a mi niña pequeña en mi regazo, de espaldas a mi pecho, y le acaricié la cabeza con ambas manos, desde la parte superior de su cuero cabelludo hasta las orejas, tal como lo he hecho desde que era bebé.
¡Justo como a ella le encanta!
El efecto es pues instantáneo.
Su llanto desesperado se calma ante una serie de sollozos e hipo, su pequeño cuerpo se estremece contra el mío por el miedo.
Sigo murmurándole, calmándola mientras acariciosu cabello, actuando como siempre lo hice: para todo el mundo igual, como si nada estuviera fuera de lugar, ni una sola cosa fuera de lugar.
Agonizantemente lenta, en una cadencia inversa del sonido de astillas de madera, se calma.
Puedo sentirlo cuando ella deja de tensarse, mientras sigo acariciándola por los lados de su cabeza.
Un último hipo de sollozo, y ella se queda en silencio, con el cuerpo relajado.
Ni siquiera tiene tiempo para darse cuenta de lo que está sucediendo cuando le doy vueltas en el cuello con un tirón violento, acompañado por un sonido seco y seco.
Está muerta antes de que pueda siquiera caer sobre mi regazo.
La puerta está cediendo, los muebles retrocedieron y no parecen detenerse.
Puede que me arranquen las extremidades mientras grito, pero al menos…
Sé que al menos, mi ángel bebé, está a salvo.
OPINIONES Y COMENTARIOS