memorias del olvido

memorias del olvido

yangel

01/04/2025

Capítulo 1

El parque estaba casi vacío a esa hora de la mañana. La brisa arrastraba las hojas secas por el sendero de piedra, y el sonido lejano de unos pájaros rompía el silencio. Clara se sentó en el mismo banco de siempre, con la libreta en su regazo y el bolígrafo entre los dedos. Miró la página en blanco y suspiró.

Escribir era su único refugio. Anotar los recuerdos que aún conservaba, atraparlos antes de que desaparecieran, se había convertido en su única forma de luchar contra la marea del olvido. Pero hoy, como tantas otras veces, las palabras se resistían.

Cerró los ojos un instante y, como un eco lejano, la voz de Alex le susurró en la memoria. No recordaba el contexto, ni el momento exacto, solo la calidez de su tono, la sensación de que, mientras él estuviera cerca, todo estaría bien. Un nudo se formó en su garganta. Abrió la libreta y escribió su nombre con letras temblorosas: Alex.

A su lado, una mujer mayor se acomodó en el banco con un libro en las manos. Llevaba un abrigo de lana azul y unos guantes gastados. La miró de reojo y sonrió con amabilidad.

—Siempre escribes, ¿verdad? —preguntó con una voz suave.

Clara asintió sin mirarla. No tenía ganas de hablar. Sin embargo, la mujer no pareció incomodarse por su silencio.

—Yo también solía escribir —continuó—. Hasta que comprendí que algunas cosas no necesitan ser atrapadas en el papel para seguir existiendo.

Clara frunció el ceño y levantó la vista. La mujer la observaba con ternura, como si entendiera algo que ella aún no podía comprender. Se preguntó si alguna vez podría dejar de escribir, de buscar en las palabras el consuelo que su memoria le negaba. No estaba lista para eso. No todavía.

Un sonido la sacó de sus pensamientos. Una pelota roja rodó hasta sus pies, seguida de un niño que la miró con ojos brillantes.

—¿Me la pasa, señora? —preguntó con una sonrisa inocente.

Clara la recogió con suavidad y la sostuvo por un instante entre las manos. La textura del plástico la llevó de vuelta a otra época, cuando Alex y ella pasaban las tardes en el parque, imaginando futuros que nunca llegaron a ser.

Recuerdo

Estaban sentados bajo la sombra de un roble, la luz filtrándose entre las hojas, dibujando reflejos dorados en su piel. Alex sostenía su mano, su pulgar trazando pequeños círculos sobre su muñeca.

—¿Sabes qué es lo peor del olvido? —dijo él con voz pausada.

Clara negó con la cabeza, mirándolo con curiosidad.

—Que nunca llega de golpe. Se escurre poco a poco. Primero olvidas el sonido de una risa, luego el aroma de un perfume, y cuando menos lo esperas, la imagen de esa persona se vuelve un borrón. Como si nunca hubiera estado allí.

Ella apretó su mano con fuerza, como si quisiera anclarlo a su lado, asegurarse de que él nunca se desvanecería.

—Entonces prométeme que no me olvidarás —susurró ella.

Alex sonrió con tristeza y besó su frente.

—Clara, aunque me olvides, yo nunca dejaré de estar contigo.

Fin del recuerdo

La mujer mayor cerró su libro y la observó con detenimiento.

—A veces, recordar duele más que olvidar —susurró, y volvió a su lectura.

Clara miró la libreta, las letras de su puño y letra apenas firmes en la página. El viento pasó, y por un momento, sintió que el mundo entero contenía la respiración junto a ella. Pero esta vez, algo en su interior se resistió a soltarlo todo.

Un trueno retumbó en la distancia, y el cielo, hasta ahora despejado, comenzó a oscurecerse. Clara miró hacia arriba y sintió la primera gota de lluvia caer sobre su mejilla. No le molestaba la lluvia; de alguna manera, sentía que combinaba con su estado de ánimo. Se puso de pie con la libreta en el pecho y comenzó a caminar, sin rumbo fijo, dejando que los recuerdos y la brisa la guiaran.

Cruzó la calle y entró en una cafetería pequeña, de esas que parecen congeladas en el tiempo. El aroma a café recién hecho la envolvió como un abrazo cálido. Se sentó en una mesa junto a la ventana y pidió un capuchino. Mientras esperaba, sus dedos recorrieron la cubierta de la libreta, como si con ese gesto pudiera anclar su pasado al presente.

El tintineo de la puerta al abrirse la hizo alzar la mirada. Un hombre de cabello oscuro y gesto amable entró y se dirigió al mostrador. Algo en su forma de moverse, en la manera en que se pasó una mano por el cabello, le resultó extrañamente familiar. Su corazón latió con fuerza.

Era imposible. Alex se había ido.

Pero, aun así, no pudo evitar seguir con la mirada al desconocido. Tenía el cabello negro y desordenado, la misma complexión que Alex, las manos cubiertas de tatuajes y varios piercings adornando su oreja y ceja izquierda. La semejanza era abrumadora, casi dolorosa.

Su respiración se volvió entrecortada. Clara tenía veinticuatro años, y habían pasado apenas cinco meses desde la muerte de Alex. Sus amigos intentaban ayudarla, la animaban a salir, a distraerse, a seguir adelante. Pero, ¿cómo se supone que debía seguir cuando el universo mismo parecía empeñado en recordarle que Alex aún estaba en todas partes, incluso en los rostros de desconocidos?

Mientras el chico hacía su pedido, Clara sintió un escalofrío recorrer su espalda. El parecido no era solo físico, sino en la manera en que se movía, en la forma en que inclinaba la cabeza al escuchar al barista, como si siempre estuviera atento a los detalles.

Con el corazón golpeándole el pecho, desvió la mirada hacia su café, sintiéndose atrapada entre la realidad y los recuerdos. Quizás era solo una coincidencia… o quizás, los ecos del pasado nunca terminaban de desvanecerse.

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