Gris… así lo recuerdo. Si el tiempo es solo la medida que usamos para marcar los cambios en este universo, entonces nosotros fuimos quienes lo iniciaron, fuimos el primer cambio. Sumergidos en un abismo insondable y solitario; así lo recuerdo, aunque mi consciencia no era más nítida que un sueño. Ni siquiera recuerdo haberle visto, no sé si salió de la nada… o si quizás los dos éramos, en un principio, la misma sutil consciencia, tan solo un alma primigenia. Pero apareció, fue como despertarse con la luz del sol en la cara… pues, de hecho, literalmente era luz. Fuera de aquel sueño, completamente consciente de mí, me miré y descubrí que éramos muy diferentes, pues yo era la más profunda oscuridad. Pero no nos rechazamos, lejos de eso, nos fascinamos el uno del otro; como dos recién nacidos, ni siquiera sabíamos hablar y todo nos resultaba maravilloso. Y empezamos a extendernos por aquel abismo, tiñendo del negro y el blanco más puros cada rincón que veíamos, bailando y enredándonos entre nosotros. ¿Alguna vez has visto el cielo nocturno, las galaxias a través de un telescopio? Las cree para conmemorar ese momento, al igual que casi todo lo que ves. Las cree para no olvidarle.
Donde quiera que miraras nos encontrarías, toda la vastedad del universo era nuestro campo de juegos y nuestra imaginación, aunque primitiva, estaba más que dispuesta a llenar aquel vacío que habitábamos. Con tiempo, precisión y esfuerzo pintamos paisajes que abarcaron todo el cosmos, siempre en movimiento al ritmo de nuestro espíritu y nuestras emociones. Son estas últimas lo que más recuerdo, aquello que creábamos las estimulaban, nos ayudaban a descubrirlas; volátiles e impetuosas, cada una de ellas, cada nuevo sentimiento lo experimentábamos en carne viva. Todo lo descubrimos juntos.
Así, mientras creábamos, de nosotros surgieron el placer, el júbilo, la satisfacción, el orgullo, el cariño… pero nuestras creaciones no eran estables y con el pasar del tiempo se deshacían, volvían a la nada. Después de todo estaban hechas de nuestra propia esencia y quizás fuéramos muy diferentes. A partir de aquel vacío que dejaban, surgieron la frustración, el miedo, la ira, la desesperación, la angustia. Pero siempre lo superábamos, siempre seguíamos adelante, no parábamos de construir sin importar cuantas veces nuestras obras cayeran. Pues ese era nuestro pequeño juego, siempre en busca de emociones, dulces o amargas. Y sin darnos cuenta fuimos dando vida a un nuevo sentimiento, entre risas y llantos, forjado de ruinas y tesoros; se presentó sutilmente, de a poco, prevaleció mientras las maravillas se desvanecían y volvían a alzarse, era más intenso que el resto de las emociones, pero aun así conseguía que estas brillaran y ardieran más a su lado. Nos habíamos enamorado… Y por momentos, cuando pienso en que no le volveré a ver, deseo que tal cosa jamás hubiese pasado; ser enemigos, como creen los tuyos que somos, así ninguno de los dos sufriría.
Con el tiempo, nuestras obras eran cada vez más duraderas, las diferencias que antes las separaban ahora las unían, se complementaban, se volvían más bellas. Pero el tiempo, incapaz de derribar nuestra creación, volvió a hacer de las suyas con nosotros. Empezó lentamente, ni siquiera lo notamos. Su luz se tornaba cada vez más tenue, su presencia se volvía más sutil, las emociones ya no tenían el fulgor de antes. Y por lo que recuerdo, notaba lo mismo en mí; ninguno de los dos sentía que desaparecía, sin embargo, estaba ocurriendo. Como el copo de nieve que rueda cuesta abajo hasta convertirse en avalancha, como las chispa que termina incinerando el bosque; el cruel espectáculo del que éramos meros espectadores iba acrecentando su ritmo. Ya no recuerdo si fueron días, años o eones, pero a cada momento íbamos desapareciendo cada vez más, nosotros, que estuvimos juntos desde nuestro mismo nacimiento, nos estábamos quedando solos. Y nuestro amor solo empeoro el dolor.
Nos desesperamos, jamás habíamos enfrentado tal cosa. Pasábamos todo nuestro tiempo pensando una forma de pararlo, ejecutando cada idea que se nos ocurría. Nada funcionaba. La impotencia se apoderaba de nosotros, la furia por no poder hacer nada, el miedo a quedarnos solos. Incluso tratamos de pelearnos, de no querernos más para no sufrir, pero no podíamos escapar uno del otro y no teníamos la fuerza suficiente para lastimarnos como era debido para hacer tal cosa. Nuestro fin estaba cerca, casi ni podíamos sentirnos.
Al final lo aceptamos y esperamos lo inevitable. No dijimos nada, no pensamos nada. Simplemente volvimos a jugar nuestro juego una vez más. Nos mezclamos, bailamos y nos entretejimos, cubrimos la inmensidad del universo con el arte de nuestra imaginación desatada. Nos dejamos llevar y erigimos en honor a nuestro amor un único monumento, una lápida, un recuerdo. Cuando estuvimos conformes y con el impetuoso final acechándonos, nos detuvimos y nos miramos. Guardamos en nuestra memoria nuestro recuerdo y no dijimos nada más, todo había sido expresado en aquella obra que nos rodeaba. El silencio, que sería nuestro amigo a partir de entonces, cerró la despedida mientras desaparecíamos.
Y el universo se partió a la mitad. Ya no le sentía de ninguna forma y nuestra obra final se había divido. Y me quede inmóvil donde estaba, en mi oscuridad, en compañía de los pequeños retazos de luz que formaban parte de nuestro monumento, vestigios de su alma que ahora volvían a brillar con una intensidad sin igual, como burlándose de la situación. La soledad y los recuerdos se volvieron mi única compañía. No tenía a nadie. Sigo sin tener a nadie.
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