María salió a las ocho en punto de su apartamento para ir a comprar leche. Su esposo no había llegado a casa la noche anterior por asuntos del trabajo, y ella, aburrida y sin ganas había decidido comprar la leche hasta la mañana. Escogió además un rollo de galletas de canela para acompañar a su bebida matutina. Ya en la fila de las compras, María cerró los ojos y dio un bostezo largo, se había desvelado y siempre fue mala para despertarse sin haber dormido al menos sus ocho horas necesarias.
Sintió un piquete en la espalda y se volteó completamente desconcertada. Atrás de ella se encontraba nada más y nada menos que Él. No estaba segura de la cara que había puesto en ese instante, pero sí de la que se formó en el rostro del chico. Sin decirle hola siquiera, la abrazó con muchas fuerzas, y ella reaccionó de inmediato abrazándolo también.
—No tienes idea de cuánto tiempo estuve esperando esto.
María se había quedado sin palabras. Todo esto le parecía totalmente desconcertante e ilógico. No tenía idea de cómo es que Él se encontraba en España, y mucho menos en la tienda de la esquina de su casa.
—¿Cómo… cómo…?
—Lo sé, es completamente extraño, ¿no? —Miró su reloj e hizo una mueca de asombro. —Mira, debo irme, tengo que hacer unas cosas en Córdoba, firmar unos contratos, ya sabes. Pero no hagas planes para hoy. Necesitamos hablar.
—Claro, yo espero. —No podía hablar más de lo necesario. Era una completa sorpresa que estuviera aquí, tan cerca.
—Bien, te veo a la noche. — le dio un beso fuerte a María en ambas mejillas. Sonreía de oreja a oreja. La miró por última vez y se dio la vuelta para salir de la tienda, pero justo antes de cruzar las puertas, se regresó. —No tengo tu número, y dudo que revises tu correo…
Tardó en captar lo que le estaba pidiendo. — Por supuesto. Es 34 601 993 119.
—Bien, 34 601 993 119. Lo tengo. Te llamo.
Salió de la tienda. María entregó la leche y sus galletas al vendedor, le pagó dos euros y se marchó directo a casa. En el camino, llegando a su departamento y durante el almuerzo sus pensamientos se concentraron en Él. Pasaron cinco años desde la última vez que se vieron, y se puede decir que no fue una despedida que le gustara recordar.
Quiso saber qué andaba haciendo en Sevilla, ni siquiera vivía en España, por lo que recordaba, era un fotógrafo viajero exitoso, proveniente de Italia. Sonó su celular y colgó deprisa, la tomó por sorpresa la llamada, obviamente sabía —al ver el número sin registrar— que se trataba del italiano en el que estaba pensando. Miró la hora del reloj que flotaba en la pantalla, eran pasadas las cuatro de la tarde, impresionada por las horas que había perdido pensando en esto y en aquello ni siquiera se había dado cuenta de que seguía en pijama. El celular sonó una vez más, suspiró y presionó el botón verde.
— ¿María?
—Justamente. ¿llegaste ya a Córdoba?
—Hace rato ya. La firma de la sesión está por concluir. Calculo regresar a Sevilla cerca de las siete.
—Es algo tarde…
—María, tengo que verte. Mañana regreso a Florencia, pero no puedo dejar España sin haber charlado contigo, aunque sea solo un rato.
Sin pensarlo accedió. — Bien, dime a qué hora.
—Paso por ti a las ocho, ¿te parece? Veré qué podemos hacer.
—De acuerdo, te veo.
—Gracias, María.
Una vez que cortó la llamada, se arrepintió de haberse dejado persuadir. Algo le decía que estaba mal, no estaba convencida de que aceptar la invitación fuera lo mejor. Y aún con esos pensamientos aprisionándola, se metió a bañar, alisto un vestido casual de color rosa que contrastaba con su piel morena y encerró sus rizos en un listón café. No era amiga del maquillaje por lo que solo pintó sus labios de un rojo claro que se parecía mucho al tono que tenían estos al natural.
Observo el reloj de la cocina y vio que eran las siete con treinta minutos. Se acomodó en un sofá para leer un poco pero le era imposible concentrarse. Escuchó un golpecillo y relacionó que tenía que ser alguien tocando la puerta, pero era seguro solo producto de su imaginación, pues cuando la abrió se dio cuenta de que no había nadie afuera. De regreso al sofá, se miró en el espejo. Encontró en ella una cara de impaciencia y nervios. Hacía bastante que no salía a una cita… apenas lo pensó y ya se sentía culpable. María era una mujer que estaba —felizmente— casada, no era correcto pensar en aquella “reunión de viejos amigos” como una cita. Aunque solo eran ellos dos. Aunque se había puesto más perfume de lo normal. Aunque el corazón le bombeaba más rápido que nunca.
Los golpecillos era claros esta vez, no los imaginó. Dio un largo suspiro antes de abrir la puerta.
Él se encontraba ahí parado frente a ella sosteniendo una rosa roja entre sus manos. La miraba como si hubiera esperando con ansias el momento en el que ella le abriera la puerta, parecía un niño esperando la llegada de Papá Noel.
—Sei così bella…
—¿qué? —preguntó María un poco confundida.
—Nada, nada. Mira, no me pagaron la sesión de hoy, así que soy un poco pobre.—María rio ante su explicación. —Pero compre seis Cruzcampo y dos rollos de sushi California, como te gustan. Y además, pensé que podíamos ir a la Corchuela, siempre he querido ir de noche, ¿qué tal?
Se sorprendió de que tuviera ya todo ideado, pero le agrado el plan. —Claro. Vamos.
En el camino hacia el parque, hablaron de cosas triviales: por qué estaba en Sevilla, su trabajo actual, hobbies, parejas…
Llegaron y fueron directo al césped, la ayudo a bajar y llevaba las cervezas con una mano y el sushi con la otra. Una vez ya en el pasto, comían y bebían en silencio, pero no era incómodo, solo estaban nerviosos por el inesperado reencuentro. Una vez que la comida se terminó solo les quedaba beber su cerveza. María miraba al cielo, y Él miraba a María.
—¿Estás cansada?
—Algo. La verdad es que ayer no dormí bien. Mi esposo… —Los ojos de Él se apagaron un poco al escuchar esa última palabra—no llegó a casa anoche por asuntos del trabajo, y la pasé viendo películas.
—¿Cómo…?
—Juste la fin du monde, ¿la conoces?
—Es grandiosa. El final me hizo derramar algunas lagrimillas.
—Lo sé. Muy sentimental, ¿eh? No has cambiado.
—Tampoco tú, María. Sigues siendo la misma risueña mujer que conocí en Barcelona.
—¿Aún lo recuerdas?
—Por supuesto. Fuiste la única que se detuvo cuando caí de la bicicleta.
—Fue muy repentino, de verdad me asustaste.
El chico la miró con ternura. — ¿Por qué partí, María? ¿Por qué me dejaste ir?
—No puedo recordarlo.
—Claro que puedes.
—No quiero.
Se veía en su cara que tenía dudas sobre lo que estaba a punto de decir, pero tomó valor y le confesó a María: —Te escribí. Vine a España antes de tu boda. No pude encontrarte por ningún lado, María.
—¿De qué hablas?
—Días antes de tu boda te vine a buscar, no creía –sigo sin creer- que quisieras hacerlo en realidad, al menos no si sabías que yo aún te esperaba.
—¿por qué tardaste tanto en regresar?
—Porque en el momento en el que no pude hallarte pensé que se trataba de alguna señal. Una señal de que debía dejarte seguir, debía dejarte ir.
María se quedó sin habla. Ambos estaban impactados, él porque le había confesado algo que nunca pensó decirle, y ella porque acababa de escuchar algo que jamás esperó oír.
Sentados en el pasto, recargaban sus brazos en las rodillas del otro. De pronto Él se inclinó, acercándose a su rostro. —Me gusta más ver tus rizos libres. —dijo, soltándole el listón.
Ella por supuesto había pensado que iba a besarla, a lo que claro hubiese reaccionado rechazándolo, aunque extrañamente cuando él se alejó la invadieron unas ganas tremendas de robarle un beso. No lo hizo.
—¿Aún te agrada que te agarren el cabello?
María asintió. Por lo que él hizo una seña para que se recargara en su pecho, accedió y se buscó un lugar entre sus brazos. Este empezó a jugar con su cabello, y así duraron un buen rato. El mantuvo los ojos cerrados todo ese momento, pero ella no podía dejar de mirarle la boca. Cuando la miró de vuelta, le preguntó:
— ¿Qué sucede?
No supo qué contestar, o mejor dicho, no quiso contestar. Sabía que si abría la boca diría algo totalmente inadecuado, pero al parecer su subconsciente la traicionó.
—Bésame. —dijo María, sin haberse dado cuenta, le pidió algo que quería, pero no debía.
Al principio Él se notó un poco confundido, pero no la cuestionó y de inmediato obedeció a su petición. La tomó por las mejillas y la besó. La química se encontró de inmediato, como si se hubiesen puesto de acuerdo, María se sentó en sus piernas y Él la ayudó a acomodarse, se acariciaban, le tocaba las piernas a María trazándole líneas a lo largo de sus muslos, cambiaba de dirección de repente hacia su espalda. La cargó en sus brazos y de pronto ya se encontraban en su auto.
Cuando estaban a punto de deshacerse de sus ropas, María no logró seguir. Lo quería, muchísimo, pero ella tenía reglas, y ser infiel no era algo con lo que pudiera vivir.
—No puedo, lo siento, de verdad.
Él se enderezó de prisa, dejando que María se levantara también, ambos intentaban recobrar el aliento. —No soy ese tipo de personas a las cuales no les importa, a mi sí. Y estoy segura de que una de las razones por las que me quieres es que no estoy dispuesta a engañar a nadie. No podría hacerlo.
—Está bien, lo comprendo, María.
—No quiero regresar.
—No lo haremos, no aún.
Como pudieron, se quedaron abrazados en el asiento trasero del auto. Toda la noche María había pensado en su decisión, sabía que era lo correcto, pero extrañamente tenía una sensación de tristeza por no haber terminado con lo que empezaron.
A las seis de la mañana, el teléfono del chico comenzó a sonar, pensaron que era una llamada pero en realidad solo se trataba de su alarma. La detuvo de inmediato, tratando de evitar despertarla pero fue inútil. Intentó acurrucarla de nuevo, abrazándola fuerte y besando su frente. Ella iba a ceder, aunque recordó que Él le había hablado sobre marcharse temprano y no quería demorarlo.
—Tienes que irte, ¿no?
—A las ocho con diez sale mi vuelo.
Recogieron las botellas de cerveza y los platos en los que habían comido el sushi. Se marcharon hasta la casa de María. Los veinte minutos de camino los pasaron en silencio. Él manejaba despacio, apenas alcanzaba los cuarenta kilómetros por hora, ella estaba llorando, cuando Él despegaba los ojos de la carretera y la miraba sollozando, Él lloraba también.
Comúnmente se dice que si una persona te hace llorar, no vale la pena. Pero con ellos era diferente. Lloraban por la increíble necesidad que tenían uno del otro, y también por la imposibilidad de cumplir con esta necesidad.
María estaba pensando en qué debía decirle a su esposo al llegar a casa, sin dudas concluyó con que debía explicar la verdad: de la repentina llegada de su viejo amigo, los sentimientos que había despertado en ella y de la sesión de besos de la noche anterior. Por supuesto; le iba a asegurar que nada cambiaría, ella lo había elegido ya.
Una vez fuera del edificio, se miraron un minuto más. — Gracias, María. No tienes idea de cuánto significas para mí. —A medida que él hablaba, a María se le escapaban cada vez más y más lágrimas. —No llores, ambos sabemos que esto iba a pasar, al menos es una despedida que podemos recordar. Después de tantos años detrás de ti, es momento de dejarte ir.
Ese fue el momento en el que María quería decirle que lo adoraba y que nunca había dejado de pensar en Él, aun con todos los años que ya habían pasado. Quería decirle que el día antes de boda soñó con Él y siempre pensó en eso como una señal. Pero no lo dijo.
—Te quiero.
—Te quiero también. Lo sabes.
María lo tomó por el cuello y lo besó. Jamás había dado un beso con tantos mensajes ocultos, en este le pedía que no se molestara por lo de anoche, que le deseaba un buen viaje y prospera vida en Florencia, y lo más importante: que no la olvidara.
—Nunca. —le contestó. Él había captado el mensaje.
Bajó del auto y no miró atrás. No podía hacerlo. Cuando iba subiendo las escaleras su corazón latía fuerte, necesitaba un abrazo, y de la única persona que quería recibirlo ya se había marchado. Abrió la puerta de su apartamento para encontrarse con la cara de angustia de su esposo.
Corrió a abrazar a María, fue reconfortante, pero no lo que ella quería. — ¿Dónde estuviste? Me preocupe por ti.
Era momento de confesar. Tomó todas las agallas que pudo encontrar en su interior, el corazón le latía aún más fuerte, y soltó: —Estaba con Raquel. Me dijo que necesitaba de mi ayuda por unos problemas.
—¿Todo bien ya?
—Perfecto.
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