–Mirá chango, no tienes con qué pagarnos la fianza. Tampoco tienes familiares con quién contactarte. He estado pensando qué hacer con vos y he decidido hacerte un trato. Si nos ayudas, quedas libre y vamos a gestionar tu regreso a Quillacollo antes de que la señora que te denunció vuelva. Si eso pasa, tu situación puede empeorar en manos de la ley.

El policía verde olivo era grande, de cara y cuello robusto. Mientras me hablaba, notaba como gruesas gotas de sudor bajaban por sus sienes.

Fue una mañana soleada de sábado. Yo me estaba despertando recién del ch’aki de ayer, adolorido por dormir en el suelo de aquella celda. Antes de que él llegara, una de las dos policías que también estaba en el módulo policial notó mi calidad de bulto y me invitó agua.

     –¿De donde eres? –Me preguntó.

     –De Quillacollo.

     –¿Y de cómo llegaste aquí?

Me daba vergüenza responder, así que le dije que me habían botado de una fiesta por borracho y que me había peleado con el guardia, por eso mis marcas en el cuello. Para mi mala suerte, policías pasaron por ahí y me cargaron.

     –Pero sin celular, ni billetera, ni nada, qué grave…

     –Sí, aprovecharon que estaba mareado y me los quitaron en la fiesta.

     –¿Y a qué viniste a La Paz?

Sin darme tiempo para responder, entró por la puerta el policía robusto, llevaba en una mano una bolsita de pan y otra con tajadas de queso. Se acercó hasta una mesa donde habían café, bolsitas de té, galletas, una caldera eléctrica y tasas. Dejó lo que había comprado para desayunar y se acercó a mí.

     –Mirá chango, no tienes con qué pagarnos la fianza, tampoco tienes familiares con quién contactarte. He estado pensando qué hacer con vos y he decidido hacerte un trato. Si nos ayudas, quedas libre y vamos a gestionar tu regreso a Quillacollo antes de que la señora que te denunció vuelva. Si eso pasa, tu situación puede empeorar en manos de la ley.

     –¿Qué tengo que hacer?

     –¿Sabes en qué villa estás? Por tu cara de lebudo sospecho que no. En esta villa hay un cementerio de elefantes. ¿Sabes lo que es un cementerio de elefantes, no? Ya. Ese boliche le pertenece a una señora. Todo bien hasta ahí. El tema es que nos han llegado quejas de algunos vecinos que dicen que se escuchan gritos y cosas por el estilo en su domicilio. No podemos allanarla porque esa señora tiene sus contactos… ¿me entiendes? Bueno, nosotros te tenemos a ti. Si nos ayudas a confirmar que pasan cosas raras ahí, los medios se volverán locos con una historia de terror como esa y no va a importar cuántos amigos tenga esa vieja en la justicia, la gente va a pedir su cabeza. Nos ayudas y te ayudamos, ¿qué dices?

Ya tenía la pinta y el olor de un artillero. Mi cabello grasiento y las ojeras me delataban. Vestía una chaqueta de cuero, zapatos negros, jean y camisa blanca que me había puesto para la fiesta de ayer. Había dormido mal y aún se sentía mi tufo. La doña no se la iba a sospechar.

Llegamos al lugar con Silvia, así se llamaba la policía con la que hablaba antes de que llegara el policial robusto. Debieron ser las diez de la mañana, ella iba vestida de civil, me dijo que me esperaría en la esquina y que estaría atenta a cualquier cosa.

Entré y era un local de comida en la planta baja, imagino que esa era su fachada. Una señora mayor y de pollera estaba reclinada en su asiento, tejía un ch’ullu mientras la televisión pasaba una novela.

     –Buenas, disculpe, ¿aquí puedo beber hasta morir?

A mí tampoco me pareció muy sutil, pero el policía me dijo que eso era lo que tenía que decir. La señora levantó la mirada y me observó extrañada.

     –100 bs, primero me paga y después entra.

     –No tengo dinero.

     –Entonces no. Volvé cuando tengas –dijo.

Salí del lugar y caminé en dirección a Silvia para decirle que necesitaría esa plata. Cuando de repente, apareció la señora por la puerta del local y me gritó:

     –Joven, pase nomás.

A Silvia y a mí nos pareció raro. Yo volví sobre mis pasos y entré. La señora me indicó que suba al quinto piso. Al llegar, me encontré con una puerta de madera. Traté de abrirla pero estaba echada con llave.

     –Un rato por favor –dijo alguien que subía las gradas apresurado.

A medida que se acercaba, era más claro el sonido metálico de llaves chocando entre sí. No lo vi venir, pero la persona que venía me agarró por detrás y me puso un pañuelo con algo en la boca y la nariz. Yo me desmayé.

Al despertar, me encontré sentado en una silla en medio de una sala desierta. Por la vista de las ventanas supe que me encontraba en el quinto piso del local. Mis sentidos regresaban y sentí las manos y los pies atados, además estaba amordazado. Una puerta se abrió frente a mi y entró un chico como de mi edad, delgado, teñido de rubio y vistiendo una camiseta amarilla y jean ajustados.

     –Acá es sin gritar ¿ya? –dijo mientras arrastraba hacia mí una silla de plástico. En una mano sostenía un ron que puso al frente mío. Salió y volvió a entrar con una coca-cola y hielos. Se sentó en la silla de plástico y se comenzó a servir.

     –Me llamo Sergio, mi madre me envió a Trinidad por problemas que yo tenía con mis hermanos. No nos llevábamos bien. Ellos hicieron sus vidas acá y yo me metí en un lío allá. Volví donde mi madre que me aceptó de vuelta con la condición de que ahora yo me haría cargo del cementerio de elefantes. Es un trabajo agotador. Debo sacar los cuerpos de los que han muerto bebiendo, debo servirles trago de mierda, entrar a las habitaciones y sacar sus deshechos que hacen en un balde que les doy. Algunos hijos de puta mean o cagan en las esquinas. Los más ebrios empiezan a faltarme el respeto “marica”, “puta”, me llaman. Algunos hasta me coquetean. Me cojo a los que más me gustan. Es un trabajo de mierda pero tiene sus beneficios.

Tan pronto como Sergio se terminó el vaso de Coca-Cola con ron, se sirvió otro.

     –Pero he descubierto algo raro en mí, he comenzado a sentir placer por el dolor de las personas. Me gusta ver sus gestos de dolor. También que griten pero mi madre dice que ya no puedo dejar que eso pase porque los vecinos pueden quejarse o algo. Así que los amordazo. Sé lo que estás pensando pero soy más gente de lo que parezco. Te doy dos opciones: te torturo sobrio o borracho. Tú eliges.

A esas alturas no sabía qué pensar, no podía ni pestañear. Solo transpiraba frío. No sabía en qué mierda me había metido pero dirigí mi vista hacia la Coca-Cola y el ron. Sergio entendió, se paró y fue hacia mí. Me quitó el trapo de la boca, apoyó el vaso de ron en mis labios y me dio de beber. Estaba fuerte.

Me confesó que su primera vez había sido con su padrastro. Después me contó que intentaba llevarse a sus compañeros de clase a su casa para jugar a la familia, donde él se vestía con ropas de sus primas y jugaba a ser la mamá. Se terminó la botella de ron y dijo que iría por otra. En eso yo aflojaba las cuerdas con las que me ató. Volvió a entrar y traía en manos otra botella de ron.

Yo creía ser de aguante, pero él tomaba un vaso tras otro como si nada. Yo ya me sentía medio verga después del cuarto vaso. Lo escuchaba viéndolo directamente a los ojos. El hablaba cada vez más y más y yo como; sí, sí, te escucho.

     –Un día mi vieja nos encontró a mí y a un amigo besándonos. Me agarró a golpes y me prendió fuego –dijo Sergio con la mirada fija en su vaso. Luego se paró, dio media vuelta y se levantó la camiseta para mostrarme las quemaduras de su espalda–. Quedé tan mal que no pude volver al colegio y perdí ese año. Al siguiente año cambié de colegio a otro peor y así.

Continuó hablándome de sus parejas en Trinidad y del otro lado en Brasil. Hasta me confesó haber matado a su pareja, Gustavo, un brasileño con el que vivía y al que había mantenido por meses.

Siempre que Sergio me preguntaba si quería más ron, yo le decía que sí con la cabeza pero se olvidaba de levantarse y darme de beber y se lo terminaba tomando él.

Volvió a servirse un vaso más pero por un descuido hizo caer la botella de ron en el suelo enlozado y se rompió. Dijo “mierda” bien bajito y se dirigió a la puerta de la sala, la abrió y desapareció al bajar las gradas.

Fue instintivo cuando vi el pedazo de vidrio largo de la botella de ron y a jalones liberé mi mano de ese amarre a la silla. Me lancé hacia el pedazo de vidrio para cortar las cuerdas. Caí sobre la baldosa, sostuve el vidrio y me corté al hacerlo, aunque por la adrenalina no sentí mucho dolor. Sergio aún no aparecía. Logré liberarme cuando escuché sus pisadas de vuelta. Me senté otra vez como si estuviera amarrado y Sergio apareció con una escoba y una lata.

     –Vas a disculpar –dijo.

Me dio la espalda y se agachó para recoger los pedazos de vidrio. Ahí me levanté, sin hacer ruido y como en las películas, le clavé el pedazo de vidrio en el cuello y comenzó a salir la sangre disparada.

Él se enderezó como un resorte y trataba de decir algo pero solo se ponía más y más pálido. Su sangre caía y teñía la baldosa del piso. Cayó de rodillas, trataba de tapar la herida pero era inútil, seguía saliendo sangre, como un chisguete. Luego cayó de boca. Cada vez se movía menos pero la pupila de su ojo iba de un lado al otro. Cuando dejó de moverse, revisé en su chaqueta y su jean para ver si tenía plata. Mi suerte porque encontré 200 bs y las llaves de los cuartos.

En una de las cajas de la cocina encontré un revolver. Me asomé por la ventana para darle señales a Silvia. Ella me vio y yo saqué el arma por la ventana para que ella lo viera y sepa que estaban armados. Eso la alertó y volvió al módulo.

Bajé por las gradas y comencé a abrirles las puertas a los otros pobres diablos que habían sido víctimas de las perversiones de Sergio. Ni siquiera me miraban, solo salían disparados.

     –¿Y el Sergio? –me di la vuelta y frente a mi estaba un joven lustra botas. Su aliento a alcohol era jodido. ¿Habrán sido amantes? No le hice caso y bajé las gradas.

Cuando llegué a la planta baja, descubrí que los otros tipos agarraron a la señora, la amarraron a su silla, le echaron alcohol y le prendieron fuego.

Yo estaba entre esperar a Silvia y a los demás policías o irme. Solo me hubiera quedado para charlarle a esa Silvia que estaba buena y habían ondas pero preferí irme. De todas formas mi identificación y los datos que les di eran falsos. Tienes que salir con identificación falsa cuando llegas a la ciudad en caso de que huevadas como esta te pasen.

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