Cantaban las heridas de mi pecho al llegar el amanecer, su melodía se escuchaba entre las inmensas olas del aire, que llegaban a las montañas y hacían saber tal canción. El fresco olor a café me traía recuerdos intactos, como si hubiesen pasado ayer, aquellos recuerdos de la persona que solía decirme al oído que jamás me dejaría y que hoy yace muerta.

El agua fría que humedece mi cuerpo, recorre cada centímetro de mi piel trayendo consigo aquellos escalofriantes momentos que helaban mi ser por completo. La rosa del jardín con su inconfundible olor traía a mí, las memorias de tu perfume penetrante, que perduraba por horas impregnadas en los suaves tejidos de mi suéter oscuro… y como olvidar la luz del sol entrando por mi ventana, tan parecido como cuando entraste a mi vida, llenando de luz todo rincón de mi existencia, brindándome ese calor tenue y duradero en todo mi cuerpo.

Mientras leía aquel libro de pasta café, ya gastada por los años, pero con los mejores relatos de amor de una época en donde las palabras enamoraban en rima, veía entre líneas tu nombre y era como si tus ojos estuvieran mirando los míos, fijamente y sin parpadear. Los cantos de los pájaros unían la melodía de nuestro vals y todo me hacía revivir aquel momento en donde por primera vez, mi vida te amaba por completo.

Suelo extrañarte más de lo que se puede imaginar, en mi mente vives todo el tiempo y de seguro algún día volveremos a compartir nuestro eterno amor.

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